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Gustavo Yitzaack Garibay López

No hay espacio para los yerros en los nombramientos en la administración pública, pero son de antología en la Secretaría de Turismo y Cultura, al igual que la salida lamentable de personajes valiosos por su trayectoria, experiencia y calidad moral, o el intento de algunos por mantenerse a flote en un barco que no lleva a ningún destino y que ha producido el mayor naufragio cultural y político del Estado. Resulta preocupante el Centro Morelense de las Artes, ni el Centro Cultural Jardín Borda (acéfalo en su totalidad, pues no cuenta con ningún titular de área), y ahora el Museo Juan Soriano, permanezcan solo con encargados de despacho. Siempre será reprochable que no se haya tomado en cuenta a mujeres y hombres que han sido formadores y forjadores de ese capital cultural del que todavía goza Morelos. Sin generosidad, la arrogancia que da el triunfo, termina por volvernos mezquinos y otorgarnos la calidad de miserables.
En el pasado y en el presente, ese modus operandi en la toma de decisiones para asignar a las personas responsables de los despachos culturales un lugar para pagar compromisos de campaña mediante la asignación deliberada de plazas y el otorgamiento de dádivas a los favoritos del régimen, lo mismo a familiares que amigos o amigos de sus amigos, incluso artistas o agentes culturales oportunistas y acomodaticios no al derecho sino al privilegio. Y qué decir de los personeros responsables de operar el saqueo a través figuras suprapoderosas que usurpan funciones para la captación de los moches mediante “licitaciones” o recursos otorgados a contratistas seleccionados, prestadores de servicios o representantes que ninguna experiencia tienen en el medio cultural o incluso en el artístico de perfil comercial.
A toda esa catástrofe se ha sumado el debilitamiento del sector cultural, a su falta de autocrítica y efectividad, hoy más desorganizado que nunca, algo que en parte es explicable a consecuencia de la precarización económica y al gradual cierre de espacios y centros culturales independientes provocado por la pandemia, pero sobre todo por la desatención de los tres órdenes de gobierno. Han sido tiempos de sobrevivencia, sin estímulos ni apoyos para sortear las afectaciones del sismo de 2017, que fragmentó los territorios culturales; sin un programa serio que responda a los efectos de la pandemia, o sin un programa interseccional de perspectiva de género, de derechos culturales, o de la llamada cultura para la paz, para la contención y reinserción social ante la violencia provocada por el narcotráfico y que ha violentado los espacios públicos.
Por ahora el desarrollo cultural no ocupa la centralidad de ningún proyecto ni agenda de gobierno, ni siquiera tiene lugar en el discurso de alcaldes, regidores, legisladores, mucho menos en el gobierno estatal. También resulta lamentable que la Universidad Autónoma del Estado de Morelos esté en el ostracismo de su propio caos financiero.
El gobernador Cuauhtémoc Blanco no tiene ningún interés por la cosa pública y eso se ha traducido en una bravuconería bochornosa como estilo personal de gobernar que a diario nos recuerda la inexistencia de un proyecto de gobierno que ha instalado el gobierno de la ineptocracia. El trabajo y compromiso decidido siempre será un atributo estimable de liderazgo. En él no lo hay, en su equipo tampoco. Siempre hay excepciones valiosas que sostienen la viabilidad institucional, pero esos esfuerzos de integridad y vocación de servicio no alcanzan a contrapesar un relato bien instalado ante la vulgaridad pragmática de quienes deciden: la cultura no tiene ninguna utilidad, porque los artistas y los intelectuales no tienen ningún peso político. Como lo reza la consigna popular, “el primer acto de corrupción que un funcionario público comete es aceptar un cargo para el cual no tiene las competencias necesarias”.

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