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Tania Corkidi al final de su ponencia en el seminario de Estudiantes de Ciencias de Morelos. Fotografía cortesía de Difusión ICF

Por serpientes no paramos. Y muchas de ellas son venenosas. Con noventa especies de serpientes venenosas, México ocupa el primer lugar, dentro del continente americano y el segundo lugar a nivel mundial, en cuanto a cantidad de especies de este tipo de animales. Se calcula que cada año en nuestro país hay alrededor de cuatro mil envenenamientos causados por mordedura de serpiente, “aunque en Estados Unidos se reportan ocho mil anualmente, y eso que tienen mucho más control, es decir, menos accidentes y están menos expuestos a este tipo de animales […] por esto creemos que el cálculo mexicano está muy por debajo de los números reales”, dijo Tania Corkidi Zajur, estudiante de maestría del Instituto de Biotecnología, durante el seminario de Estudiantes de Ciencias de Morelos, organizado por el Instituto de Ciencias Físicas de la UNAM campus Morelos, realizado el pasado primero de diciembre.

Entre el 90 y 95 por ciento del veneno de una serpiente está compuesto por proteínas, es decir, máquinas moleculares que buscan interactuar con distintos componentes de las células de sus presas, y cambiar su conformación. Pero no todo el veneno son toxinas. En el caso de la nauyaca de cuernos anchos —cuyo nombre científico es Ophryacus sphenophrys—, “alrededor de 13 por ciento de su veneno es una neurotoxina llamada sphenotoxina”, detalló Corkidi.

La nauyaca de cuernos anchos es la serpiente más rara de Norteamérica. Habita solamente en una comunidad en las pendientes de la Sierra Madre del Sur, en Oaxaca, en Cerro Perico. Aunque tiene otras dos hermanas evolutivas, esta serpiente difiere de ellas, como su nombre lo indica, en el ancho de los cuernos que coronan sus narices. Y en un elemento clave más, la sphenotoxina. Su veneno —al menos al aplicarlo a ratones— es mucho más letal que el de sus hermanas, y esta toxina parece ser el ingrediente mortal.

“Este componente se parece mucho a uno de la serpiente de cascabel que causa parálisis flácida”, explica Corkidi refiriéndose a la toxina de la nauyaca de cuernos anchos, que es 85 por ciento similar a la de cascabel. “Lo curioso es que esta serpiente no es una víbora de cascabel, es una nauyaca, pertenece a otro género”, apuntando a que probablemente los orígenes de cada toxina sean distintos, pero por azares evolutivos terminaron siendo muy similares.

El proyecto de maestría de Tania Corkidi se enfoca en conocer a detalle atómico la estructura de esta toxina, para poder compararla a la de la cascabel. Esto con el fin de saber qué tanto servirá el antiveneno que ya se produce para neutralizar el veneno de la cascabel, en el veneno de la nauyaca. Es decir, qué tanto importa la diferencia de 15 por ciento entre toxinas. Hasta ahora, Corkidi ha encontrado que algunos anticuerpos del antiveneno de cascabel sí logran reconocer a la sphenotoxina de la nauyaca, aunque hay otros que parecen no tener efecto. “Esto no significa que el antiveneno no vaya a funcionar” aclara la estudiante de maestría, “tal vez sólo se necesiten más viales de antiveneno para tratar la mordedura de la nauyaca que la de cascabel”.

La investigación continúa en el Instituto de Biotecnología, quien muy pronto tendrá una nueva graduada de maestría y una receta precisa para tratar la mordedura de una nauyaca de cuernos anchos.

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