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Primera parte

Raúl Silva de la Mora

 

La música corre por sus venas, viaja a través de su imaginación, camina a su lado como un chaneque guardián, habita sus sueños y su memoria, está en sus orígenes más remotos, en su caminar y en su sentir. La hermana de su bisabuela fue esposa de Johannes Strauss, su madre era pianista, su padre un melómano que pasaba horas escuchando música clásica en XELA. La señora que trabajaba en su casa también escuchaba la radio, pero sus gustos eran más populares: Pedro Infante, Toña la Negra, Jorge Negrete, la Sonora Santanera, el trío Los Panchos. Las siete de la noche era un momento estelar, “¿quién es el que anda allí?”. La mitología Cri-Cri es otro origen esencial en la vida de Pepe Frank. Sus ojos se cerraban para ver en detalle ese mundo maravilloso que las canciones de Francisco Gabilondo Soler construían.

Su nacimiento ocurrió el 15 de diciembre de 1948 en la ciudad de México, donde sus padres se conocieron en circunstancias un tanto insólitas. De hecho, la vida de Pepe Frank es una sucesión de instantes insólitos. Su vida bien podría ser una novela, una película, una epopeya, una sinfonía, un corrido.

Ilse Altmann, su madre, nació en Viena, Austria: “ella era una joven de buena familia acomodada, de ascendencia judía, y cuando viene la amenaza alemana y Hitler invade Austria, mi mama estaba casada con un dirigente del partido comunista austriaco y la Gestapo lo atrapó. Mi mamá escapó a Francia junto con mi tía y mis abuelos. Iba embarazada y en un sótano en Niza, bajo un bombardeo nazi, nació su bebe y se le murió en los brazos”.

Su padre, Luis Frank, nació en Lituania y cuando tenía ocho años migró a Estados Unidos: “Mi abuela tenía 9 hijos. Dos de ellos se habían ido a Estados Unidos a finales del siglo antepasado y cuando pudieron mandaron los pasajes para que toda la familia se fuera en barco rumbo a la Isla de Ellis. Mi papá vivió en Nueva York de los 8 a los 17 años, que fue cuando le enfundaron el uniforme gringo y lo mandaron a combatir a la Primera Guerra Mundial. Allí se decepcionó, al darse cuenta de que los intereses que iba a defender realmente no eran los suyos, entonces decidió que no quería volver a EU y se quedó a vivir en España toda su juventud y se hizo español completamente, se adhirió a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), se hizo anarcosindicalista, fue amigo de Buenaventura Durruti y de Francisco Ascaso, revolucionarios españoles. Él conducía el noticiero de la CNT para toda la provincia de Cataluña”.

El nacimiento de José Emanuel Frank Altmann significó la renovación en la vida de Ilse y Luis, lo sabe muy bien Pepe Frank: “Yo soy hijo de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Civil Española. Tanto mi madre como mi padre tenían un bagaje muy fuerte de persecuciones, dolor, muerte, rupturas…” Estas palabras encierran toda una biografía, la de un hombre, pero también la de una época apocalíptica.

En Survivor Café. The legacy of trauma and the laberinth of memory (Café Sobreviviente. El legado del trauma y el laberinto de la memoria), la escritora norteamericana Elizabeth Rosner construyó una hermosa y dolorosa historia para hablar de sus orígenes, del tremendo legado que marcó su vida a través de la tragedia que sus padres vivieron en el Holocausto: “En el relativamente nuevo campo de la epigenética, los investigadores están tratando de desentrañar esos misteriosos mecanismos mediante los cuales los traumas de los padres y los abuelos son transmitido a las generaciones venideras. De manera lenta, pero segura, la ciencia nos está ofreciendo pruebas empíricas de ese legado que nuestros huesos, nuestros sueños y nuestros terrores ya conocían”.

La infancia de Pepe Frank estuvo marcada por cosas muy fuertes que no vivió directamente, pero que están en su genética, pero también esa inmensa ternura y el amor a la vida que le transmitieron su madre y su padre: “toda esa sensibilidad me marcó en mi amor por los niños y en mi gusto por darles alternativas, darles imágenes hermosas, jugar con el humor, jugar con la armonía, jugar con la melodía, jugar con el ritmo, jugar con los instrumentos, los distintos timbres y buscar sensibilizar. Ese es el objetivo número uno: que los niños que trabajan conmigo como alumnos, como radioescuchas y como público reciban un gustito por la vida, una inspiración que los haga ser más empáticos con el medio ambiente, con el medio social, y con todo lo que estamos viviendo”. (Continuará).

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