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-Vicente Arredondo Ramírez

En esta tercera década del siglo 21, el mundo está envuelto en un torbellino de situaciones inéditas por su naturaleza y alcance. Solo por mencionar tres de ellas: efectos de una parálisis mundial por una repentina pandemia, una guerra europea intencionalmente preparada de impacto multinacional, y un veloz crecimiento de flujos inimaginables de información en el espacio virtual/internético que dificulta saber con seguridad lo que realmente está pasando, y por qué pasa, en el mundo, en nuestro país, y en nuestro Estado de Morelos.
Estos tres fenómenos están relacionados entre sí, y sólo es posible explicar su impacto con análisis de carácter sistémico, situación que rebasa los límites de este espacio; sin embargo, hemos de reflexionar sobre lo que mencionamos de los flujos de información en el ciberespacio, en el contexto de este nuevo proyecto periodístico de la Jornada Morelos.
Es algo asumido desde hace siglos que para conocer lo que pasa en nuestro entorno inmediato, y más allá, hay que recurrir a la prensa. La forma en que esta idea se ha sostenido ha corrido a la par de los avances tecnológicos, desde la invención de la imprenta, hasta el actual internet, pasando por la radio, el teletipo, y la televisión.
De esta forma la justificación y razón de ser de la prensa ha sido y sigue siendo, al menos en discurso, la de “informar” a la sociedad. Sin embargo, es más que evidente que la función de informar está marcada por intereses comerciales, propagandísticos, y desde luego los propios del llamado “cuarto poder”.
En nuestros días no hay duda de que la información es una mercancía que se compra y se vende, aunque en la arena pública nacional e internacional, los dueños o concesionarios de los medios de comunicación privados, y los administradores de los medios públicos, señalen que su actuar está en concordancia con el derecho a la libertad de expresión y con el derecho a la información.
Sin embargo, hay cada vez más personas descreídas que desertan de los medios de comunicación convencionales, y se adentran a la múltiple oferta de información generada en internet por personas y grupos que, con intenciones diversas, y con distinto grado de calidad técnica y de contenidos, ofrecen sus versiones de aquello que está pasando en la realidad.
No es exagerado afirmar que vivimos en una torre de Babel, en materia de información. Esto obliga a que como sociedad tengamos la necesidad de revisar los supuestos o premisas sobre las que se ha construido el ahora mito de que los medios de comunicación en general, y la prensa en particular, nos hablan de lo que realmente sucede en la realidad. Las “noticias” falsas, las medias “verdades”, los “hechos” empíricos sin interpretación, así como los “datos” sin historia ni contexto cuestionan seriamente el sentido y razón de ser de las actuales formas y medios de información, así como las verdaderes intenciones de quien comunica.
Preguntarse sobre ¿cuál es la verdad de las cosas? suena a pregunta filosófica, y lo es, pero también a necesidad práctica. Urge redefinir los conceptos “información”, “noticias”, “verdad”, “hechos”, “datos”, “testimonios”, y confrontarlos con los de “opinión”, “interpretación”, “percepción”, e “hipótesis”. Hay que resolver el uso y abuso de los “sujetos universales”, cuando se atribuyen decires, haceres y pensares a “los empresarios”, “los académicos”, “los políticos”, “las mujeres”, “los indígenas”, “los extranjeros”, “los mexicanos”, y más.
En el reinicio de un proyecto como la Jornada Morelos, sin duda se harán explícitas sus definiciones, sus premisas de actuación, sus expectativas de comportamiento de los lectores, y, sin duda, el valor agregado de su existencia en este momento de México y el mundo. Le deseamos éxito por el bien de toda la sociedad.

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