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TESTIMONIO

 

“¿Señora, usted presenció el asalto?” Aunque la pregunta así formulada con la entonación que le agregó Julio, el inspector asignado al caso, resonara en Eréndira más como una orden a intervenir en la investigación como testigo que como una atenta solicitud a colaborar, la mujer titubeó por unos segundos enfrente del MP antes de asentir Y relatar lo vivido por la mañana. En efecto, había apercibido un individuo extremadamente delgado, que portaba una playera azul, cruzar veloz el camino de la víctima en la banqueta, pero no recordaba ni su voz ni otros indicios que pudiesen ayudar a su identificación. De hecho, no le constaba el suceso violento, por estar respondiendo al mensaje de voz de Paolo. Toda su atención se encontraba en aquel instante vertida en mandarle una respuesta rápida. Por cierto, a Paolo no le gustaba esperar; a Eréndira le constaban las consecuencias por no atenderle en la inmediatez.

La persona agredida, siendo conocida, prefirió conservar el anonimato. Fue notorio que la atención brindada, tanto médica como judicial, resultó expedita junto con la consigna de detener al fugitivo preferentemente antes del último noticiario de la cadena televisiva regional a punto de dejar sin trabajo a varias familias por quiebra.

Bajo presión, el testimonio de Eréndira se volvió entonces más contundente. Aportó más detalles, sopesando cada palabra, sobre el presunto culpable, mismos que se iban distanciando de los hechos realmente ocurridos.

“El hombre se subió a un coche blanco sin placa delantera que se detuvo rápido para recogerlo”. De memoria, Eréndira apuntó en un trozo de papel los números y letras de la placa trasera. Su rostro sin embargo ya no reflejaba la seguridad del inicio. Julio le había permitido hacerle una llamada a Paolo, pero su celular mandaba a buzón de voz. “Deberían de interrogar a los demás esta mañana. Yo no fui la única presente en el escenario. Recuerdo a un paseador de perros y a una vendedora de tamales. Ah, el olor de esos tamales, se me antojaron tanto pero no llevaba efectivo conmigo”.

El ayudante de Julio entró sin saludar a Eréndira para entregarle una USB a su jefe. “Tiene que ver esto antes de que se retire la señora”. Algo sorprendido, Julio accedió.

Las cámaras de seguridad del establecimiento cercano al lugar de los hechos captaron imágenes que no dejaban lugar a duda a Julio: una mujer recibe un sobre manila del cual extrae uno a uno los billetes para contarlos. El inspector congeló la imagen y volteó la pantalla hacia la mujer. “¿Todavía me va a decir que no tenía efectivo para comprarle tamales a la señora? preguntó Julio con sorna.

Eréndira perdió la compostura. No tuvo más remedio que confesar, en un llanto desconsolador, que Paolo dedica su vida a delinquir y que casi siempre la obliga a participar. El mensaje de voz recibido de Paolo era de hecho para darle indicaciones sobre la historia que tenía que contar como testimonio que permitiera inculpar al hombre de azul. Buscando disculparse mencionó que, por amor, ella suele decir que sí a todo siempre y cuando su testimonio se pueda negociar con valor monetario.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM