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Nuestra existencia se remonta al polvo cósmico que se condensó en las primeras formas celulares hace 4 mil millones de años. Según la visión clásica del origen de la vida en nuestro planeta, los elementos esenciales para la vida, como el hidrógeno, oxígeno, carbono y nitrógeno, fueron forjados en las estrellas y galaxias antes de ser esparcidos por el cosmos, eventualmente convergiendo en distintas formas de vida en la Tierra. Esta teoría, presentada por el científico soviético Alexander Oparin en su influyente libro “El Origen de la Vida” en 1924, sugiere que a medida que la Tierra se enfriaba, sustancias orgánicas precursoras comenzaron a formarse en una atmósfera primitiva, aún carente de oxígeno. Entre estas sustancias se encuentran los aminoácidos, azúcares, amoniaco, acetaldehído y otros compuestos fundamentales para la vida tal como la conocemos.

Años después, cuando la lectura del libro de Oparin se hizo popular en los círculos científicos, Stanley Miller, un joven estudiante norteamericano diseño un experimento para probar las ideas de Oparin. Simuló en el laboratorio la atmósfera primitiva de la Tierra, usando un matraz en el cual bullía agua que al evaporarse reaccionaba con los gases metano, amoniaco e hidrógeno al influjo de chispas eléctricas, para finalmente producir aminoácidos. El resultado fue sorprendente porque los aminoácidos son las unidades químicas de las proteínas, moléculas fundamentales de la vida. Estos hallazgos tuvieron un impacto extraordinario en el pensamiento contemporáneo sobre el origen de la vida. El trabajo se publicó en 1953 en la revista Science, curiosamente en ese mismo año también se publicó el descubrimiento de la estructura del ADN, la clave de la herencia.

Aunque Miller señaló claramente la posibilidad de formar compuestos orgánicos en un medio abiótico, era poco probable que la vida emergiera en un medio caótico pleno de diversas moléculas e interacciones. Por lo tanto, Oparin también postuló la formación de “coacervados”, pequeñas gotas probablemente de ácidos grasos que podrían encapsular las primeras moléculas complejas, proporcionando un entorno favorable para la evolución de los componentes metabólicos y el intercambio con el medio ambiente.

El descubrimiento del código genético y del papel del ácido ribonucleico mensajero (ARNm), introdujo en 1968 la idea de un origen de la vida basado en las moléculas de la herencia en lugar de uno meramente basado en el metabolismo enzimático. Está hipotésis, conocida como el “mundo de ARN” agregaba la idea de la reproducción y herencia en los sistemas biológicos primitivos, que la teoría de Oparin no consideraba plenamente.

El papel del ARN en el origen de la vida permanecía como una buena idea pero carecía de evidencia favorable. Fue hasta 1982 cuando Thomas Cech, en su banco de laboratorio en la Univesidad de Colorado, descubrió que las moléculas de ARNm de un protozoario ciliado llamado Tetrahymena, podían escindir una porción de sí mismas antes de ser leídas en el ribosoma para fabricar una proteína. El hallazgo señalaba contundentemente que el ARN tenía la propiedad de catálisis similar a la de una enzima hecha de proteínas. El descubrimiento simultáneo de otros ARN autocataliticos, llamados a partir de entonces ribozimas, se apoderó de la imaginación de los fanáticos del mundo del ARN. La versatilidad de la molécula propició también la búsqueda de ARN sintéticos capaces de copiar una hebra de ARN incorporando ribonucleotidos complementarios, configurando un escenario plausible para el origen de la vida.

El desarrollo tecnológico reciente para encapsular moléculas de ARN auto-replicantes y autocatalíticas en membranas lipídicas, similar a cómo se hacen las vacunas contra el COVID-19, ha redefinido nuestro enfoque experimental sobre el origen de la vida, llevando a nuevas perspectivas que Oparin, quizás, habría contemplado con gran expectación. La idea seminal de Alexander Oparin hoy nos permite tener una ventana al más remoto pasado, y probar experimentalmente los elementos que juntos pudieron conducir a la expresion de la vida tal como la conocemos.

vgonzal@live.com