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La poesía de Manuel Illanes

Por Raúl Silva de la Mora

“El futuro no figura en carta ninguna de travesía”

Manuel Illanes nació en Santiago de Chile en 1979, seis años después del golpe de estado que truncó la vía socialista propuesta por el gobierno de Salvador Allende. Hacer notar este hecho no es algo anecdótico. Nacer en un país y en tiempos donde el terror suplantó a la utopía, es vivir marcado por la historia y por la urgencia de reinventar a este mundo enfermo. No es un dilema ideológico, no es un asunto de militancia política, sino de elemental amor por la vida, a contracorriente, a sabiendas que de antemano la derrota es una posibilidad latente. Una expedición donde la poesía es como una armadura. Por lo menos esa poesía que la sensibilidad de Manuel Illanes comenzó a labrar desde antaño.

En Tarot de la carretera (Editorial Fuga, Santiago de Chile, 2009), su primer libro, Manuel Illanes deja en claro su horizonte: convoca a los Arcanos y se lanza a los caminos. El gesto es primigenio, natural, y contiene la certeza de salir en busca de certezas: “¿No es acaso irónico que te encuentres por primera vez enfrentado al desierto al que has intentado desde siempre cercar en tus poemas? Todo lo que ha escrito habla, de una u otra forma, de estas arenas, describe este inmenso páramo al que van a perderse todos los caminos. Tarde o temprano tenías que venir aquí, poeta de la sal, a enterrar tu corazón en el corazón del desierto, y ser purificado por el sol de tus opios y extravíos”.

Manuel Illanes es un poeta mexicano nacido en Santiago de Chile. El gentilicio se lo ganó a pulso, instintivamente, sí, convocando a esa mitología mexica en Crónica de Tollán, su segundo libro, publicado en 2012 por Piedra de Sol Ediciones, en Santiago de Chile. Pero también en la calle, vagabundo de la Ciudad de Hierro y los pueblos originarios. Esa inmersión fantasmagórica, donde “la noche es la cueva en que los murciélagos / asaltan los sueños y nos perturban”. El árbol de la vida, las lenguas mutiladas, el fuego del brasero, las guerras floridas (del narco o de Huitzilopochtli, el señor y la señora de la Muerte, la Señora del Inframundo, el cuchillo de obsidiana.

La desolación y sus dolencias, la violencia y sus desesperanzas, el mundo inmundo, la aridez de la vida, la muerte insurrecta, materia de una poesía que se rebela contra el pesimismo. Que nadie se deje llevar por las apariencias. Esta poesía indaga en las heridas, con la pasión de ese sobreviviente que es su autor.

“Mi cráneo se agrieta durante la noche, hordas de diablillos escapan, libertinos en una bacanal de la que sobreviven algunas modestas imágenes arrastradas hacia el olvido por la resaca de la vida diurna”. (Diario de la peste, GO Ediciones, 2019, Santiago de Chile).

Ya desde los títulos de sus libros, Manuel Illanes convoca a un estado anímico donde todo pareciera estar definido por la derrota. Y, sin embargo, en los extramuros de la amargura brota su latir, como agua de manantial: “Habitar esta ciudad es palpar la tensión entre la Historia y lo inconcluso…” irrumpe Illanes en uno de sus libros más recientes Paisaje con ruinas (Gravity´s Rainbow, 2021, México).

En Cascajo, (Bonilla Artigas Ediciones, Ciudad de México, 2023) el poeta Illanes prosigue su travesía por un tiempo que es todos los tiempos. No hay ayer sin futuro. Hay un no que siempre estará agazapado. Una mano anónima que rayonea los muros. Todo transcurre como en una película de cine negro, ciudades abrasadas por la violencia y el miedo, el sobresalto y la sangre fría, una risa demoniaca y la absoluta certeza de la derrota, bienvenidos a esta pesadilla. 

La desolación que desahucia a la esperanza. ¿La esperanza? No. Ya no son aquellos tiempos perdidos en un ayer que parece milenario, cuando los cánticos y las consignas y la valentía eran camaradas, ilusiones que anticipaban ese otro mundo posible. Las cosas no pueden ya seguir así, pero las cosas van a seguir así, o peor, hasta el adormecimiento, verdadero antídoto del dolor. La realidad no es ese tsunami que se avecina, sino el cartucho de dinamita que algún día estallará, con epicentro en nuestras neuronas.

Quien haya visto con cierta atención los cuadros de Brueghel y de Otto Dixit, deambulando por sus paisajes esperpénticos con naturalidad, reconocerá el aroma que emana Cascajo. Que nadie se deje llevar por las apariencias. El cascajo es también una siembra de cimientos. 

El próximo jueves 9 de marzo, Cascajo será presentado por su autor en La Bigotona (Plaza Moctezuma, Matamoros 20, Centro Histórico de Cuernavaca). Lo acompañaran la poeta morelense Natalia Correa y el profesor Roberto Monroy

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