Elisa Díaz Castelo, ganadora del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2020 por El reino de no lineal(FCE) y del Premio Bellas Artes de Traducción Literaria 2019 por Cielo nocturno con heridas de fuego, de Ocean Vuong, publicó Proyecto Manhattan (Ediciones Antílope) y Principia (Elefanta Editorial). Poemas suyos aparecen en Letras Libres, Nexos, Hispamérica, La Revista de la Universidad, Tierra Adentro, Este país, yPeriódico de poesía, entre otros. Ganó primer lugar en el premio Poetry International del 2016, el segundo lugar del premio Literal Latté 2015 y quedó entre los semifinalistas del premio Tupelo Quarterly 2016. Sin duda alguna se trata de una de las poetas jovenes más prometedoras del momento. Y recientemente publicó su primer libro de narrativa, El libro de las costumbres rojas (también con Elefanta Editorial), donde hay cuentos que juegan un poco con saltar al más allá, y volver.
Elisa tiene dentro de sus múltiples formas de escribir un interés en vincular la ciencia con la poesía. Por un lado, el padre y madre de Elisa son médicos, y desde muy pronto ella estuvo expuesta a ese lenguaje, el discurso que tuvo a la mano fue el científico; por otro, a ella misma siempre le ha interesado mucho la poesía que integra discursos que en apariencia le son ajenos, «idiomas» de otros ámbitos, lenguajes recónditos, precisamente como el lenguaje de la médico o científico. En Proyecto Manhattan hace una exploración de temas científicos —finalmente es un libro de poesía que trata sobre la creación de la bomba atómica—; ahí la ciencia tiene una presencia intermitente, aunque no necesariamente está en el centro del libro, como sí lo están las voces de, por ejemplo, San Juan. Es un ibro por momentos apocalíptico. Algo similar sucede en Principia, me refiero a con la presencia de la ciencia. En Principia la ciencia está presente pero con otro equilibro: ahí, de manera más notoria, está colocada al centro, como corazón regulador del lenguaje y del acercamiento a lo íntimo. Elisa ha dicho que la ciencia y la poesía comparten la misma premisa: el asombro. Y desde ese asombro escribe, como lo hizo en Principia, donde además de ciencia y poesía, hay, a su vez, un tercer polo gravitacional, un planeta que de alguna forma jala al libro: la religión. Las tres dimensiones —ciencia, poesía y religión— parecen existir en universos muy alejados; pero quizás no tanto. Para Elisa, la religión, la ciencia y las mitologías se hacen preguntas similares, aunque las responden de formas totalmente distintas. Elisa las reconoce, sabe que todas se preguntan por «el inicio y el final de los tiempos». Son preguntas que, a Elisa, siempre le han interesado y, sobre todo, más que las preguntas, las múltiples respuestas que de ellas pueden recibirse; para ella la poesía no es un universo de metáforas, sino una forma de pensar. Elisa Díaz Castelo no es una poeta que se repliegue a una sola poesía, sino que se abre a ella, en busca de la poesía mutante, de la que está en constante movimiento y es flexible. Para ella, cada poema responde a sus propias leyes y luego reacciona a ellas. Cada poema es, por eso, un universo alterntivo. Y Elisa es una cazadora, como lectora y escritora, de poemas que funcionan bajo sus propias reglas.
Va un poema de Principia:
Apocalipsis
No creo en el apocalipsis pero ya casi no veo pájaros. Se habrán hecho ceniza. No creo en el apocalipsis, pero la Tierra terminará de mala manera: crecerá el Sol moribundo
hasta alcanzarla. Hipertrofiado, más luminoso que nunca, devorará uno a uno los planetas. Quizá se adelantó y está pasando. Hace tanto calor que se evaporan los edificios, las paredes terminan hechas aire. Se volatilizan las palabras, duran poco las sílabas. Vivimos el mal gris, la media muerte. Mi abuela con la suya hizo lo mismo, la regaló a la flama y se volvió cenizas. Duró poco su corazón, su sangre roja. Se evaporaron sus ojos. Lo que toca el fuego pronto se convierte.
De pequeña me gustaba atravesar la flama de una vela con el dedo. No me dolía. Mi abuela me encontró y ordenó que la apagara. Pero al final le dio su cuerpo. Al final todos quedarán hechos polvo. Se expandirá el Sol embravecido, nos lamerá con sus mil lenguas. Cuando llegue a la tierra, nosotros estaremos muertos. Pero no importa. Nuestro planeta no podrá huir: su órbita es demasiado constante. Estará atado a su cercanía. Así acabó mi abuela a mis espaldas, en
un cuarto de acero y luego era de polvo. Caeremos en el cuerpo furioso del Sol, se acabarán los miércoles, seremos sólo una forma de consumirnos. Como siempre. Me asomo por la ventana, el Sol se desdibuja. Vivo el color rojo. Entonces no habrá colores, sólo luz.
Emiliano Becerril
Editor de Elefanta Editorial