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José Antonio Gómez Espinoza

En el calendario de nuestros ancestros no había un pensamiento escatológico, el pensamiento del alfa y la omega, la idea de que todo principio tiene un fin. Nuestros ancestros viven un pensamiento cíclico, donde, un ciclo se continúa con el siguiente, de manera permanente e ininterrumpida.

En las sociedades modernas, el fin de año se celebra con el calendario Gregoriano que marca su inicio hace unos dos mil años con el nacimiento de Jesucristo que define un parteaguas en la historia de la humanidad. En 1582 bajo el papado de Gregorio XIII surgió el calendario que vino a sustituir al Juliano. Este calendario es el reconocido por las sociedades modernas, aunque hay otros calendarios vigentes, uno de ellos es el calendario chino cuyo fin de año no coincide con el gregoriano.

En Mesoamérica se tenían dos calendarios, uno solar, el Cempoallapohualli de 365 días con 18 meses de 20 días más cinco días aciagos llamados Nemontemi (con éste, se organizaba la vida civil y religiosa). El otro, el lunar o Tonalpohualli constaba de 260 días con 20 meses de 13 días. Era el calendario ritual, el adivinatorio y el que organizaba la actividad agrícola de nuestros ancestros.

De acuerdo con el calendario mesoamericano el mes de 20 días que precedía a los Nemontemi (cinco días aciagos) marcaba el fin de año entre los mexicas. Este mes, era conocido como “Izcalli” y coincidía con el mes de enero gregoriano. Yólotl González asevera que “Con el Fuego Nuevo se apagaban todas las luces de Tenochtitlan y esperaban la culminación de las ‘Pléyades’ o ‘Siete cabrillas’ en el cenit, señal de que nacería un nuevo sol.

En el calendario Mesoamericano no había años bisiestos. El año bisiesto en el calendario Gregoriano se ajusta el casi 25 por ciento de un día que se suma cada año, añadiendo cada cuatro años un día al mes de febrero. Nuestros abuelos, lo hacían celebrando el reinicio de un nuevo ciclo diferenciando la hora del día, para su celebración. Así, un año celebraban el inicio del nuevo ciclo al amanecer, el siguiente a medio día, el otro por la tarde y uno más por la noche con lo que se ajustaba ese cuarto de día adicional, sin necesidad de un año bisiesto cada cuatro años.

González Torres, dice que el ciclo del calendario Mexica daba inicio en el mes de febrero. Las festividades del nuevo ciclo se realizaban en honor del Dios del Fuego, “Xiuhtecuhtli”, deidad responsable de la regeneración del mundo. El siglo para los antiguos mexicanos tenía el equivalente a 52 años cuando se hacían grandes ceremonias al “Fuego Nuevo”.

Con la evangelización se impuso el calendario Gregoriano y los rituales católicos. Nuestros ancestros, no perdieron sus simbolismos y rituales, solo los mimetizaron, en un sincretismo subterráneo. La ceremonia del “Fuego Nuevo” persiste en comunidades con raíces indígenas. Recuerdo en mi niñez, que, al finalizar la misa de gallo, en el atrio de la iglesia se encendía una gran fogata que atizaban los mayordomos regalando brazas a los feligreses.

Gonzales Torres, menciona que como parte de los rituales, “renovaban vasijas, bancas, ropa, barrían las casas y todo lo viejo lo tiraban a la basura”. Este simbolismo sigue siendo parte del ritual del fin de año, en muchas familias mexicanas.

En el ritual del Fuego Nuevo, repartían un tipo de tamal a los presentes. Tengo presente en mis recuerdos infantiles, el reparto de panecillos (en sustitución del tamal) por parte de los “mayordomos”. Otro ritual político-religioso de origen prehispánico es el cambio de autoridades la noche del 31 de diciembre. En comunidades rurales, se hace el cambio de bastones de mando de los “mayordomos” (autoridades ligadas al servicio de la iglesia).

Quiero aprovechar la oportunidad para desear a todos nuestros lectores que el año que está por iniciar sea una oportunidad de renovación de nuestro pensar y sentir en armonía y solidaridad con nuestros semejantes, entendiendo como tales no solo a los humanos sino al resto de los vivientes y también los no vivientes.

FELIZ AÑO NUEVO

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