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Víctor Manuel González

El nombre más citado cuando se habla de mujeres de ciencia es probablemente Marie Curie, descubridora de la radioactividad. La persistencia de Marie Curie para lograr sus objetivos en medio de tragedias personales alcanza niveles casi mitológicos, convirtiéndola en un ejemplo entre las científicas. Quizá entre los biólogos suene también el nombre de Rosalind Franklin, injustamente relegada a un papel secundario en el descubrimiento de la estructura de la doble hélice del ADN. O bien, Esther Lederberg, quien descubrió la conjugación bacteriana, aunque fue su marido Joshua quien se llevó todo el crédito. Observaciones simples pueden originar grandes hallazgos, como los hizo Barbara McClintock al ver una mazorca de maíz con granos de colores y explicar el porqué de este patrón. Ella descubrió que en los cromosomas del maíz hay elementos genéticos saltarines apagando y prendiendo genes. Años después estos elementos se describieron molecularmente en varios organismos desde las bacterias hasta en el hombre, y se les llamo transposones por su propiedad de moverse en el genoma. Muchas más mujeres han sido autoras de descubrimientos trascendentales. Solo baste decir que la ciencia de hoy no sería posible sin la participación, aunque todavía incomprendida, de las mujeres.

La academia científica es competitiva, demandante y exigente, y ser reconocido como un par por los colegas es fruto de mucho trabajo, y porque no decirlo, conveniencias. Para las mujeres el acceso a mejores y reconocidas posiciones académicas es aún más difícil. Muestra de esto es el porcentaje de 37 % de mujeres investigadoras en el total de investigadores distinguidos en el Sistema Nacional de Investigadores. Una cifra todavía alejada de la paridad. Las instituciones académicas escasamente proveen incentivos para las mujeres de ciencia, bien sean líderes o asistentes técnicos. Quizá ellas no necesitan otros alicientes más que se les considere iguales respecto a sus pares y que su trabajo reciba el reconocimiento y respeto merecido, pero lo dudo. Hasta hace algunos años los cargos directivos y de liderazgo académico estaban conformados casi exclusivamente por hombres. La voz femenina estaba ausente en tales cargos y comités, donde se carecía de sensibilidad hacia el papel múltiple de las mujeres en la familia y en la sociedad. La vulnerabilidad de las mujeres de ciencia no era objeto de debate cuando se trabajaba en la búsqueda del bien superior del conocimiento. Casadas con la ciencia, muchas mujeres postergaron (y aún ocurre) la maternidad y la formación de una familia en aras de progresar en su carrera. También las mujeres de ciencia, como en otros ámbitos de trabajo, han sido sujetas de propuestas poco decorosas y acoso. Algunos de estos casos son conocidos públicamente y han causado la renuncia de investigadores reputados, pero otros casos aún siguen impunes. Debido a estas causas, investigadoras y asistentes de investigación de alto nivel renunciaron a la ciencia a pesar de ser particularmente brillantes.

Aunque han mejorado las condiciones para el desarrollo de las mujeres de ciencia, multitud de jóvenes académicas hoy están en una posición inestable y sin garantías de progreso. En estos días de conmemoración de la mujer, es importante llamar la atención sobre el significado de ser mujer de ciencia. Seguramente la vida y carrera de las científicas famosas también fue difícil, pero prevaleció su genio sobre cualquier obstáculo. No tiene que ser así para ninguna mujer moderna que aspire a ser científica. Para ello tendremos que hacer un lado las inercias del pasado patriarcal e institucional, y apoyar las demandas de las mujeres de ciencia de nuestro país por un futuro seguro en la academia.

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