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RESPIRO

 

 

Ese día parecía que el mundo de Camila se estaba tambaleando peor que las vibraciones de un sismo; partido en varias fisuras delgadas, cada ámbito que lo conformaba iba quebrantándose, uno a uno, como fichas de dominó. Sintió de pronto, después de las sacudidas, que su vida se quedaba suspendida con demasiadas interrogantes por contestar, entre unos paréntesis cuyos principios y finales resultaba complejo delimitar.

Camila se definía hasta ese día como una guerrera capaz de librar batallas titánicas, aunque no al mismo tiempo sino priorizadas. Permaneció sentada, arrinconada en la cocina como mejor refugio elegido, casi sin aliento. Recapitulando lo ocurrido desde la mañana, la situación se podía enunciar de manera sucinta de la siguiente forma: sin luz, sin novio, sin empleo y sin comida en el refrigerador. ¿Cómo había logrado juntar estas desavenencias; con cierto estilo eso si había que reconocérselo?

En el patio, un pájaro se encontraba colgado de un alambre suelto pensando que era una rama para sostener su nido. La escena, que en otro momento le hubiera inducido risas, o al menos una sonrisa franca, la dejó tan insensible como el estado que experimentaban de concierto su cuerpo y su mente: deshabilitados para emprender cualquier acción. A Camila también le pasó por la mente la posibilidad de que se encontrara en medio de una pesadilla de la cual no tardaría en despertar, o envuelta, muy a su pesar, en un cross over con otro personaje en una serie recién estrenada, sin previo aviso. Un mensaje que llegó a su celular le planteó una situación mucho más cotidiana que las hiper, o mejor dicho surreales anteriores. Camila se encontraba asignada a permanecer en su domicilio todo el día por tener que recibir un paquete encargado uno días previos a la tragedia actual. El mensaje avisaba que el paquete por llegar a su casa -un vestido de algodón orgánico estampado con tintes altamente contaminantes – seguía en tránsito, extraviado o tal vez entregado en otra dirección. De presentarse una siguiente vez el querer comprar una prenda de vestir, Camila acudiría a la tienda departamental a la hora decidida por ella.

La luz iba a regresar en el momento más inesperado, al antojo del viento o de la empresa autodenominada de clase mundial. El tema del novio representaba más dificultad porque se había ido sin previo aviso con Lizeth a quien había conocido de casualidad, según él, en Snapchat. El tener o no empleo no le preocupaba sobremanera puesto que sus padres le seguían abonando un monto mensual superior a su sueldo. La ausencia de comida en el refrigerador podía resolverse con la entrega de una hamburguesa con papas a domicilio, su mente habiendo sido tan sacudida, que no podía recordar sus buenos propósitos de este año consistentes en dejar de consumir alimentos carentes de valor nutricional.

Contestó el mensaje en el celular generador de otra preocupación en cuanto a si iba o no a recibir el vestido para ir a la fiesta de cumpleaños de su novio, que stricto sensu había dejado de serlo hoy mismo.

Al norte de la ciudad, Ximena estaba recibiendo sin protestar un paquete con un vestido de algodón y una hamburguesa con papas.

Invadida por una sensación de agobio, Camila abrió una sesión en la plataforma de streaming, con un helado de pistache en la mano, para tomarse un auténtico respiro, afrontando problemas ajenos y, sobre todo, ficticios.

Nota: Los sucesos y personajes retratados en esta historia son ficticios. Cualquier parecido con personas vivas o muertas, o con hechos actuales, del pasado o del futuro es coincidencia, o tal vez no tanto. Lo único cierto es que no existe manera de saberlo y que además no tiene la menor importancia. Creer o no creer es responsabilidad de los lectores.

*Escritora, guionista y académica de la UAEM