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Ha llegado la primavera, está aquí, los árboles estallan en flores amarillas, púrpuras y rosa pálido, van dejando a su paso un cortejo de pétalos que hace añicos cada recelo, cada temor, cada duda de si dios existe o no. Está aquí, ¿Es que no lo ves?

Por las calles se respira un aroma dulce, los insectos despiertan, aflojan las alas, el sol se posa en lo más alto del cielo, llega al cenit, justo sobre nuestras cabezas.

Según un antiguo mito babilonio: De un enorme huevo caído del cielo al río Eufrates nació la Diosa Astaré o Ishtar, conocida actualmente cómo Ostara, una diosa madre venerada como símbolo de la primavera, se dice que iba acompañada siempre de una liebre, símbolo de la fertilidad. De ahí su similitud con la tradición cristiana de Pascua. Hoy en día en todo el mundo sigue celebrando su llegada de diferentes maneras. Ostara, la que brilla, la que cruza galaxias, inunda de calor y acumula nubes para desencadenar una lluvia de oro.

Desde mi casa el invierno muere de a poco, estoy consciente de que este es el mejor momento para plantar semillas de lo que será, tengo la sensación de que debería comerme la vida a tajos, pero me tardo un rato en entender que estoy vivo, me tardo un momento en romper las aguas del sueño propio. Es hora cómo los hacen los animales, de salir del letargo, de buscar auroras con los pies sobre la arena. Hace unos días vi de madrugada un pedacito de cielo que empezaba a clarear, y después nubes rosas encima de la ciudad, era hermoso, su energía me empujaba a caminar, me puso a pensar qué memorias de todo este tiempo recordaré para siempre.

La primavera está aquí, los que quedamos náufragos del invierno buscamos en cualquier gesto una señal, leemos en braille los pasos del siguiente salto mortal. Todavía nos hace falta un corcel, y un par de riendas para empezar a andar, un mail que arrastre buenas noticias, un ticket de avión, y un par de amigos para ahogar el calor y celebrar a los guayacanes. Desde mi cuarto abro las ventanas y dejo entrar a la primavera, dejo que el sol tueste bajito mi piel.

Sigo el consejo de la bruja del norte, y como en el Mago de Oz, empiezo mi camino de baldosas amarillas bajo las tormentas del sol, y el equinoccio en flor.