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Maximino Aldana*

Dentro del ámbito académico, entre los mayores delitos que un estudiante, profesor o investigador puede cometer, estánel plagio y la falsificación de trabajos académicos. Dados los acontecimientos recientes sobre plagio dentro de la UNAM, he oído a mucha gente desestimar este delito diciendo que el plagio no se compara con otros delitos de mayor envergadura (como homicidio). Argumentan que el plagio es “peccata minuta”, un error de juventud. Pero no es así. En países más desarrollados que México, el plagio y falsificación de trabajos académicos se han castigado con destitución de funciones, recesión de contrato e incluso la cárcel. Recordemos el caso de Eric Poehlman de la Universidad de Vermont, E.U., quien en 2006 fue sentenciado a un año de prisión por falsificar datos sobre el efecto que tiene el ejercicio en mujeres con menopausia. Oel caso de Jan Hendrik Schön, quien publicó datos fraudulentos sobre semiconductores orgánicos y en 2002 fue destituido de los laboratorios Bell. Más tarde, en el 2004, su título de doctorado fue anulado por la Universidad de Konstaz, Alemania. Un caso dramático fue el de HarukoObokata, investigadora japonesa que en el 2014 falsificó datos sobre el desarrollo embrionario y al ser descubierta, su mentor Yoshiki Sasai decidió suicidarse en su laboratoriopor el gran deshonor que dicho fraude académico traía a su grupo.

El plagio y la falsificación en el ámbito académico son cosa seria y grave, sobre todo si la educación o la investigación están financiadas por el Estado (como en el caso de la UNAM), ya que se utilizan recursos públicos para hacer trampa e ir ascendiendo en el escalafón laboral, robando posiciones a otras personas que han hecho trabajo honesto. En otros países más desarrollados que el nuestro, esto se llama “malversación de recursos” y es un delito que se castiga, por lo menos, con la destitución de funciones.  

El plagio y falsificación de trabajos académicos, y su ridícula negación ante evidencias contundentes, además de ser un delito, son un agravio a los miles de profesionistas egresados de todas las universidades del país, públicas o privadas, que hemos desarrollado y escrito nuestros respectivos trabajos de investigación para obtener títulos y grados académicos legítimos, quemándonos las pestañas y permaneciendo despiertos hasta altas horas de la noche, por meses, a base de café y mucho compromiso. ¿Cuántas veces conocimos a un compañero o alumno que dice: “ya terminé los créditos de las materias, sólo me falta escribir la tesis”? Y en ese “escribir la tesis” se pasan meses o incluso años sin que puedan titularse e incorporarse al mercado laboral de su profesión porque aún no han terminado de escribir su trabajo de investigación.  

Desde hace casi 20 años, en otros países más desarrollados que el nuestro el fraude académico se ha considerado un delito y se sanciona incluso con cárcel ya que, entre otras cosas, la experiencia muestra que la persona que comete fraude una vez y se sale con la suya en ese momento, vuelve a cometer fraude más veces. Se vuelve un “modus operandi”. Este hecho, avalado por muchísimos casos observados, es ignorado por los actuales defensores del plagio académico cuando argumentan que dicho fraude sólo fue un “error de juventud”.  ¿Acaso no nos hemos dado cuenta de que la cadena de delitos graves siempre comienza con “errores de juventud”?

*Investigador en Ciencias Físicas de las UNAM en Morelos

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