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(Segunda parte)

 

En todas las que puedo, decía, y son contradictorias. Los cuerpos como las pieles se disfrazan, maquillan, se enmascaran. Las ideas que brotan del cerebro, también. El color es biológico y yo desconfío de ese término, no creo que todo sea “natural”. Por tanto, agradezco a María Galindo confirmar la existencia de indias que se odian o, mejor dicho, nos enseñaron a odiarnos porque el mestizaje opera misógino en nuestra subjetividad, intenta blanquearnos como lo hacía Porfirio Díaz con polvos de arroz para parecer menos morenas, menos marrones, diría la Wiermer en Huaco retrato. En efecto, nos odiamos por cualquier razón, pero las que provenimos de los úteros ancestrales de las indias aprendimos a rechazar nuestra belleza, ese don porque es poder y a nosotras, supuestamente, no se nos da completo porque no sabemos cómo manejarlo, porque nos boicoteamos, somos cobardes o no queremos pagar su precio, así que muchas veces (porque nos lo enseñaron también) le pasamos la autoridad a los otros como si fuera una papa caliente. También agradezco a la academia y a las mesas de las novedades donde he encontrado libros de feministas blancas y negras a quienes he leído con sumo placer, algunos los he podido pagar desde el privilegio de las becas, el trabajo hablando de lo que leo, la desfachatez de los hurtos o, como buena pirata, bajándolos de donde sea, aprendiendo a convertir archivos sin saber nada de nada, así que no digan que no se puede leer porque no hay dinero ni tiempo, no se mientan. La misma Gloria Anzaldúa comentó que se escribe sin cuarto propio y la que quiere un libro, lo consigue, se pelea con internet, lo pide prestado, va a una biblioteca, lo paga a cuotas, a doce meses sin intereses en Mercado Libre, pero al final, ahorrando, comprando menos carne o verduras, prostituyéndose, renunciando a zapatos nuevos o a hasta comprar mejores vestidos, lo logra porque así de grande es su terquedad. No apologizo que eso ocurra y no soy de la secta ridícula de coaches convenciéndonos de que querer es poder porque si vives en un pueblo alejado, los libros no llegan, si no tienes ni un centavo debido a la precarización de siempre, si vives para pagar tu tarjeta de crédito, la historia es bien distinta: te atrapó el dinero o la desgracia, una enfermedad, un accidente, un marido que te estafó, un despido, etc., pero la realidad es la realidad y no estoy escribiendo para quejarme del precio de los libros que sí, es oneroso, es una bofetada, una violencia que da asco, pero esa violencia, como todas, se encara, se responde ante ella, se resuelve, no te quedas con el marido que te golpea cuando una ya sabe que debe salir corriendo para que no te mate un día, cuando debes pedir ayuda o defenderte con lo que tengas a la mano. Recuerden que “nadie sabe lo que puede un cuerpo”, decía Spinoza. Hablando de cuerpos, quizá eso sería lo primero que tendríamos que leer: nuestras cicatrices (muchas por heridas que infligieron hombres), nuestra celulitis, las estrías de nuestro vientre, las de las demás. Tal vez deberíamos preguntarnos por nuestra pigmentación real, no solamente la biológica, sino por el color de la forma en que pensamos.

Vuelvo al punto: hay mujeres blancas que sí saben brincar, o sea, teorizar: ¿un ejemplo? Quien habló con bastante solvencia filosófica de la matriz colonial entre raza-sexo-genero, además de la afroamericana Bell Hooks, fue María Lugones. Si van a Google a buscar sus fotos no encontrarán el “pelo malo”, los labios carnosos, no. Lugones, la una enorme maestra que explicó la colonialidad y cómo incide en el género, era una argentina de tez blanca; no de piel oscura como Ochy Curiel. Así que no me vengan a racializar el feminismo o decir que hay que tener madre y no reconocer los aportes de la feministas gringas o europeas por culpa de sus privilegios, de lo que les pagan o porque como tienen los ojos azules o verdes, pues tienen la vida más fácil, que se pudran y nadie debe leerlas, ¿eso no es rencor absurdo, venganza obtusa?, ¿no es seguir cobrando bobaliconamente la famosa herida colonial? Aquí otro botón de muestra: Houria Bouteldja, quien en su libro, Los blancos, los judíos y nosotros, expone que ella no es blanca, sino que está blanqueada y por eso el turbante que porta, el activismo político en el Partido de los Indígenas de la República, por eso su crítica al feminismo racializado y demás, solo que esta militante argelina señala únicamente una cara de la moneda: critica el blanqueamiento de la colonialidad-conquistalidad- de nuestro presente antropocénico y pospandémico, pero intenta descolonizar el feminismo solo lavándole la cara, quitándole la pasta blanca de mimo en el rostro y diciéndole al mundo que es de piel oscura, amarilla o marrón, en nombre de una pureza epistémica, de la defensa de una diversidad mentirosa, otro ejercicio violento de corte también patriarcal. Coincido con Galindo otra vez: la racialización es la pigmentación política.

Ya sé que me van a querer quemar porque quizá crean que estoy defendiendo a ultranza el feminismo blanco, no, por ahí no va mi argumento. Las relaciones patriarcales, que no el patriarcado como sumo enemigo, se cuelan en los feminismos tan contradictoriamente que no somos capaces de ver la arrogancia de quienes se pelean por ver quiénes han sido más oprimidas, si las indígenas del maravilloso Sur Global o las Afro (me da miedo escribir la palabra negras, pero lo haré porque muchas de ellas exigen que así se les diga con todo honor). De tal forma que compiten demostrando cuál de sus patriarcados es de menor o mayor intensidad. Desde una interseccionalidad mal encausada se vuelven tal serviles al capitalismo gore como las feministas que cobran en dólares trabajando para ONG´s que se lavan las manos ante la precarización y el devenir esclavitud consensuada que la agenda de la dueñidad del mundo no va a cambiar. Respeto sus sueños dorados y húmedos, pero las revoluciones no sirven para mañana y decir que la utopía es útil porque nos permite avanzar es una estolidez judeocristiana. Solo nos movemos en círculos, esa es la historia de la historia que nos han contado y “escupamos sobre Hegel”, gracias, Carla Lonzi. Otra dizque blanca porque nació en Italia, por cierto.

Continuo, escupamos sobre tal o cual bando al que nos obligan a pertenecer en una guerra epistemológica no pedida ni resuelta. ¿Quién declaró dentro del feminismo el comienzo de las hostilidades al feminismo y sus diferentes genealogías?, ¿a quién le conviene nuestra separación del movimiento indigenista o del transactivismo? Ojo, no estoy diciendo que no sea sano debatir y habito contradicciones que estas páginas mostrarán abiertas, calientes, como rasguños que ya serán tatuajes. Escribo porque en verdad deseo saber el color o la mezcla de tonalidades del modo en que pienso o, de plano, para despigmatizar mi palabra con el objetivo de que la raza no me condene a una sola manera de vivir o me obligue a un solo eje de discusión y, sobre todo, para que en su nombre no persiga a nadie ni me deje perseguir, vigilar ni castigar. Eso, queridas, en estos tiempos de cancelación, es lo que cuenta. Escribo este libro sin glamour editorial para sacarle la lengua al editopatriarcado y porque no puedo parar. Ahora escucho a Raquel Gutiérrez Aguilar en un video y me emociono, la socióloga, filósofa, matemática, exguerrillera, señala que una de las virtudes del feminismo latinoamericano es que está teniendo capacidad para conectar las luchas gracias a que se abandona el lugar de víctima y se rechaza, ergo, el lugar de la culpa. Así es como te haces cargo de la diferencia estructural, pero piensas entonces en la posibilidad de la alianza y la tratas de trabajar [1]. Esa es otra forma de política que une, no desarticula. Por eso escribo, para hacerme a la idea de que suturo, de que en las manos tengo una aguja e hilo de hospital. Frente a mí, lo que por ahora duele y sangra porque aún no logramos entenderlo.

*Escritora

[1] En esta conversación: “Hay que pensar la amenaza fascista como una contraofensiva contra nosotras” en https://www.google.com.mx/search?q=raquel+guti%C3%A9rrez+la+herida+colonial&sxsrf=. Consultado el 10 de enero de 2023.