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Martín Cinzano

Alguna vez vendí libros en la calle y me topé, entre tanta gente, con una mujer que buscaba un libro para su hermano, en lo posible uno de aventuras, pero sin mucha violencia, es decir no demasiado crudo, pero tampoco una novela rosa o un relato con moraleja. Además, dos requisitos importantes, sorprendentes para mí, debía cumplir el libro: nada de armas en la portada ni nada de tapas duras; sólo una edición en rústica en lo posible sin ningún tipo de dibujos ni mapas en su interior o exterior.

Hallar un buen relato de aventuras con poca violencia y —para colmo— sin crudeza, es bastante difícil. Pero si tal relato fuera posible, ¿serían sus tapas duras un signo inequívoco de violencia y crudeza? ¿Qué clase de libro buscaba esta mujer para su hermano? “Mi hermano está en el bote”, dijo entonces ante el ceño fruncido de este vendedor, y de ese modo el terreno comenzó a aclararse.

Tenemos a un potencial lector encerrado en un penal donde seguramente vive hacinado: ¿qué quiere leer este tipo (suponiendo que quiera o pueda leer)? En el encierro nadie necesita estímulos agobiantes, más bien todo lo contrario, pensé: tal vez el transitorio alivio concedido por una película de chistes tontos o por un libro escrito con buenas intenciones, pese a que, como dijo André Gide, con éstas sólo se hace mala literatura. ¿Pero qué tal si el reo lo que quiere es intensificar su calvario? ¿No hay quienes buscan la salvación de esa manera? ¿Qué tal si…? No, no, no, reclamó la mujer: una historia de aventuras de verdad, con barcos, aviones o naves espaciales de mentira, algo tranquilo pero tampoco una tontería de ésas para “ser mejor”.

En cuanto a las características físicas del libro, ahora se comprende: un arma, un mapa y el empastado (que puede servir para ocultar droga o un arma cortopunzante, por ejemplo) levantarían demasiadas sospechas entre los gendarmes, y el libro no llegaría jamás a las manos del lector preso, a no ser que —cosa bastante dudosa en este caso— éste sea un tipo con poder. ¿Qué libro, pues, le podíamos enviar al convicto? ¿Cuál es la lectura ideal? Irritada ante la inmovilidad del vendedor, la mujer misma hizo el trabajo escogiendo de una repisa uno que no estaba nada mal, que de hecho estaba muy bien, aunque, por supuesto, eso sólo se verá hasta que su hermano lo lea.

Nunca se sabe con certeza el destino de los libros vendidos, pero al menos en este episodio una cosa era segura: el volumen en cuestión —una delicia, la verdad— literalmente fue a parar a la cárcel. ¿Servirá de algo allá dentro? (Pero: ¿servía de algo aquí afuera?)

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