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No es la música lo que importa, es la vida detrás

Andrés Uribe Carvajal

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Desde hace unas semanas que vengo viendo The Playlist. La serie que cuenta cómo cuando y de qué manera se creó Spotify como un contra-ataque a los reproductores existentes de música digital hasta ese entonces (Ares, Kazaa, Limewhire, Napster). Todos ellos en su mayoría ilegales, poco confiables, y que dependían de la camaradería (habría que decir que había algo hermoso en ello). Todos ellos funcionaban bajo el concepto p2p, que en inglés quiere decir peer to peer, te explico: es un tipo de conexión entre ordenadores que permite compartir archivos o información sin necesidad de intermediarios. Es decir, sin que tenga que intervenir un servidor central. De esa manera uno dependía del ordenador de alguien más y de su buena voluntad a permitirte completar esa descarga que tanto tardaba.

La idea de Daniel Ek (fundador de Spotify), era mejorar la funcionalidad de los reproductores, creando una red de streaming, sin retrasos, sin virus, y de forma inmediata. Una biblioteca de todo el mundo musical al instante de un click.

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Una cosa era tener la tecnología lista, y la otra (quizá la más difícil) fue cambiar la industria que para en ese entonces ya parecía raquítica. Los tiempos habían cambiado, y tarde que temprano la música acabaría en Internet. Hacer esa migración fue un proceso doloroso, e inevitable.

¿Cambió la industria y la historia de la música? Yo diría que sí. Spotify nos hizo re-pensar la música de manera diferente. El tamaño del esfuerzo que uno realizaba antes para conseguir un disco, o descargar alguna canción es incomparable con la inmediatez de hoy día, y sí piensas en aquellos tiempos parece antiquísimo, aunque tenga tan sólo 15 años. NADA.

Más que hablar de eso quisiera hablar de cómo cambió la vida para los creadores; los músicos. Una de las ventajas de digitalizar la música, es que se pudo tener un gran base de datos del consumo de los usuarios, es decir información preciada, y algoritmos que ayudaban para poder seccionar y analizar el comportamiento de la música y su escucha. El éxito se empezó a resumir en números, algo que antes nadie tenía consciencia. Sabías que alguien era famoso o sonado, pero no tenías idea de cuánta gente lo escuchaba, en que países, de qué edades, y de qué géneros, hoy en día todas esas gráficas están disponibles. Ese alcance de números supuso una carrera vertiginosa que habría que alcanzar para considerarte de éxito. Inclusivo se volvió un requisito para tocar en algunos festivales, qué número de seguidores y escuchas tenías.

Como creador cada vez me he ido desprendido más de la ansiedad de si mi música alcanza números o no. Para empezar, no lo hago como un negocio, si nunca lo pensé así, ¿por qué habría que hacerlo ahora? Para ganar dinero de ello, hago otro tipo de cosas con las cuales mi alma está perfectamente en paz, pero hacer música para conseguir números o estadísticas me parece una perversión.

A lo largo de los últimos años y desde 2020, he empezado a publicar música… y te podría decir que cada canción tiene involucrada una historia y a personas en ellas, y eso es la vida, cabrón.

La primera canción que hice y produje se llamó Casio y la hice inspirado en la música de Cautious Clay y en sus coros gospel, empecé a producirla en mi lap-top, un día cualquiera en un apartamento en Berlín una tarde de verano. Cuando llegué a México tenía lista la letra, no podía pensar en otra voz que en la de mi amigo Héctor Pdz para esos coros gospels, la grabamos en el ex-cuarto de mi hermana, en casa de mi mamá con un micrófono Sure muy barato, después de unos meses estaba lista, sólo faltaba hacerle un un video bajo la dirección de Andrey Luna.

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Si Casio alcanzaba 800 escuchas o 2 mil me pasaba desapercibido, amaba esa canción por la vida que tiene detrás, imagínate el esfuerzo, las risas con mi amigo Héctor en el cuarto de mi hermana, el video que rodamos en un viaje al bosque, el olor a pino y tierra, el piso de madera en el apartamento de Berlín, el amplificador THR5 Yamaha, que compré en una tienda de segunda mano en Schönhauser negociando con mi alemán limitadísimo, y con el cual hice mis primeras maquetas, la creatividad de Andrey, y hasta Sam que me acompañó a comprar ropa al H&M y todo eso… la gente, el esfuerzo, el cariño desemboca en 3:24 min.

No es la música, es la vida, cabrón. Al final todos funcionamos p2p. ¿No lo crees?

“No te guardes nada, no te duermas sin sueño, no esperes nada porque lo más pequeño cobija lo más grande. El tesoro es entender”.

La Jornada Morelos

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