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Víctor Manuel González
vgonzal@live.com

Hoy día es necesario que los investigadores difundan el conocimiento científico generado en sus instituciones, y la sociedad a su vez se interese en conocerlo. La discusión informada y crítica de ambas comunidades sobre los temas científicos de impacto social podría ser de gran beneficio, en un estado como Morelos, económicamente desigual y tan diverso culturalmente. La difusión del conocimiento científico y el diálogo con la sociedad morelense, serán los propósitos de esta columna.
En la actualidad, tal vez como nunca antes en la historia de la humanidad, la ciencia y la tecnología impactan la vida diaria de todos nosotros. Utopías imaginadas en las novelas de ciencia ficción y películas del siglo pasado no parecen muy lejanas de hacerse realidad, y lo más probable es que sean rebasadas por nuevos descubrimientos científicos y sus aplicaciones tecnológicas. En sentido amplio, la ciencia es, como escribió Peter Medawar en su libro “Consejos a un joven científico”, el conjunto de actividades humanas con el propósito de comprender la naturaleza. Siendo así, la ciencia abarca tanto conocimientos empíricos como académicos obtenidos con los medios precisos y formales de un método.
Los astrofísicos de hoy pueden explorar los límites del universo con instrumentos muy poderosos como el nuevo telescopio James Webb de la NASA, y los genetistas entender los mecanismos detallados de la herencia de los seres vivos por medio de catalogar todos los genes de un organismo. Incluso en algunos casos, es posible modificar los genes en modelos de laboratorio y obtener los polémicos organismos transgénicos. Las aplicaciones tecnológicas de los descubrimientos científicos hoy tienen y probablemente tendrán en el corto plazo, consecuencias profundas en nuestra manera de vivir y como concebimos el universo, como prevenimos y curamos las enfermedades, y en el cuidado del planeta. Es factible también que el mismo desarrollo científico traiga consigo mayor desigualdad económica y marginación social.
El avance científico sin duda ha mejorado la calidad de vida de los ciudadanos, y responde bastante bien en situaciones de emergencia como hemos visto en el control de la pandemia de la COVID-19. El desarrollo de las vacunas ocurrió rápidamente gracias a los estudios previos sobre la estructura y función de las moléculas que forman el virus y la respuesta inmunitaria en modelos animales. Requirió tambien la inversión de una gran cantidad de recursos financieros de los gobiernos y de las empresas privadas aplicados a su resolución. En la “sociedad del conocimiento” el saber científico es sujeto de valor económico, y no extraña que las compañías que fabrican las vacunas ahora tengan ganancias extraordinarias. Esto debería hacernos reflexionar sobre los beneficios sociales y económicos del conocimiento y la ventajas de invertir en ciencia y tecnología.
En este escenario, la ciencia parece avanzar de manera impresionante abriendo una brecha con la sociedad que escasamente tiene acceso al conocimiento generado. Ello nos convierte en receptores pasivos de las tecnologías. Un mayor conocimiento del trabajo científico de parte de la sociedad podría redundar en la participación informada, por ejemplo, en los problemas ambientales y cuidado de la diversidad biológica de México y, particularmente de Morelos, en la comprensión y prevención de enfermedades como la diabetes, y opinar sobre las políticas públicas sobre el uso de los recursos naturales comunitarios, entre muchas otras cosas. Decisiones políticas sustentadas en visiones económicas únicamente, pueden ser desacertadas y nocivas si no toman en cuenta la opinión informada de la sociedad.

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