- Retrato escrito de Ernesto Seco Uribe Por Raúl Silva
“No creo en la moda, creo en la indefinición del arte. Sueño en una pintura que nadie ha pintado y que sin embargo existe. He venido a hacer lo mismo que antes; a saltar desde la misma roca al río que nunca es el mismo.” Ernesto Seco Uribe
La ironía, fina la ironía, ataviada por un dejo de elegancia que en el momento más inesperado hacía erupción y nos dejaba perplejos, con la sospecha de haber sido testigos de una felicidad que nos pertenecía a todos. Así vestía el Seco su andar por la vida, porque para él todo sucedía a la velocidad del ahora. Ese ahora que, con toda su fragilidad, dejaba huellas que mucho tiempo después, todavía, siguen acariciando nuestra memoria. Ceremonias que ocurren como actos de iniciación que se convierten en amuletos de la memoria.
Tal vez por eso, muchas veces se olvidó de lo que más quería. A Ernesto Seco le encantaba incendiar el presente, sin detener el paso, sin mirar hacia atrás.
Cuando nos conocimos, él era ya un aprendiz de escritor y sus relatos habían alcanzado la forma de un pequeño libro, Zooilógico, que fue confeccionando en el taller de literatura que coordinaba Poli Délano en Cuernavaca. Un muy buen libro de principiante, que José Agustín apreció y en afán de profeta vaticinó que el porvenir de ese muchacho era de altos vuelos en las letras mexicanas. Cuentos para cobijarse del gélido desamor y al mismo tiempo declararle su pasión a la ausencia, mensajes de un náufrago veinteañero.
Desde muy joven, la literatura fue siempre un fulgor que irradió en todos sus menesteres. Formas de enamorar, inspiración de sus relatos y sus canciones (porque también la música fue una compañera consuetudinaria de sus vagancias terrenales), divertimentos que fueron inspiración en sus ratos de jardinero, taxista, locutor de radio, corrector de estilo, trovador callejero, actor de carpa popular… Hasta que un buen día le encomendó su alma a la pintura, y por lo tanto incendió nuevamente su pasado, con la convicción de quien busca la quintaescencia: “a sabiendas de que este río va a la mar, no quiero desperdiciar más oportunidades de nutrir esa vida espiritual, que al fin y al cabo se reduce a un sólo concepto: paz…”
Su espíritu errante lo llevó a vivir a Cozumel, Ciudad de México, Mérida, Santa Paula, Ojai, como si ese instinto nómada fuera en realidad una permanente búsqueda de nuevos puertos para su imaginación. Pero fue la pintura el certero punto de fuga donde concentró toda su vida, que es decir su espíritu, su alma y su médula. El erotismo y la música fueron dos emisarios de esa búsqueda. En 1998 y 2010 fue invitado de la Filarmónica de Los Ángeles para registrar momentos de sus ensayos a través de su arte pictórico.
Ernesto Seco Uribe Alpízar vivió 53 años, un instante en la eternidad.