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VIGENCIA DE MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA

 

En dos días más se rememora el nacimiento del cura novohispano Miguel Hidalgo y Costilla (1753-1811) considerado el padre de la Patria. Este personaje, político en el sentido amplio del término, académico distinguido y con un sino trágico por la forma en que fue degradado y humillado por las autoridades de su iglesia al término de su vida, nos inspira para hablar de dos situaciones que acontecen actualmente en México y en el mundo: por un lado, el papel de las iglesias y sus jerarquías, y por otro, el tema de la esclavitud en su versión moderna.

Como sabemos, es ancestral la existencia dentro de los grupos humanos, de personajes que realizan una función de liderazgo, en el ámbito que llamaremos “espiritual” o “inmaterial”. Estas personas son en algún grado multifuncionales, ya que, dependiendo de circunstancias y tradiciones, adivinan, orientan, curan, enseñan, arbitran, juzgan, legislan, representan, y más.

En las sociedades modernas occidentales, promotoras de la libertad de creencias, encontramos que la religión cristiana está inserta de múltiples modos en la institucionalidad gubernamental. Son emblemáticos los casos anglosajones, pero no los únicos. Por otro lado, en el mundo oriental destacan los países regidos en su vida comunitaria por cánones de la religión musulmana. El tema es que, en los hechos, los liderazgos religiosos han sido y siguen siendo importantes actores políticos, ya sea por acción o por omisión.

En México estamos en medio de un proceso de elecciones generales, muy costoso en su operación, y muy pobre en lo sustancial. Por más que se quieran presentar de manera distinta, las elecciones de autoridades son mayormente de interés de los aparatos burocráticos de los partidos políticos, de los profesionales de la política, y de los poderes fácticos, como los medios de comunicación corporativos y su adjunta caterva de “analistas políticos”. Los ciudadanos “comunes y corrientes”, que resultan ser la inmensa mayoría de la población, sólo son comparsa del espectáculo, en mayor o menor medida, dependiendo del nivel de información, análisis y participación que tengan. Las iglesias, en especial la jerarquía de la iglesia católica parece querer jugar un papel más activo para que los resultados de las elecciones favorezcan a la alianza opositora actual, a pesar del laicismo constitucional y el mandato evangélico poco aplicado de dar “a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”.

La referencia al cura católico Miguel Hidalgo y Costilla es para recordar que se enfrentó, no sólo a los poderes virreinales, sino también a la jerarquía eclesiástica, dos entidades asociadas en la conducción del virreinato de la Nueva España. Su “grito de Dolores” fue el inicio del proceso que culminó en la creación de lo que es hoy la República Mexicana, a pesar su aparente fracaso inicial, y su trágico y humillante final. A diferencia de lo que sucedió en ese tiempo, es la actual jerarquía católica la que se enfrenta a su manera con el gobierno, motivada por razones formalmente justificadas, pero quizá, en mayor medida, resentida por la pérdida de su tradicional poder, influencia y convivencia con el titular del Poder Ejecutivo Federal.

No hay “migueles hidalgos” en la actualidad, pero sí grupos clericales y sus seguidores que trabajan más por la recuperación de su añorado estatus y poder, que, por sinceramente querer abrirle camino a la verdad y la justicia, de las cuales, por cierto, nuestro país está urgentemente necesitado.

El otro tema que al que nos refiere la figura histórica de Miguel Hidalgo es el de la abolición de la esclavitud. En efecto, muy en línea con la corriente de la ilustración europea, Hidalgo promovió los valores de libertad, justicia e igualdad, y la prueba fue que en el decreto que emitió el 6 de diciembre de 1810, ordenaba poner en libertad a todos los esclavos, y se condenaba a muerte a quienes osaran oponerse a esta medida.

Doscientos catorce años después de aquel decreto, sigue vigente la lacra de la esclavitud, en diversas modalidades, como la esclavitud laboral, la trata de personas con fines de reproducción y explotación sexual, los trabajos forzados, y el comercio de órganos. Según la Organización de Naciones Unidas, la esclavitud moderna está presente en casi todos los países del mundo, y consiste en el dominio que una o varias personas ejercen sobre otras, sin que éstas puedan liberarse, en razón de su situación de pobreza, y por estar sujetas a amenazas, engaño, coerción, violencia, chantaje y abuso de poder.

No es exagerado añadir que la esclavitud moderna también se da en una relación forzada de dependencia crediticia de país a país y de organizaciones internacionales a países deudores. El cumplimiento de las obligaciones derivadas de préstamos mal habidos y en condiciones irracionales, por el contubernio entre gobernantes y agencias internacionales, repercute en insuficiencias en los presupuestos nacionales que impiden atender prioridades de la población de los países deudores.

Sólo recordemos que, junto con la abolición de la esclavitud, Miguel Hidalgo, en el decreto antes referido, exigió también que “cese en los sucesivo la contribución de tributos, respecto de las castas que lo pagaban, y toda exacción que a los indios se les exija”. Por cierto, ¿qué opinan quienes aspiran a la presidencia de la República sobre la obligación de seguir pagando nuestras “deudas eternas”. ¿Qué opinan de la necesidad y viabilidad de dar un “grito de Dolores” internacional?

*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.