Leí El lector otra vez. Pensé en escribir frases como telegramas. Decirte: juega a un ritmo cablegramático. A la erótica del quien lee. A la pasión de quien escribe. A la libertad de las lectoras. En la novela, la mujer mayor que no sabe leer seduce a un chico. El quinceañero le lee varias obras maestras. Se trama un amor para siempre. Un recuerdo sin final. Pero la vida tiene guerras. La guerra tiene gente que las sobrevive. No el alma. No la culpa. La mujer deja al chico para irse a trabajar de custodio. La SS. Jóvenes judías rumbo a Auschwitz. La cárcel. Los juicios. La banalidad del mal. La desventaja de ser analfabeta. El runrún del viento que no existe. Las jacarandas en los ventanales. Los ojos afuera del libro y el lector ideal silbando. Leer es escribir con los ojos. Los ojos nacieron un día para leer. No más. Pero mueren de sed de sueño si no lo hacen. Los ojos no son silencio. Los cierras. Ven. Otro telegrama. El chico de la novela ya no es joven. Se ha casado. Es padre. Es infeliz. Piensa en la mujer mayor. El azar se la devuelve. La vida tiene esas piruetas. Leo en libertad, atravesando la situación de un cuarto propio. La mujer también lo tenía, pero no era dueña de la lectura. Un sino terrible. No leer equivale a jamás probar el cielo. O escucharlo. Música y alimento. Así de sencillo Y no. Hay hambre que nunca llega. Para mal. Otros apetitos nos ensombrecen: tener, consumir, lograr. No aprender. No gozar con las manos que sostiene libros. Varios. El amor por la lectura se multiplica como panes santos. Eso de la daba la mujer al chico lector en una Alemania nazi. De ellos no dependía la vergüenza. La historia, a veces, sólo sabe juzgar. La historia, cuando se escribe con dificultad, asfixia. Amar en medio de un holocausto. Ser parte del genocidio y ser amada. La mujer en la mente del hombre que la rencuentra entrada en años. El tiempo es un maleante, un embustero. El tiempo transcurre a costa del amor que le profesamos a la vida. O a la muerte. Erótico o tanático. Al tiempo le da igual como a las mariposas que regresan al mismo lugar de su imago a morir. Al tiempo del sexo no le da igual. El tiempo y el sexo se derriten cuando entran en contacto. La mujer es la amante del joven, casi un niño. Bernhard Schlink, de haber publicado El lector en esta época, lo habrían cancelado. Nadie lo habría publicado de nuevo. Nos habríamos perdido otras historias. Tal vez como ahora. La corrección política es fardo o, quizá, grillete. Esa correctitud, requisito para ser invitado al mundo de los infuencers a quienes se les da todo, menos caer mal. Los siguen. Muchos no leen, pero escriben libros. Venden todo lo que está al alcance de sus manos, de sus celulares viciosos. El liderazgo de la opinión convertido en un reel. No existes si no estás en la red. Denme un algoritmo y moveré el mundo. La palanca del like, los corazones en la pantalla. La mujer y el chico no vivieron en tiempos de Internet. Por eso su aventura amorosa se eternizó. La época lo es todo no sólo para los artistas, es la arena dramática de los amantes. Se vive entre los meses que tardaba en llegar una carta y los segundos de los mensajes en WhatsApp. Entre las promesas cumplidas de las personas del siglo anterior y la ausencia de promesas, de cualquier esbozo de proyecto. Así es. Por fortuna somos gente rara: leemos. ¿Espoileo la novela?, ¿me permito ese acto crueldad con tres telegramas. No. Lean El lector. Van a llorar.

*Escritora

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