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Un espacio en tensión

 

Aristeo Castro Rascón*

La actividad humana desarrollada entre el espacio aéreo y el espacio exterior parece ser muy similar a la desarrollada entre su espacio interno, su subjetividad, y su espacio externo, sobre todo en el siguiente aspecto: en ninguna la línea divisoria es muy clara.

Respecto al interno/externo del sujeto, por ejemplo, a pesar de percibir un objeto con nuestra vista o nuestro tacto (su superficie), la categorización, de acuerdo con las llamadas Ciencias Cognitivas, identificación, organización e, incluso, jerarquización de esa información provenientes de nuestros sentidos, no se agota en dicha sensibilidad o estímulo, sino que es resultado de un proceso cognitivo, esto es, en el que interviene razonamiento, imaginación, memoria, emoción, pero, también, cultura y hábito.

Así, lo que percibimos, aparentemente simple, como áspero, rugoso, en la superficie de una mesa, por ejemplo, es en realidad el resultado de una interacción entre interno y externo del sujeto no del todo clara en cuanto a límites y demarcaciones; es un vaivén constante entre interno y externo en la vida de un sujeto.

Lo mismo parecería suceder entre espacio aéreo y espacio exterior; el primero, ese espacio en el que sentimos familiaridad: desde un salto en paracaídas a 2 km de altitud, hasta un mísil balístico alemán que, durante la Segunda Guerra Mundial, alcanzó 320 km de altitud para convertirse en el primer objeto artificial en llegar al espacio exterior.

Mientras que el espacio profundo es lugar inhóspito, no sólo por la ingravidez y la falta de oxígeno, que ya es bastante decir, sino, además, por la radiación electromagnética y la falta de certeza sobre lo que la materia oscura es, equivalente al 85 por ciento de la materia del universo y que no vemos, básicamente, porque no interactúa con la luz.

La línea divisoria entre dicho escenario enrarecido (para las condiciones humanas) y el ambiente que al humano le es familiar tampoco parece estar del todo clara. La línea de Kármán señala estar en los 100 km de altitud y la demarcación se establece con base en la capacidad de vuelo de las aeronaves, a pesar que la atmósfera comprenda desde los 15 km de altitud sobre la superficie de la tierra, hasta los 9 mil km de altitud; y que, la exosfera, la capa más alta, al proteger a la Tierra de la radiación solar, repercuta directamente en su temperatura.

Como puede apreciarse, la línea, tanto en la separación espacio interno/externo del humano, como en la separación espacio aéreo/exterior, es difusa. Por ello, una última similitud podemos señalar entre ambas actividades humanas, a saber, la fantasía; en tanto que facultad que permite hacer frente a lo desconocido, y sin omitirlo.

Todorov señala que, en el relato maravilloso lo desconocido convive sin conflicto con lo familiar: humanos, elfos, enanos, hadas, por ejemplo, no se extrañan unos de otros. En el relato extraordinario, lo desconocido vive un aparente conflicto con lo familiar, pues, al final, en realidad había algún truco o una extraña coincidencia por resolver. Pero, en la fantasía, lo desconocido vive en tensión y no resuelve su conflicto con lo familiar.

La actividad humana desarrollada entre el espacio aéreo y el espacio exterior, no sólo es difusa, en tanto que lo vivido intra atmósfera es afectado por y afecta a la actividad desarrollada a 9 mil km de altitud, sino que es una tensión irresoluble entre lo familiar y lo desconocido. En ese sentido, el incremento de actividad espacial desarrollada actualmente, resalto en particular la tecnología miniaturizada, sin precedentes, del Proyecto La colmena de la UNAM, estira la cuerda y, como Todorov plantea, tensa firmemente el conflicto entre lo familiar y lo desconocido, cultivando el suelo de lo fantástico.

*Profesor de Tiempo Completo de El Colegio de Morelos.