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(parte 2 y última)

 

La pregunta del millón de dólares para quienes nos dedicamos al teatro sea desde el ámbito comercial, institucional o independiente se cifra en ¿cómo hemos de llevar público a las salas teatrales del país? Esa interrogante lleva flotando en el aire desde que tengo uso de razón y aún antes se las hacían los pioneros del teatro contemporáneo mexicano post revolucionario como Gorostiza, Novo, Villaurrutia, etcétera. Mencionaba en la entrega anterior que según datos del INEGI sólo el 8.5% de nuestros conciudadanos ha entrado a un edificio teatral para ver un espectáculo alguna vez en su vida. En realidad en las cifras todas de consumo cultural (conciertos, museos, danza, lectura, etc.), México está muy atrasado en hacer efectivo el derecho constitucional de acceso de su población a la cultura.

En no pocas ocasiones he preguntado a la gente del campo o de barrios populares o a niños fresas si le gusta el teatro y la respuesta es “No”.

  • Pero, ¿lo has visto alguna vez?
  • Este…, ehhh… No…
  • Será por eso…
  • A lo mejor… Pero no me gusta…

Está bueno. El 91.5 % de nuestros conciudadanos nunca ha visto teatro, mucho menos lo ha practicado. En el trabajo de teatro comunitario, de teatro de barrio, de teatro estudiantil, aquellos que lo organizan y dirigen, saben de manera inmensamente satisfactoria que llevar la práctica teatral a esos sectores genera sinergias altamente constructivas. A los niños y adolescentes les brinda autoestima, diversión, crecimiento personal, disciplina, compromiso y mejora en general su calidad de vida. En adultos y adultos mayores, además de todo lo anterior, suele revelarles a los participantes, zonas de sus personalidades que no conocían y también un bálsamo para viejas y temibles heridas de la vida.

Cuando el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) construyó la red más grande de teatros de Latinoamérica en el territorio mexicano, así como sus centros deportivos en los años 50 y 60 del siglo pasado, se hizo acreedor a un premio por la UNESCO por la extraordinaria visión de una Salud Integral para sus derechohabientes, que incluía el deporte y la cultura no sólo como espectadores sino como practicantes. Para entonces, la salud mental de los mexicanos también dependía de estos componentes. En algún punto de la historia neoliberal del país esto se perdió entre archiveros y flaca memoria de los progresos sociales.

Cuando un grupo profesional o semiprofesional o comunitario sale de su zona de confort y va a comunidades rurales que incluso nunca han visto teatro, la sorpresa es mayúscula porque la gente agradece y disfruta del teatro. Y les invitan a regresar sin importar si es con la misma obra, la vuelven a ver. La experiencia de recorrer la legua buscando atender a ese otro 91.5% de mexicanos que no han visto teatro, además de noble y nutritiva, es posible que algún día disminuya la cifra de no consumidores de bienes culturales.

Por supuesto, las no pocas veces omisas o erráticas instituciones de cultura federal y estatales tienen enorme responsabilidad en el rezago de estos fenómenos que les competen por mandato constitucional. Frecuentemente los pocos o muchos esfuerzos de las instituciones también terminan ahogados cuando bajan a nivel municipio donde los alcaldes nombran a la prima de la tía de una amiga como directora de cultura o simplemente se roban el presupuesto destinado a cultura o no hay, simple y llanamente, ningún proyecto en la materia. Esperamos que con la aprobación de la Ley de Cultura que Cuauhtémoc Blanco ya no puede retrasarse más en publicar después de su aprobación por diputados locales, se pueda integrar un capítulo en donde los municipios se vean obligados a cumplir mínimos estándares en políticas culturales.

Y, sin embargo, en los artistas independientes reside también una responsabilidad muy grande. No sólo para vigilar que en Morelos la nueva Ley de Cultura se haga vigente y se le dote de recursos, sino también para salir de la zona de confort e ir ahí donde nuestros vecinos no han logrado acceder a su derecho de acceso a la cultura. La tarea es ir tras ese 91.5%.

* Dramaturgo, periodista y editor

Foto: cortesía del autor