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Candidatas y campañas polarizadoras…

 

Hace no tantos años, pero sí más de una década, los candidatos a la gubernatura y a otros cargos de elección popular se reunían eventualmente en actos de buena voluntad que, más allá de los debates y otros medios de contraste servían para firmar pactos de civilidad en que los participantes se comprometían a cosas tan necesarias como respetar la ley, hacer una campaña sin denuestos, no promover ni participar en contracampañas, reconocer los resultados si no les favorecían, entre otras obviedades señaladas de antemano por la ley y la buena política.

Y podrá criticarse mucho a los pactos de civilidad, su escasa utilidad; la facilidad con que eran rotos por los equipos de los firmantes o a veces por ellos mismos, pero eran por lo menos una demostración de que la convivencia entre políticos de diversa estirpe era posible. Curiosamente, el Morelos en que se firmaban esos pactos no requería tanto de ellos. La violencia en el estado, aunque igual de censurable que ahora, era menor en extensión e incidencia; la clase política tenía cierta cohesión sin importar la proveniencia ideológica de cada sujeto (algunos hasta compadres resultaban sin estar en el mismo partido), el diálogo era constante y, hasta donde tenemos memoria y registros, no había llamados al odio o a la violencia desde el poder.

Tendríamos que reconocer que gran parte del encono y polarización social que permite que la violencia criminal campee en Morelos, deriva de una clase política polarizada y polarizadora, proclive a incluir el odio como parte del discurso con el que construye su identidad. Así que probablemente hoy que nadie se acuerda de los pactos de civilidad, resultan más que necesarios para probar a la ciudadanía que los políticos pueden actuar de otra manera, que pueden conciliar, dialogar, construir; y que están comprometidos con llevar esa imagen a una ciudadanía urgida de soluciones y que empieza a ver con desilusión que los acuerdos entre políticos son cosa del pasado, como la política, el diálogo y hasta la posibilidad de vivir en paz.

Y no es que falten oportunidades, justo este martes, cuando las candidatas a la gubernatura, Margarita González Saravia, Jessica Ortega de la Cruz y Lucy Meza Guzmán, acudieron a firmar el Compromiso por la Paz, convocado por la Iglesia Católica y organizaciones de la sociedad civil, pudiendo acudir juntas, como dice el poeta y activista, Javier Sicilia, asistieron cada una a su tiempo y con espacios largos entre cada firma como pata evitar que se encontraran. La organización fue así, parte por cuestiones de agenda y programa, pero también en parte porque no se percibe, por lo menos en esta etapa de algidez en las campañas, la posibilidad de que pudieran serenarse los ánimos de ellas y sus equipos como para mandar un mensaje de cohesión, de unidad por Morelos más allá de siglas, grupos partidistas o coaliciones totales o parciales que acaban en jaloneos perpetuos entre las bases coaligadas a fuerza por sus dirigencias.

Podemos disentir en muchas cosas con Javier Sicilia, pero tiene razón cuando plantea que las candidatas debieron acudir juntas y firmar al mismo tiempo el documento que proponen la Iglesia y la sociedad civil, y que obligan la realidad y la ciudadanía por ser impecable en cada una de sus líneas, necesarias en conjunto para hablar de la paz con justicia y dignidad a la que aspiran los morelenses.

No ha sido el único momento en que se ha notado la poco sana distancia entre las tres opciones políticas que, alejadísimas probablemente en lo ideológico y en su proyecto de gobierno, están unidas por geografía, circunstancia y hasta por el objetivo elemental que dicen tener: ver un Morelos pacífico y próspero en el que todos los habitantes gocen en plenitud de sus derechos. Muchas otras firmas, muchos otros actos comunes han tenido y a ninguno parecen dispuestas a acudir simultáneamente.

Claro que no es una decisión novedosa, ya desde hace varias campañas, los candidatos parecen indispuestos para juntarse salvo que por ley se les obligue (en debates, por ejemplo, donde tampoco se juntan del todo porque cada cual llega en su momento y casi por puertas diferentes, y luego se van igual. Las tradicionales gráficas que los fotoperiodistas buscaban de los rivales tendiéndose la mano, o departiendo en la misma mesa parecen imposibles en una época que ha convertido a la polarización en estrategia electoral única o por lo menos prioritaria, más que generar simpatías, más que ofrecer propuestas, más que incluir temas en agenda.

Así que no les carguemos toda la culpa a las candidatas que esta vez parecen seguir el mismo guion que nos hace pensar en la actual elección como una película que ya habíamos visto y tiene un final bastante chafa. A final de cuentas los elementos de la trama actual podrían hacer sobrevivir y hasta evolucionar la narrativa a un mejor destino, peor no deja de resultar bastante incómodo pensar en que si algún tipazo amigo de las tres aspirantes (a lo mejor existe), fuera a celebrar una fiesta, no podría tener a sus tres amigas sentadas a su mesa al mismo tiempo; por más que ese amigo fuera el estado de Morelos y su fiesta fuera (tendría que serlo) cada uno de los días del año.

La idea de polarización no es buena porque cuando una sociedad se rompe lleva mucho tiempo encontrar y pegar cada uno de los trozos. Sería bueno que empezáramos a hacerlo cuanto antes.

@martinellito

martinellito@outlook.com