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-Antulio Sánchez


ELON MUSK es parte del exclusivo club de emprendedores «llamados» a cambiar el mundo. En él convergen el genio y la habilidad para los negocios, la visión del friki apasionado por la tecnología de punta y la del innovador disruptivo, la arrogancia de quien considera tener la mejor visión y el ícono pop para las nuevas generaciones que celebran sus imposturas y desplantes.
Musk es el prototipo de la encarnación del espíritu del capitalismo tecnológico, que camina de la mano de las promesas de las nuevas tecnologías y del culto empresarial que domina en los tiempos que corren, en donde la fidelidad al credo del capitalismo destructor busca derruir lo anterior para dar vida a las herramientas del futuro.
Con sus empresas, Musk quiere trastocar el capitalismo. Con PayPal intentó destruir la industria bancaria con los pagos en línea. Con SpaceX busca socavar el papel de la Nasa mediante el desarrollo de cohetes de bajo costo para colonizar Marte. Con Tesla buscó derribar a los gigantes de automóvil de Detroit que se quedaron varados en el pasado y no tenían en su horizonte el coche eléctrico y autónomo. Con Solar City intenta poner punto final a los combustibles fósiles vía el acceso generalizado a la energía solar.
El último juguete de Musk es Twitter, a la que quiere convertir en el mejor medio para que la gente se informe. Inicialmente hizo una oferta de compra a la Junta Directiva de esa empresa por 44 mil millones de dólares, posteriormente se retractó y después de seis meses entre declaraciones y de tuits iracundos de que sería mucho dinero el que invertiría, y ante la potencial demanda que se podría interponer por parte de Twitter, hizo efectiva la compra. Pero sus primeras acciones al frente de dicha firma han estado marcadas por desatinos, desencuentros, berrinches y polémicas y excesiva presión a la plantilla laboral.
Surgida en 2006, Twitter fue canal de difusión para los libertarios, después fue la interfaz más usada por cualquier persona famosa, políticos, estadistas y periodistas que utilizan esa plataforma como caja de difusión. Sin embargo, Twitter nunca alcanzó la demografía de Facebook, se estancó en 300 mil usuarios, y tuvo problemas para generar ingresos, amén de que al verse como canal ideal de libertad de expresión los contenidos discutibles se propalaron por la plataforma y llevaron a sus directivos a introducir controles sobre lo posteado para frenar las narrativas de odio, el troleo y el acoso.
En medio de los desencuentros de Musk con la plantilla laboral que quedó después de despedir a la mitad de la misma, quiso modificar su forma de operar pasándose por el arco del triunfo los equipos humanos encargados de la moderación de contenidos y otras cuestiones sensibles de Twitter.
Al hacer cambios se metió en un lío al anular las verificaciones, que ocasionaron una inundación de cuentas falsas y el consecuente abandono de diversos influencers de la plataforma, además del retiro voluntario de directivos importantes, que ahuyentaron a compradores de publicidad. Al mismo tiempo, tomó medidas polémicas como poner a consideración de los usuarios la rehabilitación de la cuenta de Trump y demandar a los empleados que para quedarse en Twitter hay que sudar la camiseta, no tener fines de semanas de descanso, lo que provocó una estampida de personal.
Además, debió echar reversa en su idea de cobrar ocho dólares por las cuentas verificadas porque «legalizaba» los perfiles dudosos. La caída de la compra de espacios publicitarios, y la poca confianza que ofrece la nueva etapa de Twitter, han llevado a esa empresa a un momento difícil, en donde no se sabe si terminará no solo con la bancarrota de la firma sino también con el fin de la misma.
Musk se ha propuesto, como dice Alex Davies, de Wired, obras sobrehumanas que en algún momento lo llevaran no solo al extravío, sino a que su misma arrogancia y fanfarronería lo exponga a la autodestrucción llevándose entre las patas a su misma riqueza y creaciones. Estamos por ver si Twitter será el inicio de ese proceso.
@tulios41
Antulio Sánchez (Facebook)

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