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¿PARA QUÉ LAS CAMPAÑAS POLÍTICAS?

 

Las campañas electorales o políticas son parte del “combo democrático” el cual está compuesto, además de las campañas mismas, de las leyes en la materia, de partidos políticos, de candidatos, de financiamiento, y del acto de emisión del voto. Las campañas políticas son la actividad más importante en el proceso de elección de representantes populares, anterior al momento de introducir el voto en la urna. Esta es la práctica generalizada en los países que creen en el liberalismo político.

En México, en unos días empezará esta última y definitiva fase del programa electoral, y vale preguntarse sobre el propósito de las campañas políticas y si son algo que realmente esperado por la ciudadanía.

En la Inglaterra del siglo 19 se ubica el inicio de las prácticas de la democracia representativa moderna, las cuales nos parecen ahora como algo natural e imprescindible. En la visión estática de la democracia, el gran supuesto es que el votante expresa su voluntad a favor de un partido político, el cual tiene una plataforma de principios, un plan de gobierno, y unas elecciones internas, de donde surgen los candidatos del partido para competir contra los candidatos de otros partidos para ocupar puestos en el poder legislativo y en el poder ejecutivo. La intención es ganarle al oponente para hacer realidad el respectivo programa de gobierno. Sin embargo, las cosas no son así de simples y claras en la realidad.

La narrativa oficial que sustenta las campañas políticas señala que su finalidad es que los candidatos consigan un mayor número de votos que sus contrincantes, y con ello, ganar la elección (el invento de los “candidatos plurinominales” responde a otra lógica ya muy viciada y antidemocrática, al igual que la disparatada fórmula de alianzas electorales). En las campañas se recurre a diversos mecanismos de propaganda y mercadeo político, por medios electrónicos, escritos y presenciales. El juego de la competencia electoral se convierte en un desfiguro y un ataque contra el sentido común, cuando en vez de ser una ocasión de reflexión colectiva y diálogo inteligente sobre lo que debe continuar, o cambiar en el ámbito municipal, estatal o nacional, se convierte en un ejercicio vacuo de eslóganes, de espectaculares con fotos sonrientes, de jingles, de pintas en las bardas, y de un reiterado, abrumador y martirizante tsunami de mensajes en medios electrónicos, incluyendo la comunicación falseada de bots sociales y otros trucos internéticos semejantes.

En las campañas, los asuntos de interés público no son el objeto de análisis, sino la persona del candidato o candidata de los otros partidos contendientes. Para los del gobierno en el poder, toda va bien; mientras que para los de la oposición, el país está a punto de estallar. Los “debates” televisados, armados con lógica mercadotécnica y con toda la intención de engañar/persuadir/convencer a la audiencia, son el pastel de la “fiesta de la democracia”. Se apuesta más a las habilidades retóricas de los participantes, que a la pertinencia, relevancia y urgencia de los contenidos que se exponen.

Se espera que el elector tome una decisión racional sobre a quién entregar su voto, pero la realidad no es así, porque los motivos de los electores para votar a favor o en contra de alguien pueden ser diferentes. En efecto, sin importar lo que los candidatos digan o propongan en la campaña, el elector puede optar pon un “voto de castigo”, por un voto a favor del candidato, sin importar qué partido lo está proponiendo; por un voto a favor de un partido político, sin importar el candidato; o simplemente, asistir a las urnas para anular su voto.

Las campañas están armadas para que los candidatos se peleen entre sí, y no para que los candidatos se comuniquen con los ciudadanos. Las campañas son “guerras floridas” de partidos y de personas que quieren permanecer o acceder al mundo de la política, dimensión a la que, por cierto, quienes entran tiene que someterse a su propia dinámica, lógica y propósitos. Es un mundo distinto al de la vida real, y cotidiana. Por eso la eterna brecha entre gobernantes y ciudadanos.

Hay muchos caminos para cambiar el actual sentido de la política y de lo que conocemos ahora como campañas políticas, pero eso no sería aplicable en las próximas elecciones de junio, ya que las reglas del juego están escritas y no se pueden cambiar.

Podemos sin embargo señalar en pinceladas dos escenarios: uno que es posible en el futuro, y otro aplicable en la presente campaña electoral:

a) El primero está referido a que en el futuro las campañas, incluido su financiamiento, podrían estar coordinadas por el INE, con lo cual nos aseguraríamos de diseñar campañas inteligentes, y con un alto nivel de costo beneficio para la sociedad.

b) El segundo, y que es posible instrumentarlo en las campañas que están por iniciar, consiste en que la comunicación política de los candidatos se expresara en un esquema triple de ordenamiento de contenidos. El primero sería listar todo lo que harían, en cumplimento de lo que ordena la Constitución y las leyes, y con el respaldo y medios que ellas les otorga. El segundo, que listaran las acciones que realizarían, sólo si cuentan con la colaboración de los ciudadanos, señalando dicha forma de colaboración. Y tercero, la relación de acciones que no concluirían en su período, pero que dejarían las bases para que se culminaran posteriormente.

Es importante empezar ya a modificar el formalismo democrático en el que vivimos, para empezar a crear una verdadera democracia como forma de vida, en el marco de la corresponsabilidad social.

*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.