Privacidad y vaivenes de Twitter

 

Desde que surgió en marzo de 2006, Twitter se fue posicionando como una red en donde la libertad de expresión fue uno de sus pilares, lo que fue consecuencia de los usos que los mismos usuarios fueron imprimiendo en sus posteos e interacciones. Pronto se convirtió en cuna de diversas expresiones y caja de resonancia sucesos sociales y políticos. A pesar de que en términos de usuarios siempre estuvo lejos de otras plataformas como YouTube o Facebook, por ejemplo, siempre destacó por ser espacio para periodistas, opinadores y políticos, que le fueron dando un cariz sui generis, de una plataforma apta para medir los humores sociales y políticos de una parte significativa de la población.

Sin embargo, más allá de sus problemas económicos y de dificultades para generar ingresos, Twitter como todas las redes sociales de importancia tuvieron que enfrentar desde siempre problemas con la circulación de contenidos falsos, aunque el punto de inflexión en ese terreno se dio en 2016 con el Brexit y, posteriormente, con las elecciones estadounidenses en ese mismo año. Las plataformas han abierto camino a la reflexión de lo que es la libertad de expresión en los tiempos que corren, ya que moderar las mismas a través de humanos o algoritmos implica censurar contenidos, pero abrir la compuerta a todo tipo de contenidos erosiona la vida pública y despedaza la misma imagen de las personas. Es un dilema que hasta ahora no ha tenido una respuesta sólida.

Twitter, hoy X, ha sido criticada por su papel en la difusión de la desinformación, pero también la misma va acompañada de la erosión de la privacidad. La plataforma ha sido usada para difundir noticias falsas, teorías conspirativas y otros tipos de información errónea, que en muchos casos busca afectar a personas concretas. En buena medida ese tipo de contenidos ha tenido un impacto negativo en la sociedad, ya que ha contribuido a la polarización política y la erosión de la confianza en las instituciones. Pero mucho de ese contenido se ha usado como arma geopolítica, como un recurso usado por algunos gobiernos para desestabilizar la vida política y social de otras naciones.

La medicina aplicada por Twitter para frenar la desinformación, como la implementación de etiquetas de advertencia para las noticias falsas y la eliminación de cuentas difusoras de información errónea de manera deliberada, han fallado. En la medida que Twitter y plataformas afines permiten postear fácilmente cualquier contenido, sin mediar verificación alguna, eso termina por ser caldo de cultivo para la desinformación. Al mismo tiempo, entre más grandes sean demográficamente las plataformas, más probabilidades existen de que circule contenido falso, sin pasar por alto que la mecánica propia de Twitter de promover, o darle mayor énfasis, a lo que es un contenido atractivo, termina por multiplicar la desinformación.

Por si eso no fuera suficiente, el afán de obtener ingresos por parte de Musk ha llevado a implementar aspectos como las denominadas cuentas Premium, que terminan por propagar contenidos falsos. Las cuentas X Premium ofrecen funciones a quienes las poseen para alcanzar a más personas, publicar mensajes más largos y eliminar comentarios. Así, las cuentas X Premium son más atractivas para quienes quieren difundir información errónea: les permite llegar a un mayor número de personas y propalar de mejor manera su contenido.

La palomita azul no es una garantía de que se esté posteando información válida, ya que solo refiere que la cuenta está verificada y sólo confirma la autenticidad de la cuenta, que pertenece a la persona o entidad que afirma ser. De esa manera, de nada sirve saber que la cuenta es de un político ya que las sandeces y mentiras que difunda se propagarán y de la mano de su palomita azul. Incluso en algunos casos, sin rubor alguno se difunde no solo contenidos falsos o datos inexistentes de las personas.

Las noticias falsas, o fake news se presentan como reafirmación de nuestras creencias o que por sonar atractivas se tornan en espejismos, cargados de distorsiones de la realidad que buscan engañar y manipular a las personas, usando para ello mecanismos legales o no para concretarlo. Se camuflan de información verídica, se disfrazan con titulares llamativos o provocadores y se infiltran en las pantallas de las personas, dando paso a confusión y desinformación.

Más que estar ante fantasmas, se está ante espectros que tienen el objetivo de confundir, de que lo falso se posicione en las mentes de las personas. En algunos casos es el mero divertimento lo que está detrás, en otros concretos intereses económico, pero en unos más es resultado de un entramado de intereses furtivos y agendas maliciosas. En ese entorno inicuo, la verdad se desvanece y la confianza se evapora, dejando a su paso un terreno fértil para el caos y la desinformación.

En un mundo en donde la información se ha vuelto imparable, en donde el río de datos es lo normal, cuando la cuarta pantalla de los smartphones es la ventana preferida para que las noticias falsas lleguen a los ojos de las personas, la tarea de verificar que los datos y las informaciones sean veraces no está del lado de las plataformas sino de los usuarios. En un mundo donde la información fluye inagotablemente, es la responsabilidad de quien usa las plataformas discernir entre lo auténtico y lo ficticio, entre lo que es luz y sombra. Se debe ser críticos, consultar múltiples fuentes, verificar los hechos y no dejarse arrastrar por la corriente engañosa de las noticias falsas.

Sin embargo, si la batalla contra las noticias falsas no se libra únicamente en el ciberespacio, sino en la misma mente de los usuarios, entonces se hace necesario estar pertrechados de un espíritu crítico y promover una cultura de la veracidad y la transparencia. Algo que, para ser sinceros, no se ve que le interese llevar a cabo a los usuarios de las plataformas digitales.

@tulios41