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El primer día del 1994, hoy hace tres décadas, no era un día cualquiera. En el discurso oficial, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá y México, suponía la incursión de éste último al anhelado primer mundo. Pero la fiesta no llegó nunca para el gobierno federal, un grupo armado denominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional, integrado por campesinos, indígenas y activistas, iniciaron una rebelión contra el gobierno en Chiapas, uno de los estados más pobres e históricamente explotados del país.

La revuelta buscaba la restauración de la propiedad sobre tierras arrebatadas a los indígenas por cacicazgos de la región, mejor reparto de la riqueza y la participación de las comunidades originarias en la formación de los gobiernos en Chiapas y el resto del país. “Nunca más un México sin nosotros”, decían los zapatistas y su voz se diseminaba por todo México y el mundo, gracias a las páginas de La Jornada, el apoyo de una corriente de la Iglesia Católica seguidora de la teología de la Liberación y representada por el Obispo Samuel Ruiz García, y al carisma del vocero y líder visible del movimiento, el subcomandante insurgente Marcos.

Chiapas era un estado que presentaba una síntesis de todos los problemas de México, desigualdad, pobreza, cacicazgos, autoritarismo gubernamental, injusticia, violaciones a los derechos humanos, enormes brechas en el ingreso familiar, y la visibilidad que el movimiento zapatista dio a esa colección de disfunciones del Estado de fin de siglo hizo notar a millones de mexicanos, y pueblos de otras latitudes, que el problema era compartido. El subcomandante Marcos se convirtió entonces en un referente internacional de la revolución que fue llamada por Pablo González Casanova (Causas de la Rebelión en Chiapas), a lo mejor con algo de presunción, la primera del siglo XXI.

El diálogo llegó en las convulsas postrimerías del salinismo, pero se prolongaría hasta febrero de 1996, ya en la administración de Ernesto Zedillo con la firma de los Acuerdos de San Andrés Larráinzar, que se convirtieron en el primer documento del Estado en reconocer los derechos y cultura indígenas en el país. En los acuerdos el Estado se obligaba a reconocer a los pueblos indígenas en la Constitución y concederles autonomía. Además, se remitía a un Congreso Nacional Indígena que resolviera los temas particulares para garantizar el derecho a la justicia y cultura de las comunidades originarias.

Los años de Zedillo en la presidencia sirvieron para avanzar en las reformas jurídicas a favor de las comunidades indígenas, pero no en la práctica. Cuando en el 2000 acabaron los años de hegemonía priista en el gobierno federal con el triunfo de Vicente Fox en las elecciones presidenciales, en Chiapas se percibió el riesgo de un retroceso y en enero del 2001 los zapatistas decidieron organizar una caravana por el país, encabezada por el subcomandante Marcos, en la que incluiría, por supuesto, a Morelos, cuna de la revolución suriana y del caudillo que le diera nombre a su movimiento, Emiliano Zapata Salazar.

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Por aquél entonces en Morelos iniciaba el gobierno de Sergio Estrada Cajigal, un joven político del Partido Acción Nacional que había estudiado en colegios privados, era nieto de un gobernador e hijo de un alcalde de Cuernavaca, coleccionaba autos y había derrotado al PRI en las elecciones del 2000 con el 57% de los votos.

Para congraciarse con los ideales zapatistas, Sergio había escogido como logotipo de su administración una figura del rostro de Emiliano Zapata en dos colores (azul y blanco, por supuesto), que según los críticos de entonces se parecía más a Sergio con sombrero que al Caudillo del Sur.

Los panistas estaban envalentonados con algo de razón, su triunfo electoral había sido tal que tenían 15 de los 30 diputados en el Congreso del Estado. Al enterarse de la visita del subcomandante a Morelos, uno de ellos, Salomón Salgado Urióstegui, quien presumía un pasado de izquierda vinculado con grupos guerrilleros en Morelos y Guerrero, decidió advertir al zapatista que, de pisar Morelos, podría sufrir un atentado de las brigadas de ajusticiamiento campesinas, aseguraba que habría francotiradores esperando al subcomandante y que si llegaba a Morelos saldría en un ataúd. Inmediatamente el PAN estatal y su fracción en el Congreso se deslindaron de las declaraciones.

De hecho, el Ejecutivo estatal dio todas las facilidades para que el subcomandante estuviera en Morelos y tuviera un mitin en la plaza de armas, la tarde del seis de marzo de aquel 2001.

A la plaza llegaron muy pronto miles de jóvenes y políticos militantes de izquierda que esperaban ver a quien en 1994 había transformado al país y visibilizado a las comunidades indígenas.

Marcos llegó con muchos minutos de retraso a la cita con los morelenses en un autobús acompañado de otros zapatistas, todos con pasamontañas. La plaza estaba casi llena, muchos de los asistentes portaban playeras rojas con su imagen impresa en negro junto a una estrella roja y la leyenda EZLN. Como la sonrisa se nota en los ojos, los cronistas de aquel tiempo pudimos ver que el subcomandante estaba contento.

“Solicito atentamente a los francotiradores pagados por el diputado local del Partido Acción Nacional, que no me disparen hasta que termine de hablar, porque nos interesa mucho que la gente buena de Morelos escuche lo que tenemos que decirle… Ya que terminemos de atender a la gente buena, entonces podremos atender a los que, como ustedes, medran con las justas luchas de este pueblo de Morelos. Gracias. Y ya que estoy de pedinche, de una vez les pido que no me apunten a la cara porque me arruinan el pasamontañas y cuesta mucho trabajo remendarlo. Gracias de nuevo”, inició su discurso y con él la risa de muchos asistentes. Ése era Marcos ganándose a la audiencia, después de eso podía convencerlos o inspirarlos para casi cualquier cosa.

Aficionado a la creación literaria, Marcos leyó una carta escrita por él mismo que atribuyó a Emiliano Zapata, en que narraba la supuesta convivencia del espíritu de Emiliano Zapata con el EZLN en las montañas de Chiapas. “Estos zapatistas me han salido buenos para aprender. Aunque, eso sí, están un poco locos porque se les ocurre cada cosa que ni les cuento porque ustedes están igual de locos, ahí está la prueba en que los han apoyado en todo. Bueno, no crean que me espanto, no ha nacido nadie todavía que espante a Emiliano Zapata, y es que yo me acuerdo bien que, cuando Madero se adornaba con que había tumbado al PRI, perdón, a Díaz, y andaba en la cosa esa de la excelencia empresarial y no sé qué, pues nosotros hicimos el Plan de Ayala. Y entonces el señor Madero nos llamó locos. Y así es de por sí, que a quienes no nos conformamos con mentiras y cambios a medias tintas y exigimos nuestros derechos, nos llaman locos”.

En la plaza de armas de Morelos no los llamaban locos, desde la oficina del secretario de Gobierno, un bromista hermano del gobernador, Vicente Estrada Cajigal, junto dueño temporal del despacho, Eduardo Becerra Pérez, nada simpáticos gritaban desde el balcón “amarillos, amarillos” (en alusión al PRD, entonces partido aglutinador de la izquierda) a quienes escuchaban a Marcos.

Mientras el subcomandante continuaba citando a su versión del fantasma de Emiliano Zapata: “resulta que estos locos zapatistas se han propuesto movilizar a todo el país para conseguir el reconocimiento constitucional de los derechos y la cultura indígenas, y a mi me parece que tan alto ideal es justo y necesario, que nuestros pueblos indios no pueden seguir viviendo y muerindo como cuando Porfirio Díaz mal gobernaba estos suelos, pero pienso que la bandera es demasiado grande para estos muchachitos y que necesitan mucha ayuda para poder alzarla bien alto, que es como deben estar las banderas. Entonces les estoy escribiendo a ustedes para que les echen una mano a estas buenas gentes. Ellos y ellas están muy dispuestos a aprender de nosotros los morelenses. Entonces les pido a todos y a todas que les enseñen a estos zapatistas nuestra capacidad de indignación, de organización y de lucha. La dignidad no necesitan aprenderla porque son dignos, por eso se alzaron. Pero no les haría mal conocer los otros rostros que la dignidad viste”.

Y casi para concluir su fantástica arenga remataba; “bueno, ahí les encargo. Cuídenlos. Ya ven que todavía hay por ahí mucho hijo de puta que quiere hacerle mal al pueblo”.

Y ya sin la máscara de Zapata pero sin renunciar al pasamontañas dos postdatas como en cada una de sus cartas y comunicados, primero “ya me acordé que yo le pedí a mi general Zapata que me permitiera decirles algo. Ahí les va: ¡Viva Zapata, Cabrones!”, y la segunda: “a los jóvenes morelenses, ¿a poco se van a quedar aquí? ¡Vamos a la Ciudad de México! En esta marcha está otra universidad. La cuota de inscripción está aquí en el corazón, y cuando uno se gradúa, se levanta la vista y ya nunca, nunca más la baja. Los que no tengan miedo, que pasen a firmar”.

No hay un registro de cuántos morelenses acompañaron después a Marcos a la Ciudad de México. Debieron ser muchos, pero la semilla estaba ya sembrada entre los morelenses, aunque tardaría años en germinar.

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En el 2006, hubo una nueva visita del subcomandante a Morelos. Esta vez en una gira por el país denominada “La Otra Campaña”, en la que se reunió con defensores de la tierra y comunidades campesinas. Lo acompañó en su caminar por el estado Félix Serdán, quien fue guerrillero junto a Rubén Jaramillo allá por los 40. En Jojutla, el subcomandante Marcos nombraría a Félix mayor insurgente del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

La Otra Campaña en Morelos sirvió para impulsar un cambio político contra el capitalismo, y al autoritarismo y buscar una organización social más horizontal, justa y equitativa.

El movimiento sería extinguido por el propio EZLN en el 2013, para incluir en su programa de ideas la lucha contra otras desigualdades e injusticias, como el machismo, el patriarcado la misoginia, la homofobia.

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A treinta años de la revuelta zapatista por los derechos y cultura de los pueblos originarios, en Morelos hay tres municipios indígenas desde 2019, Hueyapan, Coatetelco y Xoxocotla. Dos más esperan la autorización del Congreso de Morelos para serlo, Tetelcingo y Alpuyeca. El sistema electoral ha avanzado dando tumbos para la inclusión real de las comunidades indígenas en los gobiernos. El trazo de acciones afirmativas en 2021 produjo una colección de simulaciones que fueron parcialmente sancionadas por la autoridad electoral, aunque sirvieron para que se mejorara la norma, aunque aún las comunidades indígenas advierten de la lejanía para garantizar una verdadera representación indígena. Xoxocotla ha vivido episodios de violencia y asesinatos políticos.

En Morelos hay 282 comunidades indígenas reconocidas en 35 municipios, en 173 de ellas se eligen a autoridades por el régimen de usos y costumbres, en el resto, se requiere la convocatoria del ayuntamiento. El único municipio donde no se reconoce una comunidad indígena es Jiutepec, aunque el conteo del INEGI ubicó a casi el 28% de la población del municipio autoadscrita como indígenas, casi 60 mil personas, éstas viven dispersas en todo el territorio y no concentradas en una sola población.