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Sobre la Eterna Primavera

 

Alfonso Valenzuela Aguilera

La fascinación que experimentara Malcolm Lowry con respecto a la conjugación entre la ruralidad tradicional de Cuernavaca y la disponibilidad de facilidades propias de una ciudad cosmopolita, captura la invención de un centro turístico superpuesto a un tejido socioeconómico diverso y polarizado. Ciudad de paradojas y contrastes, Cuernavaca fue la sede alterna de los poderes nacionales empezando como el epicentro del Marquesado del Valle de Hernán Cortés, lugar de descanso del emperador Maximiliano, destino vacacional en el Porfiriato, punto de encuentro para Francisco I. Madero, cuartel general de Emiliano Zapata, centro de operaciones del Embajador norteamericano Dwight Morrow y lugar de retiro para ex presidentes como Plutarco Elías Calles, Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos.

 

En el ámbito territorial, la región amalgamaría los siglos de historia acumulados para construir la imagen de la ciudad de la eterna primavera, una atmósfera milenaria y etérea que, junto con la exuberante vegetación, la asemejaría a un paraíso a los pies de los volcanes. Los símbolos como éste permitirían a la gente seleccionar los posibles significados y connotaciones sobre los cuales basar su propio entendimiento y significado en lugar de buscar un sentido uniforme. Es así que los símbolos de “Tierra y Libertad”, “Justicia Social”, o “No-reelección” ayudarían en su forma abstracta a generar consensos y absorber diferentes visiones dentro de la comunidad alrededor de valores comunes, aún cuando en el fondo los distintos grupos buscaban objetivos que en lo particular podrían ser discrepantes. Dichos símbolos incorporaron valores y significados condensados considerados importantes por la comunidad, que mediante asociaciones complejas se acompañaron de un contenido emocional importante. Cuernavaca incorpora por tanto, valores de modernidad como destino de fin de semana de la emergente metrópolis del centro del país, así como una alternativa para artistas, diplomáticos e intelectuales que buscaban un refugio ante las vicisitudes de la vida citadina.

 

La construcción de una identidad local y nacional estuvo entonces permeada por la participación de residentes extranjeros, lo cual ayudó a posicionar a Cuernavaca como un destino turístico que conjugaba tanto un acervo cultural de la región como los atractivos naturales y el misticismo de una ciudad indómita. Elizabeth Morrow, la esposa del embajador norteamericano, evocando la fascinación que le provocaba la ciudad comentaba: “[…] ves mas allá de la arquitectura rosada, el fondo de las colinas color púrpura de los volcanes coronados de blanco, y sabes que esta es la calle de México donde tienes que vivir”. Si bien Cuernavaca en esos años carecía de la infraestructura turística de otros destinos turísticos establecidos, desde la perspectiva de Morrowexistían una serie de atractivos que seguirían atrayendo a los viajeros.

 

Cuernavaca, al igual que el Hotel Casino de la Selva, se convertirían en un refugio internacional de artistas y revolucionarios, religiosos y filósofos, que se darían cita en un lugar suficientemente alejado de la ciudad capital para darles libertad de acción,mientras que al mismo tiempo les permitía explorar otras posibilidades, por lo que Alfonso Reyes la definiría como una pequeña Babel. Es así que la ciudad se muestra como fuente inagotable de símbolos literarios y de patrones espaciales como es el caso de las barrancas, las cuales funcionan como pasajes o puntos de contacto en el tiempo, en tanto que el espacio transporta a personajes y emociones entre las distintas dimensiones. Lowry por ejemplo, recurre a la rueda como camino circular y cíclico, en donde su estructura capitular gira sobre sí misma y como parte de una órbita mayor, que obligaría al lector a reiniciar la lectura de su novela una vez más.

 

En otra ocasión, Lowry relataba que cerca del Hotel Casino de la Selva encontró un letrero apoyado contra la valla de un pequeño jardín público, lo que le sugiere un nuevo simbolismo ligado al paraíso: “¿Le gusta este jardín, que es suyo? ¡Evite que sus hijos lo destruyan!.” El jardín, como Lowry explica a su futuro editor, es el tema más importante de su novela y puede tomarse como el jardín del Edén o el mundo mismo, el lugar en donde el cónsul pasa buena parte de su tiempo y en el que se desenvuelven procesos interiores en los personajes, enmarcado por el entorno y los volcanes. Es ese jardín, ese paraíso que no alcanzamos a distinguir actualmente, el que Lowry nos incita a reconocer.

 

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