INFORTUNIO

 

Aquí, cuando del sol salen los primeros rayos, Clarisa y Federico viven una vida que bien podría calificarse de apacible, aunque otros podrían llamarla rutinaria porque la pareja suele planificar todo lo organizable en una vida, dejando espacio nulo a lo inesperado. Ambos son funcionarios por elección desde el inicio de sus respectivas vidas profesionales. Sus noches son televisivas o no son: noticiarios en varios canales y varios idiomas seguidos por una película de acción como una pastilla de adrenalina digital para cubrir sus necesidades cotidianas. Ven como la gente, allá, padece la rudeza climática, el riesgo de salir a la calle incluso de día, el peligro de estar sumidos en paisajes áridos que huelen a pólvora desde cualquier lugar de sus casas, o todo junto. Amanecen cada día sin saber si terminarán vivos o heridos. Frente a las imágenes duras y sonidos amenazantes, Clarisa y Federico comentan a su progenitura la fortuna de tener comida y techo seguro, aunque sea enlatada, congelada, con cuatro sellos octagonales negros de la Secretaría de Salud y se hayan endeudado por veinte años con el banco, privándose de vacaciones a países lejanos con la compra de la casa.

El benjamín de la familia le hace dar media vuelta al globo terráqueo colocado en el escritorio de su madre e imita los ruidos estruendosos de los artefactos mortíferos.

Allá, cuando el sol apaga sus rayos, Abir y Moad viven resignados a su vida estigmatizada por la incertidumbre, bajo el estrépito incesante de las armas que se apropió tanto el campo sonoro que les resulta casi imposible escuchar música. Apenas si oyen los llamados a rezar que marcan el transcurrir repetitivo de un día seguido por otro desde que el enemigo atacó, destruyendo viviendas y personas. Muy a su pesar, la pareja acabó por acostumbrarse, dejando atrás la angustia que cualquier rutina peligrosa acarrea por el hecho de radicar ahí. A sus hijos, les aconsejan abstraerse de la realidad, estudiar y jugar, con el debido cuidado si se encuentran con amigos en la calle. Moad abre las noticias en su celular y se entera de balaceras allá donde supuestamente existe más calma. Se trata de una venganza más entre dos grupos delictivos que dejó un saldo de veinte muertos y treinta heridos en esta ocasión. Las fotos enseñan un portón transformado en colador y en los videos se escucha un concierto de sirenas. Desconcertado, Moad le comenta a Abir que tal vez su idea de migrar de forma clandestina no es la solución más apropiada por el momento; selecciona un documental de reciente filmación que relata las peores desaventuras de aquellos que dejaron todo atrás en pos de un mejor porvenir para ellos y su familia, y empieza a experimentar una sensación muy parecida a la de su contexto actual. Abir confiesa que no podría abandonar a sus padres ancianos ni a sus hermanos. En cambio, sus dos adolescentes se animan con esa posibilidad de migrar hacia una vida de ensueño, apartados del infortunio.

Abren en sus celulares una aplicación con el globo terráqueo dando una vuelta de 180 grados, soñando con toda la fuerza de su juventud como si ésta fuera la rueda de la fortuna.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM