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ChatGPT: potencial y riesgos

Alfonso Valenzuela Aguilera

Frente a la creciente discusión sobre el impacto de las tecnologías digitales en los distintos ámbitos de la vida cotidiana, podemos empezar por definir la Inteligencia Artificial Generativa (IAG) como el campo que se enfoca en la producción de contenido original a partir de datos existentes. Utiliza algoritmos, redes naturales y redes complejas para aprender de material escrito, visual y auditivo y generar contenidos relativamente originales, ya que se nutre de la información que circula en las redes y que fue creada por individuos.

Entre los derivados de esta inteligencia destacan aplicaciones como ChatGPT, creada por una compañía llamada OpenAI, en donde participaron personajes de Silicon Valley como Elon Musk, Peter Thiel, Sam Altman y Greg Brockman. Este último preside actualmente la empresa, y que se dice comprometido en utilizar el potencial de la IAG para mejorar la calidad de vida de las personas, democratizar la tecnología y ampliar el acceso a su libre utilización. Sin embargo, existen todavía serias dudas de que éste salto tecnológico traiga sólo beneficios a la población, ya que se prevé que sustituya una gran cantidad de empleos en la educación, el servicio público, las comunicaciones y las industrias culturales, entre muchas otras áreas.

Recientemente encontramos la noticia de que justamente el ChatGPT obtuvo el puntaje necesario para aprobar el examen que se aplica para obtener la licencia médica en Estados Unidos, mientras que por otra parte, dicha aplicación llegó a la misma conclusión que un doctor experimentado sobre el mejor procedimiento quirúrgico a seguir en un caso complicado basándose exclusivamente en los apuntes de este último. El CEO actual de la compañía, Sam Altman, confía que esta tecnología servirá para desarrollar la educación personalizada, la orientación médica masiva, la generación de herramientas creativas para resolver problemas cotidianos que ayuden a mejorar la calidad de vida. Sin embargo, existen una serie de cuestionamientos a distintos niveles: ¿pueden utilizarse para fines destructivos o como herramientas para que gobiernos autoritarios controlen a sus poblaciones?, ¿quiénes determinan la orientación que tomarán dichas tecnologías?, y en el caso de ChatGPT, ¿dado que el sistema se alimenta de información existente, no podría fomentar la propagación de noticias falsas?

A este respecto, Altman comenta que estos modelos deberían considerarse como un motor de razonamiento, más que una base de datos concretos, de modo tal que sirvan como herramientas laborales más que para sustituir los puestos de trabajo. Además, los tecnólogos parecerían reconocer que la velocidad con la que están avanzando dichas tecnologías limitan la capacidad de empresas, gobiernos y ciudadanos para regular o limitar los distintos usos que puede tener la IAG y que podrían derivar en conflictos bélicos o en el sometimiento de grupos de población que discrepan de las políticas del gobierno. Es así que, aún llegando a un acuerdo entre representantes de los países para regular o reducir la velocidad de desarrollo de estas tecnologías, queda por verse cómo se evitaría que dicha tecnología se desarrolle en ámbitos transgresivos, como pueden ser las redes oscuras (dark web).

Regresando al potencial que tiene la inteligencia generativa, destacan las posibilidades que pueden tener las aplicaciones relacionadas con la educación personalizada, en el sentido de que estas pueden servir como herramientas de apoyo para entender un concepto a mayor profundidad, razonar en conjunto sobre las distintas explicaciones de un fenómeno, o avanzar más rápidamente en el desarrollo de soluciones creativas a problemas que la gente considera importantes. Estas tecnologías suelen compararse con el momento en que las calculadoras transformaron la enseñanza de las matemáticas, los programas de diseño asistido por computadora para proyectar edificios, y el internet para encontrar información relevante para la redacción de trabajos académicos. En ése sentido, algunos campos como la educación, la medicina y las comunicaciones tendrán que implementar cambios sustanciales en la manera en que funcionan dichas disciplinas, para poder adaptarse al cambio como principio evolutivo.

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