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Por Antonio Ponciano Díaz*

Todo parece indicar que el primer cuarto de este siglo, en la sociedad del rendimiento capitalista, el hombre está viviendo una especie de síndrome narciso-depresivo, como lo acotara el filósofo Yul Chul Han, producto de una incesante necesidad de tener, desear, poseer y consumir. El individuo hará todo lo posible por satisfacer todas estas necesidades sin importar pasar por quien se le ponga enfrente. Lo que importa es su propio deseo.

La cuestión es que todo este esfuerzo va dejando individuos agotados y vacíos, algunos con coches, casas, vacaciones y comodidades, pero con desesperanza y con una incesante incertidumbre que amenaza y genera temor de perderlo todo y de no entender lo que está sucediendo, solo sintiendo los efectos de todo tipo de crisis: económicas, de violencia e inseguridad, de salud, del cambio climático, de amenaza de una guerra mundial, de la política, la amenaza de perder el trabajo por los robots, etcétera.

La cuestión es que tenemos todas las comodidades tecnológicos y materiales, pero muchos no se sienten felices. Los datos no mienten, el 70 por ciento consume algún tipo de medicamento, la tasa de suicidios entre los jóvenes va en aumento, nuestro país ocupa el tercer lugar a nivel mundial en obesidad infantil, el 75 % de la clase trabajadora padece estrés laboral.

Todo parece indicar que hemos olvidado apreciar la condición humana. Hemos olvidado que los grandes problemas por los que ha transitado la humanidad siempre salió adelante con cooperación, solidaridad, con comunidad, con compromiso compartido. Me parece, que es tiempo de pensar más en cooperación que en individualidad, en pensar más en la sociedad y menos en uno, antes de que el individualismo nos consuma y nos quedamos rumiando nuestra soledad. El homo-sapiens es homo-sapiens porque es un ser social.

*Ex catedrático de la UAEM

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