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Sujetos impresentables, por ejemplo el IEBEM

 

La política no suele ser una actividad limpia, por más que eso debiera. Aunque más por resignación que por convicción, la ciudadanía parece tolerar cierta dosis de perversión o dureza, siempre que sea para afectar a otros políticos o poderosos y no resulte en actos cínicos. Esta tolerancia social permite que en las filas de cada proyecto político se encuentren comúnmente sujetos impresentables en mayor o menor medida, pero a quienes seguramente la gente buena no invitaría a su casa.

Así que a nadie debe extrañar que algunos paquetes de candidatos tengan una mezcla extraña de gente a la que uno confiaría su voto y otros a quienes no admitiría jamás en su vecindario. Los electores morelenses conocen a muchos de los sujetos con quienes no irían ni a media cuadra, y esa es una de las explicaciones del voto diferenciado.

Vale la pregunta obvia, ¿por qué un partido político postularía a impresentables? La respuesta más probable está en el hecho de que las dirigencias de muchos partidos políticos están ocupadas por impresentables que no ven a quien postulan como alguien tan censurable. En caso de que la dirigencia partidista no sea ocupada por individuos de dudosa moralidad, lo que se impone es un criterio pragmático: el impresentable sirve para hacer cosas que la gente decente no se atrevería, es más, ni se le ocurriría que son posibles.

En todo caso, pareciera que la selección de los candidatos cree en dos falacias. Primero, en la escasa memoria de la mayoría de los electores, una norma no tan certera en la era de la hiperinformación y la velocidad con que los contenidos se rescatan de y se transmiten por las redes sociales. Segundo, en que los otros partidos postularán, seguramente, a gente mucho peor o con desventajas políticas diversas (poco dinero, escaso carisma, pasados complicados, baja popularidad).

Cuando de plano es imposible postular a uno de los impresentables por el motivo que sea (impedimentos legales, seguridad o amplia probabilidad de derrotas, etcétera, no falta el candidato, o equipo de candidato, que lo reciba con los brazos abiertos para usar sus “talentos” en beneficio de su proyecto político. Como suelen ser costales de mañas y comportamientos apenas en la línea de lo legal (y no necesariamente), los impresentables se convierten en herramientas para la “operación política”, y entre su frustración por no haber sido nominados a candidaturas (que ellos aseguran merecer) y el miedo de sus correligionarios a que usen las “habilidades” que poseen en su contra, resultan herramientas carísimas a las que hay que prometerles inamovibles cargos públicos, cuotas de poder, negocios, y un larguísimo etcétera.

Así que no es difícil encontrar sujetos impresentables incluso en los equipos de campaña, los compactos o los extendidos, cuya presencia los candidatos prefieren ocultar, pero las herramientas (políticos al fin) se esfuerzan en presumir a los sujetos o grupos sobre quienes se plantean tener poder.

Dado el acceso a recursos que poseen, los grupos que ocupan el poder público suelen tener más de estas herramientas que los de oposición, pues aparentemente en los asuntos de la política es más sencillo (y barato) hacerse del poder que conservarlo. Así que el equipo que acompañó al gobernador Cuauhtémoc Blanco y que del Partido Encuentro Social hizo mudanza a Morena también tiene ese tipo de “utilitarios” que buscan quedarse con espacios de poder ofreciendo sus servicios a la fuerza política que buscaría refrendar como coalición la titularidad del Ejecutivo en Morelos y como partido hacerse, dicen, por primera vez de ella.

Uno de esos personajes es el director del Instituto de la Educación Básica, Eliacín Salgado de la Paz, de los más comprometidos operadores de Cuauhtémoc Blanco y quien ahora promete a Morena el apoyo de los miles de maestros que votarían por quien él les diga, agradecidos con su estupenda gestión al frente del órgano patronal de los trabajadores de las escuelas públicas de nivel básico en Morelos. Por supuesto que pocos serían quienes, conociendo el sector magisterial y el estado de la administración educativa en Morelos durante el sexenio que está por fenecer, creyeran en el respaldo que cree tener Eliacín Salgado, y mucho menos en que pudiera revivir una idea inexistente, la del voto corporativo del magisterio.

Quienes conocen a los maestros saben que ellos suelen votar básicamente por quien les viene en gana. El voto de los maestros está orientado, como el de casi cualquier ciudadano, por la información recabada sobre los candidatos postulados, la historia ideológica personal y familiar, la conveniencia (al final, los maestros de educación pública son burócratas y calculan los beneficios que uno y otro proyecto de gobierno les pueden ofrecer), entre otros factores. Esto no quiere decir que rechacen un desayuno, una comida, una invitación a algún evento entretenido, pero no suelen sentirse comprometidos por ello.

Aunque probablemente la mayoría de los maestros de educación pública tienen componentes ideológicos de izquierda, lo cierto es que no son todos. De hecho, muchos testimonios de maestros sustentan la idea de que el profesorado acostumbra a votar más en contra de cosas que a favor de proyectos; es decir, votan contra quien perciben autoritario, corrupto, ineficiente; contra quienes les han fallado, los ponen en riesgo, o les caen mal. ¿Por qué votarían por quien les indique alguien a quien identifican como autor de gran parte de las omisiones, fallas y afrentas que el magisterio morelense ha recibido en los últimos seis años?

A fin de cuentas, cualquier carpintero sabe, ninguna herramienta sirve para todo (si siquiera la navaja suiza), así que a lo mejor conviene ir dejando de usar muchas que pueden resultar contraproducentes, hasta en el corto y mediano plazos.

@martinellito

martinellito@outlook.com