Memoria del 2 de octubre, 1968
Raúl Silva de la Mora
Han pasado ya 55 años desde aquel 2 de octubre de 1968, pero hay días en que Pepe Frank vuelve a soñar el terror y el miedo inaudito de estar corriendo como un conejo asustado, de un lado para otro, sin poder salir de un agujero donde los habían cercado y donde cientos de soldados los estaban cazando como animales. Tenía 19 años y era estudiante de segundo año en la Escuela Nacional de Economía, de la UNAM.
“Realmente, lo que fue el caldo de cultivo que levantó tanto a los jóvenes de entonces fue el ambiente tan represivo en el que vivíamos, en términos generales y no solo políticos, que eran terribles, porque el autoritarismo del PRI de ese entonces era total y absoluto. No había ningún otro partido, no había ninguna voz permitida de la prensa, los periodistas estaban también muy controlados. Tampoco había muchas posibilidades de reunión, de organización y las luchas previas al 68 fueron más bien en el ámbito sindical, con los ferrocarrileros sobre todo, que fue un movimiento muy importante, encabezado por Demetrio Vallejo y Valentín Campa, y por otro lado los movimientos campesinos, como el de Rubén Jaramillo aquí en Morelos. Y el movimiento de los médicos, a principios de los sesenta. Esas eran las noticias que teníamos de que por ahí alguien sí levantó la mano y dijo yo no estoy de acuerdo”.
La prensa guardó silencio, escondió la realidad. Nunca se sabrá cuántos fueron asesinados el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, Ciudad de México. Se sabe que desaparecieron los cuerpos en el crematorio del Campo Militar, la mayoría. Se sabe que muchos padres fueron amenazados para que guardaran silencio. Se sabe que nadie fue encarcelado por esos crímenes de Estado. Luis Echeverría, que era secretario de gobernación y que luego fue presidente, fue juzgado y exonerado de los cargos de genocidio.
Ese día, miércoles 2 de octubre de 1968, Pepe Frank se levantó temprano para ir a un entrenamiento de fútbol. Luego se enteró de que habían citado a un mitin para reorganizar el movimiento, porque ya el ejército había tomado Ciudad Universitaria, las instalaciones del Politécnico (el Casco de Santo Tomás y Zacatenco). Se buscaba que los líderes se reunieran en la Plaza, con el fin de proponer una tregua para que la Olimpiada se realizara o para continuar con las movilizaciones. El mitin se citó para las cinco de la tarde y Pepe llegó acompañado de un amigo, José Merino, que venía de Ciudad del Carmen para visitarlo, y allí se encontraron con Héctor Álvarez del Castillo. Cuando se acercaron al edificio Chihuahua se dieron cuenta de la exagerada presencia de fuerzas gubernamentales: granaderos, policías y el ejército con sus tanques y tanquetas. Pasaron entre los soldados y hasta bromearon con ellos (“oiga no vaya a disparar hoy, pórtese cuate”). El mitin inició alrededor de las seis de la tarde y cuando hablaba el tercer orador, David Vega, pasó de nuevo un helicóptero que había estado dando vueltas, y soltó dos bengalas verdes. Entonces se escuchó la primera ráfaga de metralla.
“No corran, no corran, es una provocación”, grito David Vega. Pero no era una provocación, sino el principio de un genocidio. Pepe Frank nunca había sudado frío, recuerda: “yo sé lo que es eso y duele, es un dolor que duele y un olor espantoso, no es el sudor normal, es el exceso de adrenalina, y corres con una habilidad de atleta, te salen no sé qué genes, tus ancestros que fueron cazadores ahí los traes”. Al llegar a la avenida Reforma vio que no había soldados, pero no dejó de correr, oyendo y viendo pasar las balas sobre su cabeza, hasta lograr adentrarse en la colonia Guerrero. Allí se encontró con una iglesia y su amigo José lo obligó a entrar, creyendo que allí estarían a salvo, pero no tardaron en aparecer varios agentes con sus pistolas en las manos. El padre estaba celebrando y unas muchachas se sentaron a su lado, tomándolos del brazo como si fueran sus novias. Al terminar la misa, el padre les dijo cómo salir para llegar a la calzada de Tlalpan, donde hallaron a un hombre que al darse cuenta que eran estudiantes aceptó llevarlos en su auto y los dejó en Ermita Iztapalapa, a salvo.
“Yo les dije a los muchachos: mañana 3 de octubre empieza en México la revolución, el pueblo no va a soportar esto, es inaudito, pero el 3 de octubre en la mañana el lechero fue a entregar su leche, el taxista salió a trabajar y el panadero abrió la panadería y todo fue normal, porque nadie se informó, no se sabía, el noticiero que todo el mundo veía, 24 horas con Jacobo Zabludowsky, dijo que el ejército había sido provocado y que eran alrededor de veintitantos los muertos”. (CONCLUIRÁ).