loader image

 

El 20 de noviembre conmemoramos la Revolución Mexicana que ha nutrido el imaginario colectivo por más de cien años dando pie a mitos como que fue ese día cuando inició.

En realidad, en el Plan de San Luis, Francisco I. Madero emplazó al inicio de la revuelta para el 20 de noviembre, ese día “desde las seis de la tarde en adelante, todos los ciudadanos de las República tomarán las armas para arrojar del poder a las autoridades que actualmente gobiernan. Los pueblos que estén retirados de las vías de comunicación lo harán desde la víspera”; pero el Plan se promulgó el 5 de octubre y en aquellos días ningún plan, por revolucionario que fuera, hubiera podido ser difundido en todo el territorio nacional en poco más de un mes. También era iluso esperar que la ciudadanía se convenciera, después se armara y finalmente se organizara en tan poco tiempo.

Pero algunos se apegaron al Plan, como la familia Serdán en la ciudad de Puebla, en donde, invitados por el propio Madero, ellos sí, tan se habían preparado y reunido un arsenal en su casa que despertó las sospechas del Gobernador quien ordenó un cateo en la casa de los Serdán Alatriste el 18 de noviembre. En ese intento de cateo (pues nunca se llevó a cabo) se originó el primer tiroteo revolucionario y el jefe de la policía poblana, el coronel Miguel Cabrera fue el primer muerto: Carmen Serdán le disparó prácticamente a quemarropa a través del postigo de la casa. Así es que los primeros balazos y el primer muerto de la Revolución se verificaron el 18, no el 20 de noviembre.

En realidad la revolución se gestó mucho tiempo atrás, antes que la entrevista del General Díaz con el periodista James J. Creelman en 1908 cuando aseguró que se retiraría del poder cuando acabara su periodo, en 1910, tras más de 30 años en la silla presidencial.

Antes incluso de 1906, cuando fueron sofocadas brutalmente las huelgas Cananea y Río Blanco. Antes también de la gesta Magonista y del periódico “Regeneración”.

Como el propio Monumento a la Revolución, inaugurado por Díaz cuando se planeaba construir un nuevo Palacio Legislativo. Don Porfirio sembró la semilla de la revolución mexicana en 1871, con su Plan de La Noria, contra la reelección de Benito Juárez bajo el lema “menos gobierno, más libertades” y en su Plan de Tuxtepec de 1876, contra el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada y gracias al cual Díaz ocupó la silla presidencial. Una de las principales demandas en ambos casos fue que se erradicara la reelección, de la que él sacaría provecho durante tres décadas solo con la interrupción de la presidencia de Manuel González (1880-1884). Así, la Revolución Mexicana se gestó en la contradicción entre los postulados políticos y los hechos.

El propio Madero lo reconoció así en su Plan de San Luis Potosí: “Por lo que a mí respecta -se lee en el Plan- tengo la conciencia tranquila y nadie podrá acusarme de promover la revolución por miras personales, pues está en la conciencia nacional que hice todo lo posible para llegar a un arreglo pacífico y estuve dispuesto hasta a renunciar mi candidatura siempre que el general Díaz hubiese permitido a la Nación designar aunque fuese al Vicepresidente de la República; pero, dominado por incomprensible orgullo y por inaudita soberbia, desoyó la voz de la Patria y prefirió precipitarla en una revolución antes de ceder un ápice, antes de devolver al pueblo un átomo de sus derechos, antes de cumplir, aunque fuese en las postrimerías de su vida, parte de las promesas que hizo en la Noria y Tuxtepec. Él mismo justificó la presente revolución cuando dijo: Que ningún ciudadano se imponga y perpetúe en el ejercicio del poder y ésta será la última revolución”.

El 20 de noviembre de 1910, Francisco I. Madero quiso iniciar su levantamiento en Piedras Negras pero tuvo que regresar a Estados Unidos (en donde se había refugiado tras la promulgación de su Plan), por falta de seguidores. Ese día transcurrió en México casi como cualquier otro y después de la asonada en Puebla, ni siquiera fue noticia en los principales diarios. Sin embargo, principalmente en el norte de la nación, sí hubo algunos discretos levantamientos, algunos de los cuales se convertirían en gestas que la gente y las versiones oficiales se han encargado de idealizar maximizándolas.

Así, en el 20 de noviembre de 1910 fecharon su insurrección Pascual Orozco en San Isidro; Francisco Villa, en San Andrés; José de Luz Blanco, en Santo Tomás y Guillermo Baca, en Parral; el 24 se levantaron Abraham González, Abraham Oros y Cástulo Herrera. En enero de 1911 emisarios zapatistas se entrevistaron con Madero y Luis Moya se levantó en Zacatecas.

Una de las figuras cumbre fue Emiliano Zapata, para quien las revueltas no eran ajenas: ya en 1906 había encabezado la rebelión contra los hacendados azucareros y en 1909 organizó la Junta de Defensa de Anenecuilco para repartir la tierra entre los campesinos. Parecía estar esperando el llamado de Madero, a quien apoyó inicialmente, aunque pronto lo defraudaría, y contra quien después promulgaría su Plan de Ayala. Sus postulados “la tierra es de quien la trabaja” y “tierra y libertad”, reflejan claramente la naturaleza de sus demandas que se identificaban con campesinos y trabajadores de todo el país, cansados de posponer la justicia y campo fértil para la insurrección.

La Revolución Mexicana ya estaba en marcha y Porfirio Díaz renunciaría el 25 de mayo, pero el baño de sangre apenas comenzaba.