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El Primer Amor

 

Si pudiera retroceder en el tiempo, seguramente no habría terminado esa relación de manera tan abrupta y dramática. Pero a los 17 años, la inteligencia emocional aún no está lo suficientemente desarrollada para evitar el drama y la toxicidad; no nos alcanza para ser coherentes y mucho menos para entender las necesidades propias ni el espacio del otro. El primer amor es así, una montaña rusa de emociones que te eleva al cielo a mil por hora y te deja caer sin previo aviso, haciéndote pedazos el corazón tarde o temprano. Porque no hay amor como el primero: urgente, bonito, intenso y lleno de primeras veces.

Nadie nos dice que las rupturas abruptas en la adolescencia pueden dejar heridas difíciles de superar, cicatrices que nos acompañarán por el resto de la vida. A menudo, estas cicatrices nos llevan a tomar decisiones precipitadas en un intento desesperado por llenar el vacío que dejó ese primer amor. Matrimonios apresurados y erróneos, hijos no planeados, relaciones que solo empeoran el dolor y que nacen de la urgencia de sanar un corazón roto.

Por eso, cuando mi hijastra de quince años, quien recién comenzó su primer noviazgo, me contó algo que yo jamás habría tolerado a un noviecillo a esa edad, sentí que el alma de Godzilla estaba a punto de apoderarse de mí. Tuve que cerrar los ojos, respirar profundamente y recordarme que ya no tengo 16 años y que ella no es mi amiga de bachillerato, a quien le podía dar consejos de amor irracionales y estúpidos. Recordé que ahora soy la adulta, lo más cercano a una figura materna para ella, y que mi función es guiarla, no darle una membresía vitalicia, nivel platino, al club de “mujeres tóxicas”, y mucho menos permitir que sea “reincidente” en amores fallidos.

Me mordí la lengua para no decirle: ¡Mándalo a chiflar al monte, querida! Evidentemente, es otro prófugo del ácido fólico”.

Y no es que el chico sea malo; de hecho, es un buen muchacho. Pero creo que me estoy graduando como “mamá-drastra” y, como toda suegra tóxica, siento que nadie será lo suficientemente bueno para la cría. De repente, tengo el síndrome de esos padres que dicen: “Mi hija es mucho jamón para esos dos huevitos”.

Así que la escuche en silencio y aunque no recuerdo lo que le dije, sé que fue un consejo pedorro que ningún psicólogo aprobaría. Y lo sé porque ella se rió y me dijo: “Ay, Elsilla”, mientras negaba con la cabeza y se iba a su habitación muerta de risa.

Nunca quise ser madre, pero ahora que ejerzo como tal, sé que no quiero ser de esos padres que dicen “ese chico no te conviene”, “no quiero que sigas viendo a esa chica”, “no quiero que vuelvas a salir con esa persona”. Y no quiero ser así, no porque los adultos no tengamos la razón, sino porque nadie en la historia de la humanidad ha hecho caso a esos consejos. Todos hemos ignorado las advertencias sentimentales de nuestros padres, por rebeldes, por inexpertos, o simplemente porque necesitamos dejarnos ir, y darnos en toda la madre para aprender la lección. Eso es ley de vida.

No quiero ser la protagonista de una historia adolescente que termine en lágrimas y sollozos por los rincones. Nadie debería pasar el resto de su vida adulta preguntándose qué podría haber sido si alguien no se hubiera interpuesto a ese amor de juventud. No quiero que ella sea una de esas personas que, años después, se casa y tiene hijos solo para darse cuenta de que aún sueña con ese primer amor. No quiero que ese amor adolescente se cuele en sus sueños todas las noches y que termine, sin ella quererlo, durmiendo con su recuerdo más noches de las que quisiera y despertando con la eterna pregunta de si terminar con esa persona fue lo correcto.

Quiero que viva el primer amor a su manera, con sus aciertos y errores, que tome sus propias decisiones y aprenda de sus experiencias. Y si algún día algo no funciona en su vida sentimental, que nunca sea por huir del dolor de ese primer amor.

Si alguien me hubiera dicho que los primeros amores y sus rupturas abruptas y obligadas dejan cicatrices para toda la vida, tal vez esta historia que escribo hoy no existiría.

Imagen: https://pastisseriaherbera.com/