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El JUEGO DE LA INGENIERÍA SOCIAL ELECTORAL

 

La “realidad real” no se cambia por decreto, aunque sea grande la urgencia por solucionar los ingentes problemas sociales mundiales; pero, si no es por ahí, entonces, ¿cómo se cambia la realidad y a qué ritmo?

La respuesta políticamente correcta a esta pregunta la hemos oído de sobra: las cosas no cambian en un país o en el mundo por la vía violenta, sino a través de la celebración pacífica de procesos democráticos, haciendo competir a candidatos propuestos por partidos políticos, y electos a través del voto popular.

La respuesta se complementa cuando nos dicen que la democracia electoral al modo liberal occidental es “el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”, afirmación atribuida al primer ministro del Reino Unido Winston Churchill (1874-1965); por cierto, sistema de gobierno muy conveniente para ese Reino, ya que les permitió construir un imperio territorial y colonial de decenas de países en los cinco continentes, con la consabida sumisión de esos pueblos a sus intereses económicos y políticos.

Recordemos que este 2024 será el año en el que se celebrará el mayor número de “procesos democráticos” en la historia, ya que habrá elecciones, en cerca de 100 países, con alrededor de 4000 millones de habitantes. En América Latina, seis países elegirán presidente. Habrá también elección presidencial en los Estados Unidos.

Vale reflexionar el sentido real de toda esta actividad electoral en tantas comunidades humanas, a la luz de los problemas que nos afectan nacional e internacionalmente, y reconociendo el innegable desprestigio y desencanto con los partidos políticos y los procesos electorales.

Las campañas políticas tienen como finalidad central dar a conocer candidatos y en algún grado sus programas de gobierno. Para ello, se utilizan medios lícitos, y por desgracia también ilícitos, para influir en el sentido del voto, sobre todo de quienes están indecisos sobre a quién favorecer. Asumamos falsamente, que en cada elección se parte de cero, en cuanto a preferencias electorales de los posibles votantes, y que las campañas son precisamente el medio y condición para que los candidatos compitan en igualdad de circunstancias y atraigan a su favor el mayor número de votos.

En ese escenario de “base cero”, uno entendería que las campañas electorales se diseñan y operan con el concepto de “ingeniería social”, que, para este caso, tienen como propósito influir para que se produzcan conductas masivas de votación en un mismo sentido por parte del electorado. Para este propósito se utilizan mecanismos mercadológicos que construyen percepciones positivas y seductoras a favor de los respectivos candidatos. Para ello, se usa la misma lógica de aproximación que se utiliza para vender un producto, sea realmente necesario o no para el consumidor.

En este manejo de la percepción, la clave es hacer sentir que el votante tiene necesidad de elegir al candidato propuesto, al margen de que no responda a una necesidad real, ni tampoco a una necesidad sentida, por lo que se crea una necesidad artificial de votar por ese candidato, y por sus propuestas; sin embargo, en los hechos, no existe un arranque “base cero”, ya que es evidente la existencia del llamado “voto duro”, además del “voto indeciso”. Las campañas, por tanto, asumen engañosamente que el voto ciudadano es racional, aunque realmente lo que prevalece es el voto irracional, emocional o de castigo.

Para quien quiera o pueda verlo, las campañas políticas son un triste espectáculo para la inteligencia, aunque muy atractivo para nuestro instinto reptiliano, en donde con verdades a medias, tergiversaciones y francas mentiras se denuesta a los candidatos, a sus partidos, y a sus propuestas. Las campañas son un desperdicio de energía social y de recursos públicos; en vez de ser la ocasión para entender mejor la razón de los problemas sociales, y de proponer soluciones pertinentes y efectivas a ellos.

En un mayor nivel de crítica, los procesos electorales son un mecanismo perverso oficialmente aceptado y practicado, que produce, más que refleja, la división de la sociedad, y genera sentimientos vacuos de esperanza. Posterior a las elecciones, los cambios esperados u ofrecidos no se producen, y con ello se cierra el ciclo del autoengaño colectivo, con el sentimiento de frustración, porque no pasó lo esperado.

El uso de la ingeniería social como medida manipuladora se refuerza en cada elección. El constatar que elección tras elección los problemas no se solucionan con la profundidad y velocidad esperada, debería convencernos de una vez por todas de que la “democracia liberal representativa”, como se practica, no está hecha para resolver los grandes problemas sociales; sino que son un mecanismo para entretener a lo población, mientras que los que detectan el poder real “fáctico” en la sociedad, y que no son sujetos de elección por nadie, se benefician del estado de cosas. Por eso, se corrobora una y otra vez en cada elección, en mayor o menor grado, que la política es un asunto sólo de los “políticos” y de quienes los promueven, patrocinan y defienden, pero no del pueblo.

Queda en pie la pregunta de cómo realmente se podría organizar y distribuir el poder en la sociedad, a efecto de que los serios problemas sociales se solucionen de verdad, y no sólo se administren elección, tras elección. Muchas cosas hay que hacer, pero por lo pronto, hay que votar si se quiere y por quien se quiera, pero no autoengañarnos. Hay que ser conscientes del juego perverso de partidos y candidatos, cobijados y financiados por las “instituciones democráticas que nos hemos dado”. En efecto, con la “democracia” como la conocemos, no se habrán de solucionar a fondo las causas de los crónicos problemas nacionales e internacionales que padecemos.

*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.