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Indudablemente hay cambios generaciones que determinan la formación de nuestras subjetividades. Con estas me refiero no a la común idea que divide lo objetivo (o lo pretendidamente científico, certero, verdadero) de lo subjetivo (los sentimientos, lo sensible, lo no comprobable). Me refiero a las subjetividades en el plano filosófico: la conformación de nuestras percepciones, de las ideas y orientaciones que se tejen en conjunto con las instituciones; con nuestro particular modo de pararnos frente al mundo, involucrando desde luego creencias, valores (que no son inmutables puesto que cambian en función también de la transformación social y de cada época), con los deseos y, desde luego, con la vivencia del tiempo. La subjetividad es el lugar donde se funde el tiempo: el pasado cobra significación para mirar hacia el futuro, pero todo transcurre en un perenne presente.

Esas formas peculiares de estar frente al mundo a la vez son también universos personales; si bien, como sostuvo el filósofo francés Deleuze, son formas de plegarnos y de movernos desde múltiples puntos de fuga, las subjetividades pueden analizarse también desde diversos marcos de interpretación. Desde la perspectiva de lo político, de lo social, de la construcción de lo colectivo o de lo común. En este caso, estas breves líneas son para pensar las subjetividades desde el contexto de lo afectivo, particularmente de la amistad.

Es cierto que los valores cambian en función de las épocas, y con ello podemos ver también que a través del tiempo ciertos conceptos o elementos que conforman la multiplicidad de las relaciones sociales se van transformando. Esto también está marcado por los movimientos generacionales: no es lo mismo pensar las relaciones de amistad de una generación X por ejemplo a los términos en que se construye la amistad para los millennials, o lo que será para los centennials. La cuestión importante es reflexionar sobre lo que se pone en juego y la calidad de las relaciones, o bien, de la fortaleza de esas relaciones. Si nos atreviéramos a pensar en una constante, por lo menos de manera parcial, lo que sí podríamos ver es que conforme avanza la mercantilización de todo tipo de relaciones, estas se vuelven más endebles.

Ya lo había dicho Bauman hace años en sus famosas reflexiones acerca de la liquidez de los afectos en esta era, pero siempre es bueno refrescar la memoria, y además actualizar las discusiones. Porque si es verdad que existe y existirá tanto diferencia y cambio de los valores que sostienen las relaciones sociales, no podemos dejar de observar que, a una mayor inmersión del avance del capitalismo en todos los aspectos de nuestra vida, se da también una mayor cosificación de los afectos. Hoy ya no solo hablamos de la cosificación de las mujeres, creada como ese gancho que hace de las mujeres una mercancía, que las hipersexualiza y vuelve objetos de consumo; que las obliga a mantenerse en función de la búsqueda de las miradas masculinas y que al mismo tiempo las hace desdeñar y ver como competencia a sus congéneres, a las otras mujeres. Lo cual redunda en una tiranía contra nosotras mismas pues de manera indudable el tiempo transcurre y los requerimientos del mercado del género nunca cesarán en pedir cuerpos jóvenes.

Esto último es un aspecto clave de la formación de las subjetividades cruzado también con el fenómeno del capitalismo y su cooptación de los procesos del deseo, de los cuerpos y no solo ello, sino de las posibilidades de la libertad y de la búsqueda de relaciones efectivamente sanas, duraderas y auténticas.

Hay una consecuencia no tan visible de lo anterior, pero que tiene repercusiones en la existencia de las personas (se den o no cuenta de ello): entrar en la dinámica mercantil de comprar afectos a partir de las solicitudes de personas (quienes también están determinadas por motivaciones de mera conveniencia, provenientes de dinámicas marcadamente cosificantes y machistas) implica dejar por fuera posibilidades ya no solo de amistades verdaderas o sostenibles en el tiempo, sino que implica ser parte del sistema que merca con los afectos, que atrapa a las subjetividades para introducirlas en el terreno de la frustración, de la soledad y de la carencia de los vínculos tan necesarios y edificantes que sí son posibles de sostenerse con personas más humanas, o por lo menos más críticas y reflexivas de las exigencias del mercado y de su propia condición (pues justamente en este tipo de personas es donde se suele encontrar la resistencia de los procesos tiránicos), que con aquellas que traban amistades a medias por mera conveniencia; toda vez que estas últimas son las que le interesan al sistema, al capital y desde luego al patriarcado. Cuestionar nuestras relaciones es un ejercicio sumamente necesario para nuestro cuidado mental y vital ante una apabullante exigencia del consumo de los afectos sin responsabilidad y sin reciprocidad.

*El Colegio de Morelos/ Red Mexicana de Mujeres Filósofas

Das ungleiche Paarorder, Lucas Cranach El Viejo. Dominio público