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El gran William Friedkin

Davo Valdés de la Campa

Cuando Francis Ford Coppola firmó para dirigir su primer largometraje, después de trabajar para Roger Corman, tenía 27 años. Se sentía orgulloso de ser tan joven y de tener acceso a la anhelada silla de cineasta. Coppola, quien desde los inicios era soberbio e intenso, se sorprendió al saber que había otro director más joven que él que ya tenía un largometraje en el bolsillo. Se trataba de William Friedkin. El filme era Good Times, una comedia musical rara, protagonizada por Sonny y Cher en la que se intercalaban géneros tan diversos como el western, thrillers de espías e incluso guiños a las películas de Tarzán.

En un brillante ensayo del escritor Sergio Huidobro que lleva por título “El exorcista: medio siglo de penumbra” se asegura que todo sucedió en 1973, el año en el que se estrenó The Exorcist, la película que cambió para siempre el cine de terror, el filme que se convirtió en la vara con la que se miden todas las otras películas del género. Según Huidobro: “en el invierno de 1973 un mundo parecía desmoronarse mientras otro, incierto, emergía de los escombros”. Para entender ese mundo hay que remontarnos a 1969, a la contrastante clausura de una época idealista en la que tenemos por un lado Woodstock y el movimiento hippie en su momento más álgido y por otro, al abominable asesinato Tate-LaBianca perpetrado por La Familia de Charles Manson. The Exorcist será la película por la que Friedkin, quien falleciera el pasado 7 de agosto en su casa en Bel Air, será recordado. No obstante, si hurgamos en su extensa filmografía, podemos encontrar a uno de los directores estadounidenses, de la llamada Nueva Ola de cine americano, más brutal, arriesgado y pulcro. Véase Cruising, Sorcerer, Killer Joe, To Live and Die in L.A e incluso The Hunted.

Nacido en Chicago en 1935, William Friedkin fanático de Psicosis, Ciudadano Kane, Las diabólicas y El salario del miedo, desde muy joven trabajó para la naciente industria de la televisión en vivo. A sus 22 años ya se jactaba de haber dirigido cerca de mil programas, incluida una docena de documentales. Después de Good Times, filmó de manera sucesiva otras tres películas: The Birthday Party, The Night They Raided Minsky’s y The Boys in the Band, en esta última conocería a su primera esposa Kitty Hawks, hija del mítico Howard Hawks. En esa época Friedkin se había hecho fama de director artístico, muy cercano a la tradición europea, aspecto que el mismo Hawks le reprochó. “Lo que la gente quiere son películas de acción”, le dijo durante una cena en el restaurante Chianti de Melrose. Fue entonces que decidió hacer The French Connection.

The French Connection es a las películas policiacas lo que The Exorcist al género del terror. El filme es un thriller basado en hechos reales acerca de una red de narcotraficantes descubierta por el departamento de policía de Nueva York y adaptado de una novela de Robin Moore. Cuando los productores buscaron a Friedkin, a quien alababan por su trabajo en The People Versus Paul Crump, no dudaron en presionarlo. “No puedes cagarla”, le dijeron. De esa manera ideó un protagonista, un “poli que no hayan visto antes, un poli que sea bueno y malo, víctima y verdugo a la vez”.

The French Connection, que se filmó en cinco semanas, estableció muchos de los parámetros y clichés que hoy asociamos a las películas policiales. Friedkin no dudó en utilizar el estilo de documental para dotar a la cinta de un realismo crudo necesario para la violencia de lo representado. El resultado, un filme oscuro y complicado.

El rodaje hoy sería impensable e imposible de realizar. Sólo basta revisar la icónica secuencia de la persecución en la que Gene Hackman, al volante, trata de alcanzar el tren en el que huye uno de los sospechosos. Sobra decir que no se utilizaron efectos especiales y que se puso en riesgo a transeúntes, miembros de la producción y a los mismos actores. Aunque el ritmo de la persecución estaba cuidadosamente planificado de antemano (se cuenta que Friedkin usó la canción “Black Magic Woman” de Santana para darle una estructura a la secuencia) hubo varios imprevistos. Los conductores stunts chocaron varias veces, algo que no debía suceder según el guion pero que pueden verse en el filme.

La secuencia se rodó un domingo por la mañana en las calles neoyorquinas, intentando aprovechar que había poca gente circulando, aunque sin restringir el tráfico. Así que cuando vemos en pantalla a Hackman completamente poseído, acelerando a tope, esquivando automóviles, frenético y furioso, estamos viendo prácticamente lo que se filmó. El riesgo y la sensación de peligro son auténticas.

The French Connection fue un éxito de taquilla, arrasó tanto en los Globos de Oro como en la ceremonia de los Óscar, donde ganó el premio a mejor película por encima de El violinista en el tejado, The Last Picture Show y La naranja mecánica. También se llevó el Óscar a la mejor dirección. En alguna ocasión Friedkin aseguro que: “todas las películas que he hecho, que he elegido hacer, tratan sobre la delgada línea entre el bien y el mal. Y también la delgada línea que existe en todos y cada uno de nosotros”. Esa idea ya estaba en The French Connection y más tarde hallaría eco Cruising y por supuesto en The Exorcist. Lo que me inquieta es que para él esta última nunca fue una película de horror. No quiero pensar cómo hubiera sido una película de terror si se lo hubiera propuesto.

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