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Un duelo de Reyes. 100 años de Ifigenia cruel

 

Un 9 de febrero de 1913, durante un fallido golpe al gobierno maderista, el General Bernardo Reyes muere en las puertas de Palacio Nacional, por una ráfaga de ametralladora, mientras generales porfiristas procuraban su libertad. Su hijo, Alfonso Reyes, contaba con 23 años de edad.

A pesar de su Oración del 9 de febrero, escrita en 1930 y publicada póstumamente en 1967, esto es, a pesar de tener en su Oración un proceso de duelo explícito y maduro; Reyes transfiere, en Ifigenia Cruel (1924), a la mitad de su vida, 35 años de edad, un momento dramático de su vida, crítico, en donde, por supuesto, el duelo por la muerte de su padre, es crucial. Como Reyes, en Comentario a la Ifigenia cruel, lo expresa: “la obra encubre una experiencia propia”.

En particular considero que es la siguiente diferencia, entre su Ifigenia y la Ifigenia de Eurípides. Lo que permite apreciar tal momento: en Eurípides, Ifigenia tiene memoria, en Reyes, no, la recupera o, como Reyes mismo lo señala en sus Obras Completas X:

“El conflicto trágico […] consiste para mí […] en que Ifigenia reclama su herencia de recuerdos humanos y tiene miedo de sentirse huérfana de pasado y distinta de las demás criaturas; pero cuando, más tarde vuelve a ella la memoria y se percata de que pertenece a una raza ensangrentada y perseguida por la maldición de los dioses, entonces siente asco de sí misma”.

La tentativa de regreso a México, en 1924, por su exilio en España y Francia, significó en Reyes un enfrentamiento con su pasado, con su memoria, con su biografía; un enfrentamiento al escenario político heredado por las decisiones de su padre. Al dolor, también. Se debate, entonces, Reyes, como su Ifigenia, por la memoria o el olvido, el cual, al mismo tiempo es anhelo de libertad, de destino o de daimon.

Como escribe Reyes en su Epistolario con José María Chacón: “se trata, ¡al fin!, de mi Ifigenia. Se llama Ifigenia cruel. Y es cruel hasta por el esfuerzo que me ha costado… está tallada a hachazos y, más que en madera, en roca… salgo todo lleno de rasguños y de arañazos de tratar con ella. Es el último grito de mi juventud. De hoy más, no tendré ya un aliento de libertad como el que he tenido hasta llegar a ella”. Esto es, una transformación.

Sin embargo, no puede en el olvido librarse tal proceso que la tentativa de regreso a México planteó a Reyes, ya que, ni Ifigenia, ni Reyes, sabría el porqué de dónde está: Ifigenia, en el Templo de Artemisa, y Reyes, en el exilio. Se necesita entonces tener memoria para librar tal transformación; pero, elegir el pasado, para Reyes, o para Ifigenia, tampoco es opción, pues, como escribió a Henríquez Ureña en Correspondencia 1907-1914, “me temo que mi situación familiar me orille a pasar dificultades que yo no buscaré y a pagar culpas que no son mías”.

Reyes decide, frente al pasado, no regresar a éste y elige el presente. La decisión sobre las circunstancias: de elegir con libertad el presente sin olvidar responde, en este caso, a su transformación. Es la libertad entonces a través de la decisión la que resuelve entre la ausencia de pasado o la ausencia de presente. O, como Emir Rodríguez en Alfonso Reyes: Las máscaras trágicas señala, la decisión de Reyes, “[para] reanudar su vida en el exilio”.