“Quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”

Voltaire

Luego de un recorrido por algunas regiones de Morelos, y la comunicación que sostengo con agentes culturales del territorio morelense, de no ser por las magnas obras de restauración que se llevan a cabo en la ruta de los conventos, gracias a la excepcional intervención del INAH, uno puede advertir que en nuestra entidad no pasa nada, bueno sí, nada bueno: la disputa por el poder entre partidos constituye hoy uno de los espectáculos más degradantes de que tengamos memoria. La salida de unes y la entrada de otres nos advierte que no hay ideología ni principios, sino mera praxis política, que nos falta una prensa que coadyuve a la reflexión social crítica, a la transparencia y a la rendición de cuentas.

Uno de los retos que habrá de asumir el próximo gobierno de Morelos es el de construir un proyecto cultural que atraviese los valores de la identidad suriana, su riqueza como potencia cultural, sus vínculos regionales, el tejido intersubjetivo de memorias e historias colectivas que han forjado un carácter indómito, asociado a la defensa de la tierra y de la dignidad de los pueblos surianos. Si algo es el zapatismo, es una memoria ancestral de resistencia contra el oprobio y el olvido, que son la base de cualquier injusticia. Justicia es memoria.

El encontronazo de la ambición entre unos y otros, mujeres y hombres que, sin mérito profesional ni calidad moral, hoy se asumen probos para ocupar la gubernatura y otros puestos de Morelos nos habla del estado anómalo de las cosas. ¿Qué han hecho realmente por Morelos que no sea ponderar su agenda personal o dejarse ultrajar por los caudillos en turno? Casi todes han aceptado mendrugos de ocasión, cuotas de poder como premio a su lealtad, no a su honorabilidad ni a su desenvolvimiento dentro de la función pública, ni mucho menos en defensa de los intereses del pueblo o de quienes menos tienen.

A unas horas de que se determine cuál será el cuadro político que coordine la defensa de la Cuarta Transformación en Morelos, no sobra una reflexión en el margen de un filoso futuro que puede cortar la posibilidad entre un destino promisorio o un destino fatal ante la soberbia de la clase política morelense y su burocracia cortesana. Los aspirantes y suspirantes, en su mayoría, se han distinguido por su oportunismo, mediocridad y espíritu mercenario. Políticos miserables que se han disfrazado de reyes, reyezuelos, virreyes, caciques, y hasta pichones de dictador.

La realidad insulta e indigna. Apenas a unos metros de cualquier cabecera municipal, uno se asoma a la verdad detrás de la farsa política que vivimos y que nada ni nadie puede negar. Ni el graquismo, pero tampoco el cuauhtemismo cumplieron con los mínimos estándares de gobernabilidad. Ni la seguridad ni la prosperidad fueron angulares en sus modelos de desarrollo. Por el contrario, sus sexenios fueron oportunidades perdidas. Hoy vivimos las consecuencias del error y la negligencia.

La soberbia de uno, la ignorancia del otro, pero la corrupción de ambos nos ha dado una de las mayores lecciones de política. Una democracia saludable no puede prescindir de contrapesos en el Poder Legislativo, sí, pero también de mecanismos de contraloría social, de participación ciudadana. Graco diluyó, desde su faraonismo centralista, todo mecanismo de participación. El cuauhtemismo, por su parte, desdibujó todo cauce de institucionalidad. Somos el ridículo, porque fuimos la obcecación más prepotente. Con una fiscalía desmantelada, un congreso inoperante, un poder judicial sostenido con alfileres, y un gobierno que instaló la ineptocracia, podemos afirmar gravosamente que en Morelos se encuentra quebrantado el orden constitucional.

Por donde quiera que lo veamos, Morelos se encuentra destruido y abandonado. Ni calles construidas a último momento, ni las techumbres de mercado, ni los encarpetamientos asfálticos de caminos vecinales, ni los bailes, ni la construcción de estadios y petulantes torneos, ni las cabalgatas con bailes o campeonatos de impacto masivo, ni los museos que son elefantes blancos, ni las plazas con una falsa identidad arquitectónica, que son un oda al mal gusto, a la improvisación, al despilfarro y al desvío de recursos, son suficientes para encubrir la violencia, la miseria, al subdesarrollo, el empobrecimiento y la precarización laboral de las y los morelenses.

De fondo, en la realidad más insultante y grotesca, el cobro de piso y el asesinato como espectáculo cotidiano de esta fiesta de la barbarie. Y nadie dice ni hace nada.

Lo único que lamento es la cobardía, la mía y la de quienes permanecemos en silencio, sin acción. “Señor, nosotros somos intelectuales, no sabemos nada de política, somo unos ignorantes poetas, artistas, entretenedores”. “¿Bufones de la corte?”

No sé leer el futuro, impredecible y cabrón, pero como Pasolini, “ante ese mundo de ganadores vulgares”, también creo en el valor de la derrota que nos otorga la humildad del aprendizaje, pero también en el garbo que nos da la integridad, y con ello “en construir una identidad capaz de advertir una comunidad de destino, en la que se pueda fracasar y volver a empezar sin que el valor y la dignidad se vean afectados.”

Por eso creo en la paciencia y sabiduría del pueblo morelense: no hay mal que dure cien años. Todo Pasará. Y su historia, la de los perpetradores, será un episodio vergonzoso. Sobreviviremos.

Deseo que hoy, en el proceso interno de Morena, la elegida sea Margarita González Saravia, a quien estimo una mujer honrada, sensible y capaz, para que cuando sea la gobernadora, conduzca un gobierno con aplomo, elegancia, generosidad, integridad, inteligencia y eficiencia, con perspectiva de derechos humanos. Nos hace falta. Le pediría algo, que aleje de sí todo rescoldo de mediocridad y oportunismo, porque los hay.

Lo dicho, una y otra vez, si no es cultural, no es transformación.