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Ernesto Ríos, especial

Hace apenas unas horas, el mundo del arte se conmocionó el enterarse que el icónico pintor y escultor colombiano Fernando Botero (1932-2023), uno de los artistas latinoamericanos más prestigiados a nivel internacional había muerto a los 91 años.

Desde joven, Botero deslumbró con sus exposiciones. Una de sus más importantes exposiciones fue en los Campos Elíseos de París en 1992, donde su obra escultura fue admirada frente al Arco del Triunfo y paralelamente en la Plaza de la Concordia.

Su singular manejo del volumen ya sea en superficies bidimensionales o en esculturas, no solo distingue su estilo sino que refleja una visión única del mundo. Su impronta estilística es tan particular, cómo en otro espectro, lo es la obra de Alberto Giacometti (1901-1966).

Tuve la suerte de conocer a Botero durante su visita a México en el 2001, cuando presentó su gran retrospectiva en el Colegio de San Idelfonso. Durante nuestra conversación, pude constatar su vasta cultura. Su conocimiento acerca de la historia del arte era amplio. Le gustaba dialogar lo mismo del arte milenario como del moderno. Hablaba con la misma pasión de la obra de Piero della Francesca, Tiziano Giotto que de Modigliani, Brâncuși o Picasso.

Botero me comento en aquella ocasión que aunque los temas artísticos evolucionan, en esencia permanecen sin grandes cambios, van a través de los siglos capturando los intereses esenciales de la mente humana.

En este sentido, la obra de Botero no solo aborda temáticas universales, sino que también ofrece una visión crítica de los acontecimientos y la cultura de su tiempo. Así Botero pintó los problemas de Colombia, y retrató la muerte del narcotraficante Pablo Escobar Gaviria. Con su pintura “inmortalizó” las balas suspendidas que atravesaban la piel de Escobar, dejando una huella imborrable para la posteridad.

Debo confesar que no toda su obra me interesa o gusta; pero hay que reconocer que sus primeras obras tenían una gran fuerza expresiva y soltura. Sus esculturas con volúmenes sensuales son dignas de apreciarse.

Mas allá de las modas y estilos que van y vienen e independientemente de las críticas entendibles que muchos artistas o críticos puedan hacer sobre su trabajo (ya sea por envidia o por una postura filosófica o estética). La obra de Botero ocupa y ocupará un nicho en la Historia del Arte universal que muy pocos artistas latinoamericanos podrán alcanzar en vida a aún después de su muerte.

Hay que celebrar el legado y huella positiva que deja y admirar cómo trascendió las fronteras con el lenguaje universal que es la creación artística. QEPD.

Fotos Archivo personal de Ernesto Ríos

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