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Rafael Segovia

Cuando me ofrecí a participar en este homenaje a Mafer, pensé en escribir para ella un poema. Pero las palabras se agolpaban, se enfrentaban, se sentían inútiles, y entonces recordé lo que alguna vez dijo Hölderlin: “¿Para qué los poetas en tiempos de desesperanza?”

Hay momentos en que la fuerza y la esperanza que dan las palabras, la poesía, que es la expresión de nuestra hermandad humana, de nuestra pertenencia a la vida, de nuestra conciencia del mundo y las preguntas que de él surgen, sólo pueden servir para marcar un silencio, un estupor mudo ante lo inconcebible.

Porque, en un mundo que tenga sentido, que ofrezca lazos de comprensión entre nosotros que nos ayuden a entender quiénes somos, lo que vinimos a hacer en esta realidad, que den algo de sentido al hecho mismo de que haya algo y no la nada, ¿cómo entender que quepa el sinsentido de la barbarie? ¿Cómo poner palabras y dar sentido a ese hoyo negro que significa la violencia pura, lo absolutamente irracional, lo inhumano?

Estamos aquí reunidos para tratar de entender pero no entendemos. Porque la persona que nos falta, la amiga de todos, la portadora de una sonrisa que siempre y en todo lugar hacía más luminoso el entorno, esa mujer que encarnaba justamente la dulzura, la solidaridad, la amistad, la inteligencia despierta, el opuesto absoluto a la violencia, fue precisamente la que la violencia escogió para cebarse en ella. Es algo que destruye al entendimiento, que nos deja sin el aliento mismo para proferir palabras, para en ellas encontrar un asidero que nos conforte, que nos permita pensar que esto sucedió por alguna razón, que esa expresión del mal se puede conjurar.

Y no, no es posible conjurar, no es posible explicar, no es posible consolarse ni creer en que hay algo en el mundo que pueda evitar que esto vuelva a suceder, que hoy mismo no puede haber otra mujer violentada, otra mujer que se encuentre en extremo peligro por el solo hecho de ser mujer, sin otra justificación, sin otra lógica, sin ningún sentido. Por el solo hecho de que la violencia está ahí, como una bestia acechante, y ha invadido nuestras vidas, ha infectado a nuestra gente, ha prosperado entre las sombras y ya está en todas partes.

Esta vez nos ha arrebatado, a todos quienes conocimos a Mafer y pudimos conocer a ese ser tan especial, su viva inteligencia, su empatía, su generosidad, a la precisa persona que sólo podía atraer exactamente lo contrario a la brutalidad, una persona siempre querida por todos a cuantos se acercó. Y eso hace más terrible aún ese suceso incomprensible.

Sé que muchos de ustedes estarán, como yo, llenos de estupor, de indignación, de revuelta, y que la sensación de impotencia ante un hecho consumado es insoportable. Sé que muchos también, y me sumo a ellos, debemos exigir justicia, elevar una voz de protesta gritada entre todos. Es un acto de solidaridad hacia quien ya no puede gritar por sí misma. Es la manifestación de nuestro rechazo a vivir en un México secuestrado. Pero también debemos estar conscientes de que será necesario, para conseguir un mundo sin esta violencia, sin esta irracionalidad, adentrarse en la cueva de la bestia, trabajar para crear nuevas condiciones de coexistencia, defender los principios del respeto a mujeres y hombres, a la vida misma, crear un nuevo entorno en el que los perpetradores sean una especie extinta, en que la infección de la barbarie desaparezca. Tenemos mucho trabajo por hacer, y no podemos cejar en ese esfuerzo.

Esa será la única respuesta ante lo incomprensible, ante el sinsentido, ante la desesperanza que pueda devolvernos la palabra, la poesía, la humanidad.

21-01-2024