loader image

Hace ciento trece años estalló la Revolución contra el tirano Porfirio Díaz; llevaba treinta años gobernando con despotismo en provecho de una minoría.

El estallido no surgió de la noche a la mañana. Años antes, el estallido tuvo un tortuoso, sangriento y mortífero periodo de incubación, obra de los precursores. Miles de mexicanos fueron perseguidos, encarcelados y asesinados por luchar contra las injusticias y conculcación de libertades. Esos precursores, en 1906, detonaron la huelga en la mina de Cananea, Sonora y, en 1907, la huelga de Río Blanco en Orizaba, Veracruz. Las brutales masacres con que se reprimió dichas huelgas desparramaron por todo el país una gigantesca ola de indignación y repudio contra el dictador.

Numerosos precursores, anónimos, fueron devorados por el olvido. Conmemorar las gestas históricas, como esta, tiene sentido si con ello rescatamos de la desmemoria a quienes sembraron para que la insurrección del 20 de noviembre de 1910 fuera posible; por ejemplo, los hermanos Juan y Manuel Sarabia, periodistas de San Luis Potosí al igual que sus paisanos Librado Rivera y Camilo Arriaga; Antonio I. Villarreal, Manuel M. Diéguez, Esteban Baca Calderón y, claro, los oaxaqueños Flores Magón (Ricardo y Enrique) quienes desde periódicos como “El Hijo del Ahuizote” o “Regeneración” denunciaron al dictador y, además, desde 1905 participaron en la Junta Organizadora del Partido Liberal, partido al que se afilió Francisco I. Madero, antes de conformar el Partido Antirreeleccionista.

Un día antes del 20 de noviembre, en Puebla, el ejército federal cercó la casa de la familia Serdán y abatió a quienes se aprestaban al combate de la mañana siguiente.

En Chihuahua, el forajido Doroteo Arango (Pancho Villa), defensor de pobres, cuya cabeza tenía precio, por aclamación queda a la cabeza de 300 de jinetes bien armados; poco después, en Morelos, al caballerango Emiliano Zapata también lo eligen líder de los alzados. Villa y Zapata conformaron dos poderosos, invencibles y temibles ejércitos: la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur.

Porfirio Díaz resistió seis meses después del estallido. Cayó cuando los villistas tomaron Ciudad Juárez. Tumbar al dictador, meta del estallido, se había cumplido. Pero la caída, en lugar de ser punto final, trágicamente se convirtió en el inicio de otra Revolución. Iniciaba la hecatombe que duraría 10 años, morirían más de un millón de personas.

Madero reprobó disolver los latifundios y repartir las tierras. Madero y Zapata rompen y se combaten mutuamente. Después que Victoriano Huerta asesina a Madero, el liderazgo de la facción Constitucionalista lo asume Venustiano Carranza, y éste, ensoberbecido, al mismo tiempo que combate a Huerta, atiza la guerra contra Zapata y maniobra contra Francisco Villa hasta romper con él. Años después, como fruto de intrigas y traiciones son asesinados dos caudillos: Zapata el 10 de abril de 1919 y Carranza el 21 de mayo de 1920.

Conmemorar las gestas históricas, como esta, tiene sentido si con ello abatimos el olvido. Y en este tenor es justo recordar el papel que en esta Revolución desempeñó John Reed, corresponsal de guerra, testigo importante de la “primera guerra civil del siglo XX”, el periodista que relató los acontecimientos con pasión y profundidad para la revista “Metropolitan” y el diario “World” y escribió el maravilloso libro “México insurgente”, que merece ser leído… Reed escribió uno de los primeros retratos y bosquejos biográficos de Francisco Villa:

“…Villa, que nunca había oído hablar de las reglas de la guerra, llevaba en su ejército el único hospital de campaña de alguna efectividad… Consistía en cuarenta carros esmaltados por dentro, equipados con mesas para operaciones y todo el instrumental quirúrgico más moderno, manejados por sesenta doctores y enfermeras. Durante los combates, todos los días corrían trenes rápidos llenos de heridos graves, del frente a los hospitales de base en Parral, Jiménez y Chihuahua. Se hacía cargo de los federales, para su atención, con el mismo cuidado que para sus propios hombres. Delante de su tren de aprovisionamiento iba otro tren, conduciendo miles de sacos de harina, café, maíz, azúcar y cigarrillos, para alimentar a toda la población famélica del campo…

“No deja de ser interesante conocer el apasionado ensueño, la quimera que anima a este luchador ignorante… Me lo dijo una vez con estas palabras: Cuando se establezca la nueva República, no habrá más ejército en México. Los ejércitos son los más grandes apoyos de la tiranía. No puede haber dictador sin su ejército. Pondremos a trabajar al ejército… Laborarán tres días de la semana y lo harán duro, porque el trabajo honrado es más importante que el pelear y solo el trabajo así produce buenos ciudadanos. En los otros días recibirán instrucción militar, la que, a su vez, impartirán a todo el pueblo para enseñarlo a pelear. Entonces, cuando la Patria sea invadida… se levantará todo el pueblo mexicano… bien armado, equipado y organizado para defender a sus hijos y a sus hogares”.

Abatamos la desmemoria. Olvidar de dónde venimos nos hace perder de vista a dónde vamos.

 

Foto: John Reed, autor de “México Insurgente” y de “Los 10 días de conmovieron al mundo”.