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Martín Cinzano

En El cine según Hitchcock, de François Truffaut, se encuentran algunas claves para adentrarse en la cinematografía de quien, según Jean-Luc Godard, fuera el único poeta maldito exitoso de la historia. Uno de los aspectos más asombrosos del libro, publicado en español por Alianza en 1974, es la meticulosidad con la que Truffaut y el mismo Alfred Hitchcock repasan la variedad de registros de las películas del maestro, además de una natural displicencia a la hora de abordar algunos aspectos concernientes a la “creación”, ese mito tan caro a los artistas de todas las épocas.

Una buena película puede surgir de una nimiedad, nos parece decir Hitchcock, y esa nimiedad de pronto adquiere la fuerza de una imagen viva o de una “vieja idea” de otro tiempo, dejada al pasar en algún punto de la vida. (Otro cineasta, Antonioni, decía que una idea “debe permanecer a flote por sí sola en el mar de cosas que se acumulan viviendo”: sólo entonces es posible realizarla, “solo entonces se hace una buena idea”).

Sin embargo, también sabemos que hay ideas que se devalúan con prontitud, irremediablemente. Aquella gran idea de la que nos orgullecemos con soberbia es como un huracán: se degrada de categoría apenas toca las costas de nuestra serenidad, lo cual es una suerte si se piensa, como Marcial, que gran cosa es callar. He aquí entonces el lado bueno de esta cuestión: si las “grandes ideas” que a veces se cree tener se hunden en la mediocridad tan rápido como vinieron, será mejor, por una cuestión de reciclaje, ir a buscarlas en alguna noticia del periódico para después mezclarlas con sucesos acaecidos en nuestras propias vidas, como, sin ir más lejos, hizo el mismo Hitchcock en el caso de una de sus mejores películas: The Wrong Man.

No es pues que las ideas se olviden, no; es que aquellas grandes ideas de golpe no lo son tanto, después son malas y al rato son evidentemente pésimas. Lo del huracán era un mal ejemplo, una mala idea, en realidad: el meteoro por lo menos causó un desastre y fue digno de mención. Por lo cual, quizá sea mejor ilustrar esto recurriendo al efecto dialéctico entre la borrachera y la cruda, “porque las ideas que se le ocurren a uno en plena noche, y que cree que son formidables —le dice Hitchcock a Truffaut— resultan ser a menudo lamentables a la mañana siguiente.”

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