Parásitos
(Primera parte)
Este fin de semana durante una comida, los comensales a mi lado empezaron a hablar del muérdago, una planta que invade la copa de los árboles y que últimamente se ve mucho en Cuernavaca. Luego la conversación se fue a la cuscuta, otra planta que de niño llamaban “espagueti del diablo”.
Al día siguiente, en el camino de Mexicapa a Cuernavaca, vi muchísimas cuscutas infestando otras plantas. Esto hizo que platicara con Gerardo, mi amigo cicloviajero, sobre la cuscuta y sus características. Un comentario que él hizo sobre el parasitismo como cúspide de la evolución me dejó pensando en la enorme diversidad de formas de vida parásitas y cómo fue que los organismos de vida libre cambiaron progresivamente hasta ser dependientes, parcial o totalmente, de otro ser vivo para subsistir.
Aunque habitualmente solemos pensar en los parásitos como “animales microscópicos causantes de daños y enfermedades internas de nuestro cuerpo”, e incluso en “personas parásitas” (esas que viven a costa de los demás), el parasitismo como cierto tipo de asociación entre organismos es muy diverso.
No solo las amebas y gusanos intestinales son parásitos, también lo son protozoos como el causante de la Enfermedad de Chagas (Trypanosoma cruzi); pulgas, piojos y garrapatas (considerados ectoparásitos porque viven en la superficie de sus huéspedes) o ácaros como el que produce sarna. También se consideran parásitos a las sanguijuelas, los piojos de las ballenas (crustáceos de la familia Cyamidae); la terrorífica cochinilla marina que se adhiere a la lengua de peces y termina sustituyéndola (Cymothoa exigua); los famosos hongos que vuelven “zombies” a las hormigas (Ophiocordyceps unilateralis) y los gusanos que causan oncocercosis, por mencionar solo algunos ejemplos.
Como era de esperarse, en el reino de las plantas también hay parasitismo. Si bien en la educación básica nos dijeron que las plantas son verdes y producen su alimento, en realidad no todas las plantas lo hacen, las parásitas obtienen nutrientes y agua de otras plantas. Algunas parasitan los troncos, otras las raíces; algunas son totalmente dependientes y otras lo son de forma parcial. Se calcula que alrededor del 1% de las especies de plantas con flores (angiospermas) son parasíticas; si existen entre 250 y 300 mil especies de angiospermas, las plantas parásitas alcanzarían entre 2,500 y 3,000 especies.
(Una pequeña digresión: es muy común que confundamos las plantas parásitas con las epífitas. Estas últimas crecen sobre otras pero no obtienen ningún nutriente ni agua, solo usan a sus huéspedes como soporte sin afectarles. Las orquídeas que viven sobre los árboles son epífitas pero no parásitas, igual que el llamado “heno” de los nacimientos (Tillandsia usneoides) y los helechos que vemos en troncos de pinos. En concreto, no todas las plantas que están sobre otras son parásitas).
Las clasificaciones de las plantas parásitas se hacen según la dependencia del ciclo de vida, de su capacidad de producir clorofila y del tipo de estructura a la que parasitan. Cuando el ciclo de vida de la planta puede terminar con o sin huésped entonces es parásita facultativa; pero si el ciclo necesita de otra planta para terminar entonces es una parásita obligada, (las semillas de algunas plantas necesitan exponerse a moléculas de su huésped para poder germinar). Si las plantas aún pueden producir clorofila es una hemiparásita, y si ya no fotosintetiza (no tiene clorofila) es una holoparásita.
Finalmente, dependiendo de la estructura a la que se “conectan” pueden ser parásitas de tallos o de raíces. Esta “conexión” ocurre con una estructura llamada haustorio, cuyo desarrollo evolutivamente hablando es la clave hacia el parasitismo. Los haustorios son modificaciones en las raíces que se encargan de ser el medio de conexión de una planta parásita con su huésped. A través de este puente, las parásitas obtienen la humedad y los nutrientes que necesitan; por ello las holoparásitas como la cuscuta pueden vivir sin necesidad de clorofila, debido a que todo lo que necesitan viene de sus huéspedes.
Los haustorios no solo sirven como popotes para succionar nutrientes, también se sabe que, a través de ellos, existe un intercambio de genes de forma horizontal (como en las bacterias) y hay hipótesis de que estos transgenes pudieran ser funcionales para los huéspedes.
En otras columnas he mencionado a varias plantas parásitas, como la “flor cadáver” (Rafflesia sp.) Esta es una gran excepción porque toda ella vive dentro de su anfitrión y solo emerge cuando va a florecer. ¿Se imaginan tener dentro del cuerpo un ser vivo desarrollándose, que de pronto se forme un bultito y de él surja una flor enorme? Aterrador.
*Comunicador de ciencia. Instagram: @Cacturante