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Luis Tamayo Pérez*

 

El ser humano es un animalito muy peculiar: le encanta depredar su casa. Y no es el único. Aquellos que crían gallinas saben que éstas, si son confinadas, son capaces de devorar hasta la última plantita del solar. No por otra razón los que tienen gallineros orgánicos no pueden sino, periódicamente, trasladarlas de un lugar a otro. Sólo así evitan que conviertan en tierra yerma su hábitat. Y no son los únicos animales que se comportan así: vacas, cerdos y demás, si son confinados, hacen exactamente lo mismo. En el caso de la humanidad, como indica María Tafalla en su ensayo Filosofía ante la crisis ecológica (Plaza y Valdés, 2022: 13-14), ello deriva de la incapacidad humana para la convivencia:

“De las diversas culturas y sociedades que el ser humano ha ido ensayando a lo largo de su existencia, la que ahora se expande por todo el planeta es la civilización industrial-capitalista-colonial-acelerada-insaciable, basada en la explotación de la biosfera y también de unos seres humanos por otros. Esta civilización causa un sufrimiento atroz a una inmensa mayoría de humanos, convierte la vida de innumerables animales salvajes en un infierno, cría animales domesticados con el único objetivo de matarlos, extermina especies, despilfarra los bienes naturales, degrada los ecosistemas y está incluso alterando peligrosamente el clima de la Tierra. Su expansión ha ido destruyendo otras culturas humanas y sabidurías indígenas que podrían actuar de contrapeso. Si no logramos cambiar de rumbo, el resultado será una extinción masiva que podría arrastrar también a la humanidad. Debemos analizar de manera crítica y sensata, pero a la vez urgente, las causas de tal desastre, y aprender de una vez a convivir entre nosotros y con las demás especies. Necesitamos aprender a habitar la Tierra. Si no lo conseguimos, el futuro de la Tierra no nos incluirá.”

El crecimiento de la especie humana, durante milenios, estuvo limitado por barreras naturales: por los grandes depredadores: tigres, jaguares, pumas, lobos, osos, así como humanos de otras tribus y linajes; y también por los pequeños depredadores: virus, bacterias y parásitos. Todos ellos mermaban a la especie y la mantenían en cantidades razonables para su ecosistema.

Sin embargo, tal y como indica Yuval Noah Harari en su ensayo Sapiens (2014: 26ss), con el paso de los siglos, la inteligencia humana fue superando los obstáculos a su crecimiento. El Homo Sapiens primero exterminó a sus hermanos —Neandertales y Denisovanos— después, gracias a las armas, redujo hasta casi el exterminio a lobos, grandes felinos y otros depredadores. Finalmente, apoyado en la ciencia medica, ha podido defenderse de enfermedades que antes mataban a la mayoría de sus infantes o acortaban su existencia. Finalmente, a mediados del siglo XVIII inicia la revolución industrial, una que, gracias a la potencia energética del carbón y, siglos después, del petróleo y el gas, permitió que las mayorías contasen con una enorme cantidad de bienes que hicieron más confortable su vida.

La consecuencia la conocemos bien: en nuestros días, los humanos de las naciones desarrolladas viven más años y, en muchos casos, más saludables, que los reyes de hace dos siglos. 

Desgraciadamente, la prosperidad y comodidad actuales derivan directamente, de recursos finitos y en vías de hacerse cada vez más escasos y caros: el carbón, el petróleo y el gas. El pico del petróleo se alcanzó, así lo reconoció la Agencia Internacional de la Energía (AIE), en el 2005, el del carbón ocurrió en el 2020 y el del gas lo hará antes del 2030. Y el uranio, elemento con el cual algunas naciones han sustituido a los combustibles fósiles, también alcanzó su pico de producción hace ya una década. La consecuencia: al convertirse en materiales cada vez más escasos su precio no podrá sino incrementarse.

La humanidad ha basado su prosperidad y crecimiento ¡en la energía que le brindan recursos finitos!

Tal y como informa Antonio Turiel en su libro Petrocalipsis (Alfabeto, 2020), las principales empresas petroleras del mundo no han podido sino reconocer que hemos entrado a la era de petróleo caro y, en consecuencia, a la vez que están destinando cada vez menos capital a la exploración petrolera (Upstream), han comenzado a diversificarse. Mientras que hasta el 2014 venían incrementando sistemáticamente la inversión en exploración y producción, para el 2021 esa inversión había descendido en un 60%. La razón de ello, así lo indica Turiel, es que año con año venían perdiendo, globalmente, cerca de 110 mil millones de USDlls. A pesar de los esfuerzos y gran tecnología de las grandes petroleras, se dieron cuenta de que no valía la pena seguir buscando yacimientos inexistentes: se perdía más dinero del que se podía recuperar.

Si se miran las estadísticas de largo plazo de PEMEX, se observa la misma tendencia: mientras que la producción venía aumentando de manera continua hasta el 2004, con el declive de la producción de Cantarell (el segundo pozo más grande de toda la tierra), la producción mexicana comenzó su inevitable declive. En nuestros días estamos muy lejos de los 4 millones de barriles diarios que la nación producía y, a pesar de las enormes cantidades de capital que la administración actual del país ha inyectado a PEMEX exploración, la producción cae y ahora apenas si es un tercio que de la del 2004. En muy pocos años dejaremos de ser una nación exportadora de petróleo.

Mientras las principales petroleras del mundo se diversifican y buscan generar energía con fuentes renovables, los gobernantes de nuestro país siguen neciosen gastar el presupuesto en buscar petróleo inexistente y en construir refinerías. Si todo el capital invertido solamente en la refinería de Dos Bocas, se hubiese destinado a la generación energética mediante renovables ¡habríamos duplicado la producción nacional de tales energías y estaríamos muy cerca de cumplir con lo comprometido por México en los Acuerdos de Paris (2015)!

Por todo lo anterior podemos apreciar que nuestro país se encamina a una debacle energética… y la razón es muy simple: cuando un pueblo, o una nación, basa su prosperidad en recursos finitos, están condenados, tarde o temprano, al colapso. 

 

*PhD. Catedrático de la ENESJ UNAM.

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