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Roberto Fuentes Vivar

Don Carlos se llevó el secreto de la poesía entre los labios.

En esos labios debajo del bigote que sonreía cuando se autoproclamaba integrante de la poesía secreta, como burlándose con ironía, de la policía secreta tan temida por la izquierda en aquellos años setentas de los negros separos de Tlaxcoaque.

Pero no era integrante más, era “El Comandante Supremo de la Poesía Secreta”.

Era el humanista que hizo entender al mundo que Poesía y Periodismo comienzan con la misma Letra. Esa P de Pasión, esa P de Payán. Porque periodismo y poesía no pueden entenderse sin la P de Pasión, sin la P de Payán.

Llegué a Gayosso Félix Cuevas, cuando las sala 5 y 7 estaban aún vacías. Cuando había un silencio que rascaba los oídos. Un silencio tan grande como el minuto en el cual decenas de miles mexicanos le rindieron tributo en el zócalo a Don Carlos.

Y sí, fue este 18 de marzo, en el que se recuerda la expropiación petrolera. Ese día en el que la congruencia de Don Carlos externaba la dignidad de la nación y la defensa del oro negro mexicano.

A Don Carlos ya le habían crecido más las alas en ese momento. Ya no solo eran las del ángel que nos arropaba en Balderas 68, sino las que resguardarán para siempre la palabra, esa Palabra que comienza, otra vez, con la P de Payán.

Como no había nadie decidí hacerle un homenaje comiendo unos tacos de canasta. De esos que se le antojaban a media mañana para matar al hambre y le decía a Goyita o a Soco que por favor (siempre por favor) le subieran unos tacos de canasta con salsa verde o roja.

Regresé a Gayosso cuando estaban colocando el féretro y los empleados hacían un ritual que seguramente no le hubiera gustado a Don Carlos, siempre enemigo de las parafernalias anacrónicas.

Y me cayeron los recuerdos: aquel 29 de febrero de 1984, cuando Don Carlos anunció, ante alrededor de cinco mil personas, como calculaba Carmen Lira, ese Proyecto de Payán que se llamaría La Jornada. El principal movimiento periodístico de muchas décadas y quizá de muchos siglos. Un proyecto colectivo que nació de abajo hacia arriba.

Y ese momento más, cuando en Miguel Ángel 94, en la redacción de UnoMásUno, me dijo con su voz paternal, arropadora, “acompáñeme”. Y fuimos a comer esas tortas adobadas “Perla” enfrente del mercado de Mixcoac. Cómo las disfrutaba. Aquí, muy cerca de Gayosso Félix Cuevas.

Comenzó a llegar gente a la funeraria (me molesta el nombre, pero no hay otro para definir un tanatorio): Cuauhtémoc Cárdenas y Elenita Poniatowska que subieron por el elevador a las salas cinco y siete… y políticos y periodistas.

Reporteros que recordamos el respeto con el que siempre nos trató a todos. El respeto de quien es congruente con sus principios y que sabe que la humildad construye la grandeza, para tratar lo mismo a un presidente de la República que a la telefonista Irma de allá de Balderas. Ese respeto con el que les hablaba a Carlos Fuentes o a Carlos Slim, allá en Casa Chón, en la merced, ese barrio que tanto conocían Don Carlos y el hombre más rico de México.

Ahora encima de ese ataúd y muy cerca de lo que son hoy las instalaciones de La Jornada, está su foto. El mismo rostro con el que lo vi sentado en aquella mesa con Fidel Castro, Gabriel García Márquez, Sergio Méndez Arceo y Luis Cardoza y Aragón, cuando el comandante supremo de Cuba rememoraba al comandante supremo de la Poesía Secreta cómo había salido de Tuxpan en el Granma.

Una bandera del Partido Comunista lo envolvió, así como nos arropaba él cada día. Y algunos cantaron “La Internacional”, en homenaje al humanista.

Don Carlos fue un constructor del periodismo moderno. El hombre que ayudó a poner los tabiques de la democracia. Pero también el constructor de las escaleras para ascender a la alegría.

Y otro recuerdo golpeó el cerebro: Yo allá en mi querida Mérida, tratando de deletrear cómo se escribía Acanceh, porque en el teléfono sólo podía escucharse acanqué y la Rayuela hablaría de la ternura de la leche. Porque ese día decenas de habitantes, todos adultos de esa localidad, se habían enfermado por tomar el lácteo que les había llegado al inaugurarse una sucursal de Liconsa. Brindaron con leche. La bebieron hasta saciarse. Sus cuerpos tenían años de no beber ese alimento, quizá desde la infancia cuando los senos maternos los llenaron de vida. Se enfermaron. Les dio diarrea. Y la inquina panista hablaba de leche envenenada.

Recuerdos y Respeto. Dos palabras que estuvieron presentes ahí en Gayosso, cuando Don Carlos era arropado con símbolos. Ninguno tan grande como su voz, a veces casi inaudible, con la que nos arropaba a todos y a cada uno de nosotros.

Don Carlos se llevó también entre los labios la palabra ternura, con la que nos develaba los secretos de la poesía secreta.

Llegó mucha gente a su velorio. A muchos no los vi, porque me fui en silencio, con el agradecimiento eterno por compañero.

Y una cosa es cierta; Periodismo y Poesía, para siempre, comenzarán con la misma letra, con la P de Pasión, que es la misma de Payán.

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