La obra de teatro Border Santo de Virginia Hernández, dirigida por Juan Carillo y presentada por personas egresadas de la Escuela Nacional de Arte Teatral (ENAT) culminó su temporada la noche del 27 de abril del presente año. Esta temporada se puso 47 veces en escena en el Foro Antonio López Mancera del Centro Nacional de las Artes de Churubusco en Ciudad de México. La propuesta artística trastoca temas sobre las fronteras y la migración. Aquí algunas notas.

Las artes y los estudios migratorios en intersección fungen como un catalizador de examen de conciencias. Una de las únicas propuestas escénicas serias y respetables que conoce el autor de esta columna es la obra “Caravaneros” de Douglas Oviedo, tiene forma de texto y el dramaturgo es migrante, activista y escritor. En dicha obra se pretende explicar lo que los estudios migratorios en cuantiosos artículos no ponen sobre la mesa: miedos y sentimientos, diálogos, abstracciones y “sin razones” o “sin evidencia empírica y cuantificable” dirían las ciencias sociales y las humanidades. La segunda obra es Border Santo que emana como el examen de titulación de las egresadas de la ENAT, su seguimiento y (a)puesta llevan los temas migratorios a otro plano, desde otra perspectiva.

Cuando versa sobre el tema fronterizo llaman la atención diversos elementos. En una escena que se repite varias veces el uso de púas enmarcan la imposibilidad de cruzar de manera libre las fronteras, las púas como símbolo, pero también como redención y pecado. Cruzar la línea entre lo sacro y lo profano. El sueño americano como una promesa, pero también la convulsión del deseo de cruzar que a veces pareciera ronda entre ser necesidad y convertirse en necedad. Dejarse llevar, pero también ser imposibilitado por procesos de selección de perfiles de aquellos que pueden cruzar.

La frontera también se representa en la obra como un cholo, como un pachuco, como un hombre joven sólo, que habla espanglish y sabe bailar al ritmo del acordeón. Que se sabe provenido de Aztlán, pero que no es ni gringo ni mexicano. Sincretismo y mezcolanza cultural. El hombre hecho frontera provenido de los Borderlands. “El migrante no tiene identificación, pero tiene identidad” de Carlos Monsiváis. La frontera también se presenta como un grupo de personas envueltas entre las púas que no permiten cruzar al migrante. El migrante busca “un hueco” un espacio para poder cruzar.

El migrante puesto en escena es principalmente mexicano, tiene el anhelo de buscar un mejor futuro, los medios económicos para poder sobrevivir y el deseo de hacer algo diferente. El proyecto migratorio y la decisión familiar o colectiva de querer movilizarse es una apuesta del todo por el todo. Puede costar la vida en tanto que el desierto, los grupos de estadounidenses armados que cazan migrantes como conejos, el coyote que abandona, la migra, la sed y la traición son causas de muerte. Los corredores migratorios crean dinámicas en donde las autoridades, los habitantes de ambas fronteras y los migrantes son conscientes de que la vida puede no valer nada como promulga Jorge Alfredo Jiménez.

Quizá de aquí emerge una de las críticas que se le pueden enjaretar sin tanto éxito a la obra: la falta de actualización del perfil y de las dinámicas migratorias. El migrante ya no sólo es mexicano, el migrante que cruza México y la frontera es centroamericano, haitiano, venezolano, transcontinental del Zanzíbar, de Afganistán, Siria, Ruanda, Senegal, entre otros espacios. También, el uso de aparatos electrónicos y las redes son fundamentales en los últimos años para las personas que cruzan fronteras. Sin embargo, de estas tensiones están más actualizados los migrantes, dinámicas recientes que se producen con el hacer y no con el conocer de la academia o el arte. Sería productivista, caro y absurdo pedirles a estos dos acercamientos conocer azas estos procesos de movilidad.

El uso del espacio, la escenografía y la vestimenta o la falta de ella son factores que juegan a favor de la obra. Simular un camión con dos sillas y dos luces es imaginar. El uso de elementos como zapatos para simular piedras o la creación de imágenes como una virgen embarazada, migrante, crucificada, con púas envueltas es privilegio de la vista. El cuerpo como elemento de expresión y el cuidado con el que se figura la desnudes también es privilegio de la vista. La forma en la que las y los actores juegan en la oscuridad, con las luces y con los atuendos hace recordar a coreografías complejas en donde salen y entran de manera coordinada las ideas, los sonidos y los personajes. No imagino del todo esta obra en un formato de teatro italiano, las entradas y salidas múltiples, la iluminación circulante y el movimiento es parte de la inmersión y magia del trabajo artístico de Border Santo.

La religión como un tema trágico circular hace sentir la obra como un espacio de sincretismo, convergencia entre la escritura, la actuación, la iluminación y la preparación conversada de una obra que habla de varios temas complejos. Border Santo también retoma el mito, el rito y el lenguaje. Este trabajo hará de la obra y sus secuaces algo continuo, con situaciones siempre vigentes y humanas. La autoridad como frontera, los muros como frontera, el idioma, las carencias, las palabras y los deseos como frontera. Border Santo es un espacio de cruces, de hilatura, demuestra que la frontera no sólo es cruzar una línea, la frontera puede ser un cholo, un amor, un alambrado, la inmovilidad, las autoridades, un papel, la cordura.

Este texto es posible gracias a Emma González.

*Milpaltense, internacionalista, escribiente y migrantólogo