Ya nos advirtieron: cuando las estaciones cambian y entra la primavera, los vientos arrecian.
Los ventarrones ya volaron algunos techos de lámina y han tirado árboles sobre la carretera, afortunadamente hasta ahora los daños han sido menores y no ha habido víctimas qué lamentar.
Estamos en una coyuntura peligrosa, ciertamente cíclica, pero hay que recordar que solo un porcentaje mínimo de los incendios son por causas naturales; la aparición de incendios devastadores generalmente viene acompañada por la irresponsabilidad humana y, si a eso le sumamos pastos y ramas secas por el estiaje, la combinación es temible.
Baste recordar la tragedia del Tepozteco del año pasado, cuando una sola persona en estados alterados inició un fuego que casi le cuesta la vida y que tardó días en ser sofocado, precisamente por las condiciones de la vegetación y por las ráfagas de aire que se encargaron en esparcir brasas por todo un costado del monte, arrasando 22 hectáreas de bosque.
Hoy, nos enteramos que en Zacatepec, en lo que va del año, ya ha habido, ni más ni menos, 60 incendios, casi uno diario, que no han pasado a mayores gracias a la pronta respuesta del cuerpo de protección civil del municipio, cuyo director, Hadid Salgado, advierte que entre las zonas más riesgosas se encuentran los pastizales secos en terrenos cercanos a campos de cultivo y los lugares en donde se realiza quema de basura, es decir, muy cerca de la gente y sus hábitos.
El mes pasado, el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) calculaba que en todo el país ya se habían presentado 500 incendios forestales de consideración, diez de ellos en nuestro estado.
Según el SMN, aunque Morelos no está dentro de las entidades con más incendios, sí figura en la lista de las entidades con mayor superficie afectada en vegetación sensible al fuego, ocupando la sexta posición a nivel nacional en cuanto a daños de este tipo.
En otras palabras, en Morelos los incendios que hay, afectan mucho más que fuegos similares en otras entidades; pero antes de echarle la culpa a ninguna autoridad, hay que recordar que el nuestro es un estado todavía con mucha vegetación, con prácticas agrícolas tradicionales (como la roza-tumba y quema) y sumamente visitado por campistas, senderistas y otros -turistas y locales- a quienes les gusta asar su carne en fogatas semi improvisadas.
Debemos buscar la forma de conciliar las prácticas humanas con la conservación de la naturaleza pero, en estos tiempos, hay que redoblar nuestros esfuerzos por mantener a salvo nuestros bosques.
No está de más recordar que una simple brasa de cigarro en pasto seco cuando sopla el viento pueden casuar daños enormes que a la madre naturaleza le ocuparán años en sanar.