(Primera parte)

 

para Mafer, una botella al mar.

Escribía desde muy joven. Al principio, breves mensajes que dejaba en los sitios por donde caminaba, incluida su casa, los salones de la escuela, las cenadurías, el acantilado y las barcas del pueblo. Esos señuelos tenían forma de pequeños poemas, plenos de misterio y preguntas, que generalmente se quedaban sin respuesta. Eso no le importaba, porque sabía muy bien que no es fácil conseguir las resonancias del eco, y mucho menos en este mundo, que a ella le gustaba llamar inmundo.

Dime, lluvia

¿qué esconde el sol,

radiante y milenario?

Diz-me, chuva

o que esconde o sol,

radiante e milenar?

Su nombre, Albertina, era reflejo de su ser: “la resplandeciente”. El nombre de su pueblo, Azenhas do mar, también hablaba de sí mismo: molinos de mar. Allí creció Albertina, desde aquel ya lejano domingo 7 de julio de 1907, cuando llegó al mundo, para alegría de esa mujer que tanto insistió en dar vida y cuyo oficio era vender “castanhas quentinhas e boas” (castañas calentitas y ricas). María Doroteia era su nombre, y Ethan Gabriel el de su esposo, artesano de la música, fabricante de violas.

Desde aquí,

a la orilla del acantilado,

algo sucede en mi memoria,

como si fuera

una estrella fugaz

A partir daqui,

na beira do penhasco,

algo acontece na minha memoria,

como se fosse

uma estrela cadente

Albertina Fariña nunca fue a la escuela. Su educación quedó en manos de su abuelo, Nicanor, que tampoco se educó en escuela alguna. De hecho, era una tradición familiar prescindir de ese hábito, que tanta ignorancia ha fomentado. El viejo Nicanor era un filósofo silvestre, de esos que viven atentos a los murmullos de la naturaleza y a las corazonadas. Una de sus enseñanzas favoritas consistía en transmitir la duda como un sentido común, sin el cuál difícilmente se puede hallar el camino.

Al abuelo Nicanor

le gustaba jugar con las estrellas

aún en noches nubladas

lograba sentir esos rayos

de donde nacían

otras constelaciones

O avô Nicanor

gostava de brincar com as estrelas

mesmo em noites nubladas

ele podia sentir esses raios

de onde outras constelações

outras constelações

Albertina sabía muy bien que Azenhas do mar era la tierra donde su vida forjaría memoria, donde su alma vagaría por el resto de la eternidad. (Continuará).

Lembar. Emilio de Paula Campos.

Azenhas. Mar Colares, Sintra, Lisboa.